Personaje
Adiós a tu creativa vida   

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Escritor y periodista.   Merecedor de grandes reconocimientos y premios por su labor académica  que lo llevó de un periódico rural a ser colaborador del New York Times

Ningún otro escritor latinoamericano ha impactado tanto en dos áreas de la creación como Tomás Eloy Martínez. Su muerte, ocurrida el domingo pasado, a causa de un cáncer largamente tratado, ha impactado a la vez el mundo de los literatos y el de los periodistas.  Pues, ningún escritor que haya alcanzado los lauros y lectores que él logró como novelista se mantiene ejerciendo su oficio de periodista sino siente en su ser la pasión abrazadora por el oficio de la verdad. Por supuesto, una verdad que para un hombre cuya pasión por narrar los hechos reales con las técnicas de la narrativa literaria, es una sola para cada quien.

“Desde el principio yo supe que no había una sola verdad; sé que no hay una sola verdad y que si tú y yo narramos lo que estamos viendo en este momento lo contaríamos de forma diferente”, sostuvo en una conversación sobre el ejercicio periodístico sostenida con Juan Cruz para el periódico El País.

“Autor sitiado por múltiples historias y con historia. Estableció siempre la diferencia entre periodismo y  literatura. Permaneció   fiel a los dos géneros, sin permitir interferencia, aunque jugara como novelista  con la mezcla como novelista”, sostiene Carmen Imbert.

En múltiples entrevistas, concedidas a diversos medios, siempre recurría  al tema. Fue   insistente cuando declaraba que es preciso distinguir “entre las invenciones escritas con la técnica del periodismo y la narraciones periodísticas con la técnica de la novela. La literatura es alusión y duda. En el periodismo no se inventa”.

«La literatura si no es desobediencia no es. La literatura, como el periodismo, son centralmente actos de transgresión, maneras de mirar un poco más allá de tus límites, de tus narices. Todo lo que he escrito en la vida son actos de búsqueda de libertad. Nada me daba más placer -cuando publicaba mis primeros artículos en La Gaceta de Tucumán- que mi madre le dijera a mis hermanas: «Tenemos que ir a misa a rezar por el alma de Tomás, que está totalmente perdida».

Canon periodístico

Lo definió en una entrevista publicada por  un diario colombiano, cuando el siglo XX finalizaba y de la que Imbert sacó los siguientes extractos de su pensamiento:      

“Si el periodista  concilia, si transa con el poder, si se vuelve cómplice de la mentira y de la injusticia, no sólo está traicionándose a sí mismo, traiciona, sobre todo la fe que el lector ha puesto en él. El periodista está obligado, todo el tiempo, a pensar en su lector. El novelista no.”

“El periodista, está obligado a pensar todo el tiempo en su lector, porque si no supiera cómo es ese lector, ¿de qué manera podría responder a sus preguntas? En el periodista, entonces, hay una alianza de fidelidades: fidelidad a la propia conciencia, fidelidad al lector y fidelidad a la verdad. El lector es siempre un factor mucho más activo y exigente de lo que algunos empresarios suelen suponer. A la avidez de conocimiento del lector no se la sacia con el escándalo sino con la investigación honesta, no se le aplaca con golpes de efecto, sino con la narración de cada hecho dentro de su contexto y de sus antecedentes. Al lector no se lo distrae con denuncias estrepitosas que se desvanecen al día siguiente, sino que se lo respeta con la información precisa. Cada vez que un periodista arroja leña en el fuego fatuo del escándalo está apagando con cenizas el fuego genuino de la información. El periodismo no es un circo para exhibirse, sino un instrumento para pensar, para crear, para ayudar al hombre en su eterno combate por una vida más digna y menos injusta.”

“Entre la misión del artista y la del periodista hay, sin embargo, una diferencia esencial: la naturaleza del diálogo que cada uno de ellos establece con el público. Para el artista, crear pensando sólo en el éxito es algo suicida, porque cuando el arte trata de satisfacer a todo el mundo termina por no satisfacer a nadie. El diálogo entre la obra de arte y el público nace sólo cuando la obra ya está terminada. Hasta ese momento, nada debe contar para el artista: ni la música de los aplausos ni los halagos de lo que está de moda. Lo único que importa en el momento de la creación es la fidelidad del artista a lo que él es.”

