Persistencia, no drasticidad

Persistencia, no drasticidad

PEDRO GIL ITURBIDES
Cuatro o cinco años atrás quedó cerrado en su intersección con la avenida Jardines de Fontinebleau, el tramo de la vía que, paralela a la autopista Duarte, pasa tras la Secretaría de Estado de Agricultura. Aunque nunca se explicó cabalmente, es presumible que el propósito fuese evitar molestias al tránsito del carril este de la avenida Fontinebleau. Pese a los obstáculos y letreros colocados, la gente que por allí vive, hizo caso omiso a esa previsión.

A la vera de la parte del área verde al sur de esa calle, a la sombra de frondosos árboles, se situaban -y sitúan- agentes de la Autoridad Metropolitana del Transporte (AMET). Salvo que fuesen ciegos, esos agentes contemplaban impertérritos las violaciones a la restrictiva providencia.

Desde hace poco, sin embargo, los agentes esperan a los desprevenidos vecinos que se acostumbraron a transgredir estas normas.

Libreta de formularios de infracciones en manos, los agentes cazan a los conductores.

Un día sí, y varios no. Porque su éxito como cazadores radica en la sorpresa.

Por eso, porque aplicamos principios de la selva, la gente transgrede normas, regulaciones y leyes de tránsito vehicular. Y todas las demás.

A raíz de que se promulgase la ley relacionada con el uso de teléfonos celulares mientras se maneja, hubo fiebre para capturar infractores.

Colóquese sin embargo, disimuladamente, en una esquina cerca de donde estén ubicados agentes de AMET. Verá usted a tales agentes

permanecer ajenos al trajín de conductores que marchan con una mano en el volante del vehículo y la otra en una oreja. Y no precisamente ajustándose aretes o argollas.

Supongo que son acechados como los vecinos de Los Jardines del Norte que salen hacia la avenida Fontinebleau desde la calle a la que aludo.

Hace un tiempo se advirtió que los vehículos que transitasen con vidrios oscurecidos, serían detenidos. A sus ocupantes se les obligaría a desprender las láminas de coloración adheridas a los cristales. Durante algunos días se publicaron fotografías de agentes «cumpliendo con su deber».

Luego de varias apariciones en diarios nacionales, aquellos que esconden sus malcriadezas e insolencias tras esos cristales entintados, pudieron seguir su camino ajenos a aquella campaña. La misma había sido olvidada.

En las horas más recientes resucitó, sin embargo, la iniciativa. Supongo, porque a todo hemos de buscarle la quinta pata del gato, que la nueva oleada llega tardía pero segura, tras el abuso contra dos adolescentes frente a su madre, perpetrado por ocupantes de un vehículo enmascarado.

¿Cuánto durará el empeño?

El domingo, el padre Jesús Hernández, s.D.B., hizo públicas las dudas que animan a gran parte de la población respecto de sus instituciones. Al hablar durante una eucaristía litúrgica que celebraba, el padre expuso sin pelos en la lengua, lo que todos pensamos. La incredulidad es característica de nuestra percepción sobre las instituciones, públicas y privadas.

¿Por qué? Porque gran parte de nuestras instituciones incumplen las atribuciones para las que son concebidas. Y porque, en lo que es sintomático de cuanto ocurre en sentido general, se actúa conducidos por intermitencias y paroxismos. No hay constancia. No hay perseverancia.

Carecemos de consistencia. Y cuanto es peor, cuando solemos privar en cumplidores de lo que sea, derrochamos prepotencia e intemperancia extremas, para encubrir nuestra incapacidad para sostener procederes rectilíneos.

Y es que pretendemos ser drásticos de cuando en vez, cuando lo cierto es que debíamos ser constantes formadores de conciencia cívica.

Y sobre todo, constantes organizadores de la vida del país. Pero esto no lo hemos comprendido. Ni en materia de tránsito. Ni de organización pública. Ni en nada. Por ello somos un país pobre.

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