PERSONAJE
Antonio Guzmán: el hombre y el político

<STRONG>PERSONAJE<BR></STRONG>Antonio Guzmán: el hombre y el político

Existe una categoría de seres humanos ante los que la muerte nada puede. Personas que cuando ya no están adquieren una singular fuerza de permanencia. Se nos hacen más cercanos y visibles en sus vetas más profundas. Es como si los relieves que les singularizaron durante sus vidas se acentuaran para hacernos entregas de su perfil verdadero. 

Silvestre Antonio Guzmán Fernández, «Don Antonio», en su actuación en el escenario publico enseñó cosas fundamentales que sólo el tiempo se ha encargado de presentarlas en su justa dimensión.

Antes que nada enseñó al país dominicano que el Presidente de una nación es un hombre como los demás y no un ser misterioso, docto o cibernético. Y dejó bien clara la diferencia entre ser autoritario y ser un hombre de autoridad, .

Es cierto, desde el principio de su mandato el presidente Guzmán Fernández fue un Ejecutivo con autoridad, a quien no le tembló el pulso para tomar decisiones «delicadas y difíciles».

Y es que el poder era para él un deber y una responsabilidad. Un instrumento de cohesión y disciplina social. Este agricultor logró en el ejercicio del Poder político conciliar una gran modestia personal con un claro sentido de autoridad institucional.

Asimismo, Don Antonio Guzmán Fernández marcó valientemente la diferencia nodal entre el nacionalista y el nacionalero.

Y delineó nítidamente el contraste existente entre el demagogo posmoderno y el demócrata sincero.  

El presidente Guzmán amó y sirvió a su patria con abnegación, sacrificio, desinterés e integridad. Durante su cuadrienio enfrentó factores económicos adversos provenientes del exterior. Enfrentó inevitables y terribles fenómenos naturales. Se esforzó en restaurar la moral administrativa a pesar de tener un Congreso adverso.  

Considerado, a veces, indeciso y lento en sus maniobras tácticas, Don Antonio Guzmán, «mano de piedra Guzmán», como le llamó el pueblo llano, supo capear, sin embargo, el vendaval que heredó y las luchas intestinas del PRD. Y su obra cumbre quedó completamente demostrada a raíz de su inmolación: La institucionalidad de las Fuerzas Armadas y la consolidación de un régimen democrático. En su Gobierno, la agricultura dejó de ser un recinto de actividad colonial para convertirse en un sector con prioridad y una dinámica nunca vista.

En su vertiente humana, Silvestre Antonio Guzmán Fernández fue un hombre sencillo, de trato afable, inteligente y práctico. 

La controversia en el PRD quiso detenerse en lo insustancial. Acusado de «reeleccionista» apoyó a Jacobo Majluta para enfrentar a Salvador Jorge Blanco. El fuego contra «mano de piedra Guzmán» fue cruzado. Sus adversarios políticos intraperredé le inventaron «cualquier cantidad de calumnias». Porque el discurso de sus «enemigos letrados» era hueco, vacío y amorfo.

La lucha por los principios del PRD cedió ante el combate personalista-familiar y el ataque artero se centró en su persona, causando huellas de dolor. Peligrosas diatribas prematuras buscando afanosamente la inhibición de su ascendencia política ante sus partidarios y seguidores. 

En los corrillos políticos, en trastiendas de barrios, en las zonas del Partido y en los medios de comunicación de masas, murmuraban todas clases de inventos de «corrupción palaciega», para corroer el sincero esfuerzo de dirigir del presidente Guzmán y algunos de sus más cercanos colaboradores.  

A pesar de todo -y de todos-, la impaciencia, después de su fácil victoria el 16 de mayo de 1982 sobre Bosch y Balaguer, un «abogado» no cesó en seguir martillando al «compañero Presidente saliente» con amenazas solapadas unas veces y, sin rubor, completamente explícitas otras. Silvestre Antonio Guzmán Fernández, el ser humano, comenzó a sentir en el hondón del alma una vergüenza que no le pertenecía. 

