POR CARLOS FRANCISCO ELÍAS
Desde hace muchos años, existe la costumbre de que los músicos de jazz busquen caminos para sus pares clásicos ya ido, de este modo gente como Jacques Loussier, Ghünter Noris, y Frank Löffler o el propio John Lewis, líder de los MJQ (Cuarteto de Jazz Moderno ), se habían enamorado de J. Sebastian Bach.
En los años 60 y 70 del siglo XX, el amor a Bach padre, patriarca resongón, religioso machista de Turungia, nos había regalado la clave de un secreto: que los conceptos harmónicos de contrapunto en la fuga, especialmente, tenían un punto de encuentro en el juego temporal de la estructura mísma del jazz, el descubrimiento de lo asincopado entre esos dos mundos musicales, había generado experimentos musicales fabulosos que marcarían esas décadas y que además, desde el punto de vista de la visión de los prejuicios del público, acercarían dos formas de música, que para los puritanos eran irreconcialiables.
ENAMORARSE DE BACH Y VIVIVALDI Y TODOS LOS BARROCOS :
MODA Y PASION DE LOS 50, 60 Y 70 : MOZART VENDRÍA DESPUES
Hay que admitir que fue una gran locura, de esas que no vuelvan más, aquel furor por lo barroco en tiempo musical, era una locura de melomanía fundamental, esencial.
Fue una pasión de tiempo y cellos, de violines rebeldes por una hermosa causa. De todos los lugares del mundo llegaban las buenas noticias, había siempre algún musico fetiche haciendo algo por Bach, desde Alemania especialmente se nos planteaba aquella conquista sonora que a muchos marcó y convirtió en barrocos impenitentes, música barroca y logias, obligaban…
Era entonces que la expresión dominicana de aquello se tradujo en Barroco 21, con quien luego sería Michel Camilo, para nosotros Michael Camilo. Manuel Rueda, asediado con cariño por Nueva Forma, haría un Bach entre nosotros espectacular en la sala de Bellas Artes, interpretando sin máculas digitales un concierto para piano y Orquesta de J. S Bach, mientras unas diapositivas servían de acompañamiento visual, ante la fascinación y versión del egregio pianista que ante la insistencia nuestra, de todos nosotros ( Victor Victor, Tommy García, Luis Tomás Oviedo, Amalia Martínez, Ismael Guantes ) se sometió a un periodo de ensayos con fatiga y júbilo, para darnos aquella noche de 1974 un concierto inolvidable, de los que uno atesora y a rescate del corazón y espíritu de la música, uno llama con cariño : porque toda buena memoria musical es conquistar nueva vida.
En otras palabras, el barroquismo internacional estaba de moda, en las escuelas de música norteamericanas aparecía cada invento que era memorable, se había cumplido el tricentenario del maestro de Turingia, cascarrabia mayor, párvulo de fugas y sarabandas, genio de preludios tejidos en nuestros oidos como dulces telas de arañas sonoras, geométricas y largas.
Jacques Loussier en París, en pleno Chatelet, en el viejo Teatro de la Ciudad, se inventaba su Play Bach que daría la vuelta al mundo, trabajaría también a Erik Sattie. Hasta el momento y desde entonces, Loussier es el músico que mayor continuidad ha dado a estos trabajos, cambiando el personal de su trio más de tres veces en 30 años. Los Cantantes de Ward Swingle, los llamados Singer Swingle, afinaron voces y se atrevieron a fusionar el jazz con Haendel, justamente fueron los primeros que trabajaron a Mozart de modo excepcional entre lo vocal y lo musical.
