Perro – tigre – ruiseñor

Perro – tigre – ruiseñor

Un escritor debe ser: “un perro lanudo con garras que, además, ladre como ruiseñor”. Algo así como el ornitorrinco paradójico, que tiene pelos de puerco y pico de pájaro. “Lanudo, con garras y que al ladrar cante”. Los zoólogos saben que un animal de estas características no puede ser frecuente en la naturaleza. Un escritor de verdad puede mirar la vida con la mansedumbre de un perro de aguas; también puede dar zarpazos con la furia de un tigre; y, a veces, es capaz de cantar igual que un ruiseñor cuando celebra el nacimiento de la primavera. Es, alternativamente, tambor, flauta y trombón.

Los escritores perciben cosas que otras personas no logran ver. Están dotados de una suerte de fluoroscopio sensorial que les permite mirar los huesos a través de la carne; ellos consiguen ver claro cuando todos ven obscuro. No se trata de nada sobrenatural, de poderes mágicos de origen desconocido. En un asunto puramente atencional; prestar atención a la realidad es el primer paso para entenderla. Una flor merece ser admirada por su corola; pero los naturalistas examinan en las flores el interior del pistilo y no sólo la corola. Por eso pudieron descubrir cuál era el órgano reproductor de las plantas.

La mayor parte de las personas “pasa por alto” los detalles de lo que ocurre alrededor; lo mismo en la naturaleza que en la sociedad. No todo el mundo está dispuesto a “perder el tiempo…” contemplando tres y cuatro veces la misma cosa. No hay ninguna cosa que “entregue su secreto” a la primera visita, con el primer esfuerzo intelectivo. Un escritor no vacila en leer un poema veinte veces, si es muy hermoso; finalmente, echa a andar con todos sus versos en la memoria.

Entonces puede descubrir algún misterio –filosófico, verbal, existencial–, que anide en los entresijos del poema. Este carácter maniático benigno, le acarrea burlas de todas clases. Los escritores son capaces de acudir, una y otra vez, a cualquier farallón desde el cual se atisbe un bello panorama. Por eso las descripciones de los escritores recrean los lugares con tanta eficacia. Pero siempre son acusados de ser demasiado suaves, o muy agresivos, o débiles como los pajarillos.

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