FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Ladislao bajó al comedor del hotel muy temprano; poquísimos huéspedes estaban desayunando. El camarero se acercó. -¿En qué puedo servirle, señor? El húngaro levantó la cabeza de la libreta en la que estaba escribiendo. -Tráiganme pan y huevos, café, unos pedazos de piña.
El camarero se retiró; Ladislao volvió a sumergirse en su libreta de notas. Media hora después el camarero se acercó a la mesa.- Señor, se le van a enfriar los huevos. -Ah, gracias, muchas gracias. Pero continuó haciendo anotaciones sin tocar el desayuno. Al cabo de un buen rato Ladislao comenzó a comer los huevos y el pan. Lo hacía lentamente con gestos automáticos. Cuando el camarero regresó a recoger la mesa Ubrique se fijó en la cara del muchacho. -¿No fue usted la persona que me habló, hace unos días, del libro que trajo a Cuba un gallego y que su dueño quería donarlo a un extranjero? -Señor, nada más cumplí con el encargo de ofrecérselo; el libro no era mío. Tan pronto el camarero llenó de platos la bandeja abandonó el comedor.
Al quedar sólo, Ladislao se dedicó a revisar las notas de su libreta. «Querida Panonia: por cortesía del estudiante húngaro Ignaz Dientzenhofer he sabido tu dirección en Hamburgo. Me alegra mucho poder escribirte sin que las cartas tengan que ir primero a Budapest y luego ser reenviadas por la señora Ferenczy. La vida humana suele plantear tareas tortuosas que nos bloquean la «vía directa» soñada por el Dante. Antes sufría a causa de que mis cartas pudieran ser abiertas por la policía de Budapest; y que el asunto acarreara problemas para tí o para la buena señora Gizella. Ahora tengo miedo de que las cosas que escribo sean leídas por espías extranjeros o agentes de seguridad del Estado cubano».
«Es penoso que, teniendo tu dirección, deba enviar a mano esta carta hasta España para echarla en el correo de Madrid. Pero tuve ya experiencias desastrosas con papeles que tenía guardados en mi habitación del hotel en La Habana. Aquí hay funcionarios que saben ya de la detención de tu compañero Miklós por la policía de Budapest. Escribí esa crónica a partir de la narración que me hiciste hace años. Ese relato de El Cristo trapecista el administrador del hotel lo hizo llegar a la policía. No creas que quería provocar problemas a un extranjero; no era más que una cuestión rutinaria. Las personas que desempeñan empleos de segundo orden en un régimen totalitario son piezas de un engranaje. Actúan mecánicamente, sin consideraciones morales; hacen «lo que hay que hacer»; lo que manda el gobierno, las costumbres, las conveniencias burocráticas».
«Por fin he dado con el núcleo de la historia de la francesa que vivió en Rusia, en Cuba, en Santo Domingo. Te había escrito antes sobre este tema básico de mis investigaciones en las Antillas. Ahora he podido leer las Memorias de esta mujer trashumante, «experta» en trastornos sociales. Los cubanos que conozco son personas atentas y amables. Los de mayor edad conservan, como es evidente, rasgos de la educación pre-revolucionaria. Podría pensarse que los viejos deberían ser más egoístas e insolidarios que los jóvenes formados después de la revolución. Pero no es así, Panonia; han perdido, al mismo tiempo, las creencias religiosas y los ideales burgueses. La falta de oportunidades para el crecimiento económico produce un desaliento general, penetrado por el más descarnado cinismo. Familias comunes y corrientes alquilan sus camas para encuentros con prostitutas. «Prestar» las propias habitaciones representa un ingreso monetario adicional. Sin Dios, sin moral burguesa, sin esperanzas, sobreviven a base de delaciones y bribonerías. Podríamos decir que son individuos amorales con buena formación escolar. ¡Paradójicamente, creen con fe viva en los babalaos! Se aferran a los santeros».
«He pensado muchas veces en los campos de concentración que había en la época «estalinista» en las montañas de Mátra. Los antiguos campos de Recsk eran parecidos a los lugares de trabajo forzado en que confinan aquí a los homosexuales. Oficiales de la policía de Cuba importaron chacales de Checoeslovaquia para cruzarlos con perros alemanes de pastor. A menudo echan a pelear esos híbridos como puro espectáculo de furor bestial; y también los usan para perseguir presos fugitivos. Los chacales procedían de los montes Tatra, específicamente del macizo húngaro; negociantes checos los vendieron a los cubanos con autorización del gobierno de Hungría. En Cuba todos piensan que no hay nada en el mundo más sanguinario que un chacal. A un jefe de policía de la provincia donde me encuentro en este momento le llamaban «el chacal de Oriente». La mujer francesa de la que ya tienes noticias era la esposa del hijo del «chacal de Oriente». Pero la serie de crímenes cometidos en la época del dictador Machado no concluyó con el fin de su gobierno. Continuaron cometiéndose crímenes mucho tiempo después, tanto en Cuba como en Santo Domingo.
«Proyecto visitar esa otra isla próximamente. La señora francesa y su marido vivieron allí mientras gobernaba el dictador Trujillo. El suegro de ella salió de Alemania antes de comenzar la Segunda Guerra Mundial y entró entonces al servicio de Trujillo. En otra ocasión te explicaré por qué los pueblos se envilecen en forma duradera a causa del despotismo, sea de izquierda o de derecha. Cariñosos abrazos». Ladislao Ubrique, Santiago de Cuba, 1993.