“A semejanza del artista, el periodista es también un productor de pensamiento. En este fin de siglo neoliberal, tan orgulloso de sus certezas, tan convencido de que ya hemos llegado al «fin de la historia», la cultura tiene la misión de ver la realidad como una enorme interrogación, como una perpetua duda, y de imaginar el futuro como una incesante utopía. El hombre se ha movido en las oscuridades de la historia a golpes de utopía, y la utopía es lo que ha permitido al hombre seguir teniendo fe en la historia Algo semejante está sucediendo ahora en América Latina. Cuando más afuera de la historia parecemos, más sumidos estamos –sin embargo– en el corazón mismo de los grandes procesos de cambio. En tanto periodistas, en tanto intelectuales, nuestro papel, como siempre, es el de testigos. Somos testigos privilegiados. Por eso es tan importante conservar la calma y abrir los ojos: porque somos los sismógrafos de un temblor cuya fuerza viene de los pueblos.”

“En casi cada país de América Latina que he visitado me dicen que estos son los tiempos más difíciles que se han vivido. ¿Alguna vez, sin embargo, nuestros tiempos han sido de otro modo? Los tiempos difíciles suelen ser aquellos en que uno se formula las preguntas importantes y en que, para sobrevivir, necesita contestar a esas preguntas lo antes posible…”

El vuelo de Evita visto por Carmen Imbert Brugal.  Tomás Eloy Martínez sólo transgrede la ética cuando escoge la fantasía. Algunos de sus personajes son perversos, insanos, traidores, ambiciosos. Criado entre el encanto de las rotativas escogió la palabra como barco y navega sobre la imponente corriente marrón del río de La Plata hasta los arroyuelos miserables de las pasiones humanas, sin perder un ápice de la gloria conquistada desde que el lápiz lo amarró a la vida.

Lo peor que  puede hacer alguien con un  escritor como Tomás Eloy Martínez es interpretarlo. Asumir ese pecado que le obsesiona, la soberbia, y pretender escarbar entre sus símbolos, con la intención de descifrarlos. Este hombre, nacido en Tucumán, 1934, tiene el impudor de validarse en cualquiera de sus estrofas. Le basta un párrafo. La  lectura de un artículo calzado con su firma es suficiente para encontrar el hilo de su mundo fantástico y real.  Este autor de exilios y pesares, muestra sus códigos sin recato. La lectura de cualquiera de sus textos lo desnuda. Y si uno se aferra a Santa Evita y El Vuelo de la Reina encuentra en sus páginas la historia de su país, del mismo modo que lee la antología del oprobio, de las miserias que secuestran al ser humano.

Hombre de radio, cine, salas de redacción. Hombre  de la soledad que exige la novela. Se persigue y atrapa sin necesidad de escoger entre el periodista y el novelista. Sin importar su destierro y ese compromiso asumido desde el dolor y el miedo, cuando Argentina acalló el fuelle porque la danza de la muerte la ocupó. El aire se pobló de injuria y  desolación. Entonces  la pena no cupo en el tango y era la sangre que confundía las piernas.

Santa Evita- 1995- es el sexto libro de Tomás Eloy Martínez. A partir de su publicación nada fue igual. Importó poco su libro de ensayos “Estructuras del cine argentino”, los relatos contenidos en “Lugar común de la muerte”, las novelas “Sagrado”, “La novela de Perón”, “La mano del amo”. Con 36 traducciones, Santa Evita se convierte en el texto obligado para conocer o reinventar la Argentina contemporánea, el peronismo. Para amar u odiar y tal vez comprender a la Abanderada de los Humildes, a la Jefa Espiritual, a la Dama de la Esperanza… El autor, sabedor que “el rumor es la precaución que toman los hechos antes de convertirse en verdad”, como gustaba decir al Coronel Eugenio de Moor Koenig, el obseso militar que convierte el cadáver de Evita en razón para existir, le opone a un olvido muchas memorias y cubre la historia real con historias falsas (página 55). Hizo lo que quiso con la mentira para que cada lector se apropie de la verdad cuando lea la novela. Crea lo escrito o vuelva a inventar.