Aquello fue un descubrimiento sonoro que a todos nos maravilló, Mozart había llamado la atención a músicos inteligentes y habían logrado de modo pionero hacer el puente entre calidad vocal (la música coral de Mozart es bien importante y fue estudiada por Ward Swingle con devoción) y los elementos sonoros de la música de Mozart logrando, por ejemplo una versión de un famoso Rondó de una de las sonatas para piano, excelente. Si mal no recuerdo era la sonata en (C) Do, KV 545, su último movimiento, (allegro), pero este entusiasmo en el encuentro de clásicos y jazz fue tan extraordinario, que hizo posible luego el encuentro entre los Swingle Swingle y el MJQ (Cuarteto Moderno de Jazz, de sus siglas en inglés ) y dejarían a la posteridad un excelente trabajo juntos, del que alguna vez escribiré de nuevo.
(Mitsuko Uchida, pianista japonesa grabó para una conocida casa internacional de discos compactos, estas sonatas de Mozart, en 1983).
En otras palabras, de modo paraleo al amor a Bach, aquel furor barroco de esos años, la fuerza de la musicalidad, el genio de Mozart comenzó a interesar a los jazzistas de modo tímido y uno de los trabajos pioneros en fusionar a Mozart con el jazz fue el realizado por los cantantes a capella de Ward Swingle, mejor conocidos por su nombre en inglés The Swingle´s Singer.
Sin embargo, dos jazzistas de generaciones diferentes nunca se olvidarían de Mozart: John Lewis, pianista, arreglista, compositor y el arreglista y musico Chick Corea.
De modo respectivo, el primero fánatico de Bach y sus fugas, especialista en encontrar los puntos de encuentro entre contrapunto jazzístico y contrapunto barroco, descubrió también en Mozart espacios de convertibilidad jazzística y así lo hacía saber cada vez que le correspondía ir a dar una conferencia a los conservatorios norteamericanos, hay que amar a Bach, decía, pero jóvenes, Mozart existe también…
Chick Corea, quizas aferrado a esas enseñanzas de Lewis, fue de los músicos pioneros en hacer fusión jazz con Mozart, ello explica con razones sobradas, por que el el próximo festival de jazz de Viena, en Julio 2006 , le tiene asignada la tarea de brindar un gran concierto de jazz con piezas de Mozart, para animar la celebración que todos conocemos relacionada con el nuevo natalicio de Mozart.
EL JAZZ Y SU AVENTURA CON MOZART EN EL 2006 Y ANTES
Mucho antes de todo lo que va a acontecer en el 2006, Eugene Chicharo, un pianista al parecer italiano, nacionalidad por confirmar, grabó en Roma unas piezas para piano con con fusión exquisita entre música de Mozart y jazz a lo ragtime, el tiempo haría referencia a los años 80, cuando Fermata, estaba al lado de un árbol gigante, cuando ir a buscar música nueva era un espectáculo singular, cuando en silencio Alberto Perdomo Cisneros, leía catálogos con asombro y maravilla, en plena mañana matutina: como si el futuro fuera menos grís, por el solo hecho de que la música nos protegía de la imbecilidad exterior, escudo exquisito, ante el arrinconamiento mordaz de estos días, juro que de otro modo no existe para describirlo, no existe, lo juro…
Pues bien, aquel pianista italiano hasta prueba en contrario había hecho una tarea de excelencia, la misma que ahora se prepara en todos los rincones del mundo a golpe de jazz.
En este momento que escribo, hay miles de celebraciones en el mundo entero dedicadas a Mozart, el genio sobrevive en simpatía y cariño al cretinismo de su tiempo, todos los festivales de jazz o las celebraciones de Filarmónicas, o Sinfónicas, tienen el cuidado de no dejar el jazz fuera de estas grandes celebraciones, porque desde hace mucho los jazzistas han tenido un corazoncito Mozart, bien Mozart.
Por eso se pregunta uno, no sin sonreir,
¿Pero bueno señorito Mozart, y estos disfraces de cadencia, este regusto jazzístico que le eterniza al nacer de nuevo 250 años después, pero bueno señorito Mozart y ese tumbado de jazz a la turca, floreado de rondós que ruedan ma non troppo?..