PERSONAJE
Un año sin el alma de jazz de Porfi Jiménez

PERSONAJE<BR>Un año sin el alma de jazz de Porfi Jiménez

Desde que escuchó  jazz por primera vez, en los discos que el célebre trompetista Héctor de León trajo a Santo Domingo, Porfi Jiménez quedó para siempre comprometido con esa música. Es una pasión que no lo abandonaría jamás, marcando la impronta de su estilo a lo largo de más de 50 años de trayectoria artística.

Muy joven destaca como trompetista en la Academia Municipal de Hato Mayor bajo la égida del maestro Quirilio Albuerme. Más tarde, en la orquesta de La Voz Dominicana otro maestro, Enrico Taviati, lo inicia en el arte de componer. Y esa pasión por el jazz, que lo anima a continuar preparándose con el método de la Berklee School of Music de Boston, sobre todo en los libros de Henry Manzini, Don Sebesky, Russ García y Quincey Jones, entre otros que influirán su forma de orquestar.

Con esas herramientas, en 1954 llega a Venezuela  –con su país en el corazón-, para trabajar con la orquesta de otro dominicano, Rafael Tata Minaya, pasando después por las de Pedro José Belisario, Billo Frómeta y Los Peniques, entre otras.

Al mismo tiempo, va ganando nombre como arreglista, y en 1959 establece una oficina  con el destacado pianista, locutor y compositor Aníbal Abreu, donde José Pagé, encargado del sello Velvet, conoce su trabajo y lo contrata como director musical por más de diez años.

De esa época son sus famosos arreglos para Felipe Pirela, el célebre “bolerista de América”, Blanca Rosa Gil, Sophy, Rolando La Serie, y otros conocidos cantantes venezolanos como Mirla Castellanos, El Trío Venezuela, Cherry Navarro, Estelita del Llano,  entre otros.

Mientras tanto, Porfi se reune regularmente con músicos dominicanos y venezolanos, como el Pavo Frank Hernández -a quien había conocido en Santo Domingo-, Pucho Escalante, Tata Palao, Quique Hernández, Eduardo Cabrera, Aldemaro Romero, Georgy Lister, Choco de León, Mario Fernández y Elisa Soteldo, a escuchar jazz y comentar los discos del momento, o a «descargar».

Si la huella del jazz caracteriza ya su trabajo como arreglista y compositor, seguirá presente más tarde, cuando debute al frente de su propia orquesta bailable, que llamó la atención desde el primer momento por su estilo ágil y dinámico, en el que combinaba la dirección con el canto, el baile y los solos de trompeta. Pero, sobre todo, destacaba la crítica, la calidad de su sonido: «la orquesta de sonido diferente», la calificaron entonces. Y «la orquesta más afinada de Venezuela», años después.

De la salsa al merengue. Por el prestigio de su nombre, Porfi es llamado en 1974 para constituir y dirigir la agrupación que habría de alternar con Las Estrellas de Fania, en su primera presentación en Venezuela. De allí surgiría El Trabuco Venezolano, que más adelante dirigiría Alberto Naranjo, y los cantantes fueron Chico Salas, Coco Ortega y Carlín Rodríguez. «Fue la primera big band que se formó en Venezuela, y me siento muy orgulloso de haber participado en ella», declaró Carlín. 

Por ese tiempo, la Orquesta de Porfi Jiménez recibe, además, el segundo lugar en el primer Festival de Orquestas realizado en Venezuela en 1975, y el reconocimiento de países como Colombia -donde le otorgan el Congo de Oro en los carnavales del 67-, Panamá, Curazao, Miami y Puerto Rico -donde es calificada en 1968 como “la mejor agrupación venezolana presentada en la isla”.

De su repertorio básico de entonces es la salsa la que atrapa su interés de artista, porque en ella, según explicó, encontraba el vínculo con su primigenia  pasión: el jazz.

Esto es evidente en toda la producción de esa época, donde cada nuevo longplay revela una acentuación de su carácter como investigador y una experimentación cada vez más audaz en su progresión de acordes y armonías, como se evidencia en piezas como el arreglo que realiza del clásico “Compadre Pedro Juan”, y otras de su autoría como  “Porfidescarga”, “Saludo a Puerto Rico”, “Recta final”, o las numerosas piezas que dedicó a Santo Domingo, a donde volvía todos los años, como “Quisqueya”  o “La reina del mar Caribe”, entre otras.