Con  Santa Evita, Tomás Eloy firmó el acta notarial con sus fantasmas. No quería  que lo abandonaran. Decidió  asumirlos. Explotarlos. Convertirlos en esclavos de su  fantasía y hacerlos reales. Así nos confunde, se confunde y comienza ese mundo de dársenas y otoños, de estaciones trastocadas, de crueldad infinita, de cielo y sol líquidos, de mellizos, de dogmas burlados, de catolicismo cuestionado, de abejas. Vence la superstición siendo su presa. Pero no la abandona. El maleficio de Evita lo conjuró asumiéndolo. Por eso las abejas aparecen en EL vuelo de la Reina y por eso, cuando cualquiera de las mujeres que habita su paraíso o infierno, intenta  convertirse  en ser humano recurre al apiario. Al  panal que regaló a Evita un descamisado. Es el  panal que retoma cuando dibuja a Reina Remis, la periodista sin amor que enloquece a un Camargo que puede ser fácilmente el coronel o el general, si Evita no hubiese desaparecido. Que puede ser un Sicardi, taimado, genuflexo, con la precisión de Koenig. Y el tesón de los mediocres  como disfraz.  Él lo dijo, a Facundo Quiroga lo inventó Sarmiento. A Evita  la inventa Tomás.

“Era el mejor de todos nosotros”.  Dijo al fragor de la mala nueva, su compañero en la literatura y en la Fundación Nuevo Periodismo, Gabriel García Márquez.

Los maestros de la escritura del mundo le han reconocido como el gran cronista de Argentina, el hombre que convirtió el periodismo en obra de arte, como el académico que enseñó durante 30 años en varias universidades norteamericanas y que creó periódicos y revistas donde quiera que el exilio lo llevó. No quiso dejar de escribir, ni cuando su cuerpo perdió movilidad, dictaba sus columnas y un libro por encargo “El Olimpo” que quizás no verá nunca la luz.  También tenía intención de publicar un ensayo que resumiera su experiencia, sobre la escritura. Sin embargo, su mejor lección, es saber que nunca hubo nada que se interpusiera entre su lucidez y su deseo de escribir. Ni siquiera la inmovilidad. Ni la presencia de la muerte.

Biografía

Tomás Eloy Martínez nació en 1934 en San Miguel de Tucumán. Allí  se graduó de licenciado en Literatura Española y Latinoamericana (Universidad Nacional de Tucumán). Como  periodista se destacó por su trabajo en  La Nación de Argentina como crítico de cine (1957-1961), jefe de redacción de Primera Plana (1962 – 1969), corresponsal de la editorial Abril de París (1970 – 1972), director del semanario Panorama y director del suplemento cultural del diario La Opinión (1972-1975). En 1970 terminó la Maestría en Literatura en la Universidad de París VII y entre el 1975 y 1983 vivió exiliado en Caracas, Venezuela, donde trabajó como editor de literatura y  asesor de la dirección de El Nacional. También  fundó El Diario de Caracas en 1979. Durante sus años en México  creó el diario Siglo 21 de Guadalajara (1991),  que circuló  durante siete años y el suplemento literario del diario de Página 12. Desde el año  1996 hasta su muerte fue columnista de La Nación y de The New York Times Syndicate. Tomás Eloy Martínez también escribió diez guiones de cine, algunos con Augusto Roa Bastos. Dictó  conferencias e impartió  cursos en  universidades de Sudamérica, Europa y Norteamérica. Fue ganador del  Premio Internacional Alfaguara de Novela en 2002, el Premio Cóndor de Plata y el premio a la trayectoria de la Asociación de Cronistas cinematográficos de la Argentina de 2008. En 2009 con el premio Ortega y Gasset de Periodismo Periodismo a la Trayectoria Profesional.

Bibliografía

1961:  Estructuras del cine argentino (ensayo).

1969:  Sagrado (novela).

1974:  La pasión según Trelew (relato periodístico).

1978:  Los testigos de afuera (ensayo de crítica literaria).

1979:  Lugar común la muerte (colección de relatos).

1982:  Ramos Sucre. Retrato del artista enmascarado (ensayo de

crítica literaria).

1985:  La novela de Perón (novela).

1991:  La mano del amo (novela).

1995:  Santa Evita (novela).

1996:  Las memorias del General.

1999:  El suelo argentino

2000:  Ficciones verdaderas.

2002:  El vuelo de la reina (premio Alfaguara 2002).

2003:  Réquiem por un país perdido (ensayos y crónicas periodísticas).

2004:  Las vidas del General.

2004:  El cantor de tango (novela).

2008:  Purgatorio.

2010: Olimpo  (Narraría  el Olimpo de la mitología griega, el uso del Olimpo por los nazis y  el centro clandestino del barrio de Vélez Sarsfield que abrió la última dictadura militar argentina) Pendiente.

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