Con una «depresión endógena» a causa de que la Química cerebral indicaba O.2mgs en el rango terapéutico del «litio», adicionada con una «depresión exógena» provocada por las amenazas de retaliación que a viva voz clamaban «los manos limpias» contra Don Antonio, familiares y colaboradores.

Así las cosas, este guerrero de la vida lastimado en lo más profundo de su ser, perdió la fuerza vital en su espíritu de hombre luchador. Antonio Guzmán, «mano de piedra Guzmán», perdió lamentablemente el optimismo y el deseo de vivir.

«El calumnia que algo queda» más su problema bioquímico potenciaron al máximo la ansiedad-depresiva de un amante del campo, los animales, amaneceres y atardeceres, Juan Arvizu, Alfredo Kraus, Carlos Gardel, Alberto Cortes,… esa angustia depresiva rebozó el gran recipiente del honor, el decoro y la dignidad del hombre chapado a la antigua, pero de principios inquebrantables. Se encerró en si mismo… no buscó ayuda… sonreía con esfuerzo… algunos miembros de su Cuerpo de Ayudantes cuentan que le vieron llorar solo en Juan Dolio a la orilla del mar.

(Exactamente mil cuatrocientos días después de aquel memorable 16 de agosto de 1978, a casi cuatro años de su juramentación como Presidente de la República Dominicana. Justamente a seis semanas para alcanzar una meta anhelada. Y empezar de nuevo a recorrer sus fincas, a reiniciar su vida privada…).

(El volver a empezar después de tomar unas merecidas vacaciones. La meta a lograr: el dieciséis del mes octavo del año 82 del mil novecientos. Ambos -meta y reinicio- eran la ilusión de la familia Guzmán Klang. Nadie, excepto el hombre -Presidente- imaginaba el capítulo a vivir…).

La ilusión del viaje familiar quedaron y se fueron por siempre en el corazón de un buen hombre. Una gran vergüenza laceraba su espíritu, pero sin justificación que no fuese la calumnia. El honor del futuro. Una terrible decisión. Una bala. Un hombre honesto, solo y herido fatalmente por las calumnias de «los manos limpias». Asqueado por esas cosas que precisamente no soportaba. Sacudido en sus principios. Enfermo por una ansiedad-depresiva. El fuego purificador de un disparo. El hombre: La vida y la muerte. Alfa y Omega. Todo menos el deshonor infundado. No importaban ni meta ni reinicio. La inmolación por los que amó y ama fue el camino elegido…

Desde aquella madrugada trágica del cuatro de julio de 1982 y a veintiocho años de su inmolación, reposa ahora este combatiente de la vida que conoció el fragor de la lucha, el silencio de la soledad del poder político.Para el presidente Guzmán Fernández llegaron demasiado tarde las flores de la comprensión y el reconocimiento de una sociedad hipócrita y de desarrollo atípico.

El presidente Guzmán no fue de aquellos, a quien Antonio Machado en versos de presencia, les reprochara «mirar sin ver», fue actor y testigo y jamás -equivocado o no- traicionó sus ideales, tampoco sintió dar limosna, y menos aún a quien buscara ayuda. Antonio Guzmán Fernández fue maestro, sin precisar títulos.

Enseñó que por encima del poder y la vida misma, están la dignidad, el decoro y el honor. Quizás por eso algunos fanáticos lo odiaron, otros le calumniaron, sin embargo lo importante es que ahora para nadie resulta un hombre indiferente, y por eso su recuerdo sigue vivo en la memoria del pueblo, porque Don Antonio recorrió el breve camino de la vida sembrando y construyendo, forjando, edificando y creando.

En síntesis

Víctima de las calumnias

Sus adversarios políticos intraperredé le inventaron «cualquier cantidad de calumnias».   Así las cosas, este guerrero de la vida lastimado en lo más profundo de su ser, perdió la  fuerza vital en su espíritu de hombre luchador. Antonio Guzmán, «mano de piedra Guzmán», perdió lamentablemente el optimismo y el deseo de vivir.

Publicaciones Relacionadas