El comentario de un usuario de Youtube, a propósito de  “Bombero”, cantada por Kiko Mendive, es ilustrativo de lo que era su estilo: “¡Que arreglooo!” Detrás del músico de orquesta bailable, el corazón de un arreglista de big band, con la más pura armonía jazzística contemporánea. Fijense en el intermedio de las sirenas del carro de bomberos… ¡Magistral! 

Terminando los 70, cuando el panorama musical cambió para las orquestas de música bailable latina y el merengue entró a dominar el panorama, Porfi Jiménez se orientó hacia ese ritmo que conocía desde su infancia, comenzando otra etapa que le dió  fama como merenguero por  más de veinte años.

El punto de partida fue precisamente el disco “Veinte años”, producido por él mismo, en el que piezas como “Dolores” y “Se hunde el barco”, ganan rápidamente la preferencia de las salas bailables. Mas tarde vendrán otras como “Ella me vacila”, “Merequetengue pa ti”  y el célebre “Culucucú”, con mas de 500 mil discos vendidos en un año, que le reportarán nuevos premios y reconocimientos, y un lugar preferencial en los carnavales de Colombia e Islas Canarias.

Con el jazz a la ONU. Esa fama, sin embargo, no lo aleja del jazz. Al contrario, ya en los 80 había comenzado silenciosamente a escribir piezas con las que sorprendería al público venezolano al retomar una de las grandes tradiciones mundiales del jazz: la del  Big Band.  En ella da relieve nuevamente su multifacética personalidad musical, al entregar, como autor y compositor, un repertorio para grandes orquestas considerado hoy como único en Venezuela.

La Porfi Jimenez Jazz Big Band debuta el 30 de junio de 2004, en el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, presentado por Jacques Braunstein, uno de los mas reconocidos críticos y estudiosos del jazz Venezuela.

La agrupación está constituida por un grupo de jóvenes apasionados de este ritmo, que,  de manera absolutamente desinteresada, se reúnen a ensayar semanalmente durante ocho años, tan solo por el prestigio que significa para sus trayectorias  trabajar y aprender con el maestro Porfi Jiménez.

Entre ellos destacan Benjamín Brea, Julio Flores, Julio Andrade y Rodolfo Reyes en los saxos; Héctor Velásquez, José León, David González y Máximo Quispe, en los trombones; Vicente Freijeiro, Rafael Rey, Rodolfo Rada y Eduardo Wolf, en las trompetas; Justo Morao, al piano; Gerardo Chacón, Andrés Briceño como baterista y Euro Zambrano en la percusión.

Con esta orquesta, Porfi Jiménez fue invitado especial a inaugurar, cada año, el Festival Internacional de Jazz del Hatillo y piezas de su autoría, como Petronila, inspirada en la memoria de su madre;  Jealon y Sara –dedicados a la memoria de dos de sus hijos-,  Sammy & Ethan –escrita a sus nietos-, Sammy Sosa, Venezuela  y Goodbye Basie, o sus arreglos sobre los clásicos Quintessence, de Quincy Jones;  la célebre Moonlight serenate, de Glenn Miller, Lamento, o Cómo fue –interpretado por Renier Lezama-, le dan un alto sitial como representante del jazz en nuestro continente.

Un lugar que fue objeto de reconocimiento por la Orquesta de las Naciones Unidas, dirigida por Rolando Briceño, donde se le rindió homenaje junto con Ray Barreto, en lo que constituyó para él uno de los más importantes triunfos de su carrera.

Porfi Jiménez se revela así como un creador y un investigador musical polifacético, que supo resolver, no sin reveses, el eterno conflicto del músico contemporáneo entre creación y sobrevivencia. 

“El jazz fue siempre una de mis grandes inquietudes”, declaró poco antes de su partida. “Con mi orquesta de jazz quiero que escuchen mi sonoridad, mi capacidad de arreglista. Mientras que con la música bailable quiero que la gente se contagie de la alegría que transmiten esos ritmos”.

La autora es periodista e hija del artista.

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