Personalidad social y violencia

Personalidad social y violencia

JOSÉ  LUÍS  ALEMÁN  S.J.
Uno de los últimos libros de Amartya Sen, Premio Nobel  y conciencia de la Economía, está dedicado a un tema, “Identidad y Violencia”, que en la actual división de las Ciencias califica más  como  Sociología y Ética que como Economía. Estas estrictas fronteras resultan imprescindibles para poder profundizar en el comportamiento social de la Humanidad -el intelecto humano se pierde cuando intenta tratar de modo global la realidad en su compleja realidad- pero estimulan la creencia de su real separación. De ahí la extravagante opinión de que el economista no debe hablar de ética ni de sociología. Algo tan sorprendente como la afirmación de que el moralista o sociólogo no debe hablar de economía.

Aceptaría  esas palabras si ellas quieren decir que es mejor callarse cuando uno no sabe algo aunque sin duda la conversación normal tendería a cesar si se aplicase la receta a todo tiempo y lugar. Otra cosa es cuando alguien habla ex officio como aspirante a científico social; allí una básica competencia intelectual del tema es prerrequisito profesional y hasta ético de la palabra.

Me inquietaría pensar que la opinión indicada indujese al economista a no buscar una comprensión más que inicial de aquellas materias que como la Sociología, la Politología y la Filosofía (nunca olvidemos que PhD, el lema insignia del doctorado, son las iniciales en latín de Philosophiae Doctor,  Doctor en Filosofía) parecen fundamentales para intentar una explicación de la realidad social humana. No hablo de las Matemáticas y de  Estadística porque estas son consideradas, acertadamente como instrumentos de la Economía. Quien desee profundizar el tema encontrará material abundante y profundo en la “Historia del Análisis Económico” de Schumpeter

Por eso el ideal del economista consiste en conocer además de “su” profesión los principios fundamentales de las ciencias sociales más ligadas a ellas.  Nada de raro consiguientemente que algunos supereconomistas como Sen, además fuerte en econometría, osen movidos por una extraordinaria sensibilidad social a aventurarse en áreas afines ligadas con su disciplina y con su experiencia de vida. 

Antes de  tratar la tesis de Sen conviene que nos acordemos los economistas de la importancia de las instituciones y de las costumbres sociales en lo que desde Edgeworth es el introito de la microeconomía teórica: las curvas de indiferencia del consumidor.

1. Consumidor, identidad personal  y sociedad

a)  Los teóricos de la metodología neoclásica de la economía han identificado al consumidor como una persona que, restringida en su ingreso, busca aumentar su utilidad (los tiempos de maximizar pertenecen a la historia) en cada decisión en la cual tiene que elegir entre bienes con precio en los mercados.  Precios, ingreso y gustos, que identificaremos sin entrar en pesadas aunque importantes aclaraciones como curvas de indiferencia indicadoras de la utilidad que confieren al consumidor diferentes combinaciones de los bienes examinados, son las piezas fundamentales de la teoría neoclásica de la demanda del consumidor individual.

      El tratamiento analítico de estos elementos es inobjetable. ¿Qué otra cosa más es necesaria para decidir qué y cuánto consumir? Ingreso, precios y gustos o preferencias son los elementos necesarios y suficientes para analizar la demanda de bienes y servicios de un consumidor.

      El modelo tiene, sin embargo, un punto bien controvertido: el carácter individual, personal o social, de los gustos. Si estos proceden fundamentalmente del individuo las políticas económicas deben orientarse a aumentar su ingreso o a influir en la oferta. Si la “sociedad” es factor importante de los gustos que cada uno de nosotros alberga  las políticas deberían apuntar a la modificación de las modas, las costumbres, las instituciones  y hasta la cultura de los grupos sociales.

      Un simple ejemplo explica lo que significa origen social de los gustos individuales. Cada uno de nosotros los tiene, sin duda, pero ¿es posible separarlos de la moda del grupo de edad (tal marca, tales tenis, tales perfumes, tales celulares) a la que uno pertenece? Si el ingreso lo permite ¿qué marca de automóvil aceptada en personas de mi status social voy a comprar? Modas, costumbres, consejos de amigos, fama del producto…matizan fuertemente el color de mis gustos.

      Sen, maestro de maestros precisamente en el campo de microeconomía, entendió hace mucho por trágica experiencia infantil, la importancia de lo “étnico” y de lo “religioso” en la formación de la identidad social y personal.

En palabras que no requieren explicación escribe: “buena parte de la teoría económica actual procede como si al elegir sus metas, objetivos y prioridades las personas no tuvieran o no prestaran atención a ningún sentido de identidad distinto de sí mismas”. Así no es la vida.

b)    ¿Cómo tiende el economista, iniciado en ciencias sociales y casi nada en psicología, a comprender el proceso de formación de la identidad individual y social? Sencillamente por medio del contacto del individuo, obviamente con su “dotación inicial” genética,  con personas de los grupos sociales con los que entra en contacto: con su familia, barrio, escuela,  iglesia, medios de comunicación, profesión, patria, ejército… Cada institución presenta formas de evaluar y de actuar relativamente diferentes porque normalmente se especializan en áreas distintas.

       Estas subsubculturas a las que cada uno esta expuesto son asimiladas eclécticamente y de forma  objetivamente inconsistente, por las personas pero dando prioridad a una o  en escenarios sociales distintos a varias de ellas. Una vez socializados tan policrómicamente,   los individuos nos convertimos en  multiplicadores de algunas de esas subculturas e influimos en su futura conformación.

       Nunca ha sido factible formar identidades sociales nítida y rotundamente  definidas porque siempre varía la dotación genética original, siempre pertenece la persona a diversas instituciones (aun en la Edad Media: familia, pueblo o ciudad, profesión, parroquia, estamento social)  y siempre tiene la persona cierto  grado de libertad para optar por sus preferencias. Sin embargo las cargas afectivas y emocionales que las distintas instituciones ejercen sobre la persona son sumamente distintas. Por eso es diferente el grado de identificación con la institución clave.

       Sen, nacido y educado en una India que experimentó crueles guerras étnicas y religiosas (hinduismo e islamismo), añade al análisis una dimensión poco resaltada: la posición de las personas que participan de una identidad social frente a otras rivales. O se es hinduista o se es islamista, o se es cristiano o se es judío, o se es blanco o de color.  El conjunto de cada una de esas instituciones no acepta elementos ajenos. De hecho la rivalidad es frecuente. A veces busca la eliminación del rival.

     De ahí la violencia social.

c) Los clásicos grupos con identidad social rival

      Los más significativos han sido históricamente hablando los grupos religiosos (cristianos y judíos, cristianos-islamitas, católicos -protestantes) y los étnicos   raciales o no (hutus y tutsis, blancos y negros, árabes-islamitas). En mucho menor grado los grupos socioeconómicos (campesinos-terratenientes; proletarios y aristócratas).

      La rivalidad intergrupal a veces se impone en la falta de “comercio en la mesa y en la cama” como ocurría con los gethos  judíos en épocas de la cristiandad o con los “negros y los wasps” en los Estados Unidos de la primera mitad del siglo XX, otras veces en la exclusión de cargos y empleos públicos (conquistadores-conquistados), a veces en la violencia exterminadora (fundamentalistas islámicos y judíos).

      La identidad social violenta a veces se da sólo en explosivos movimientos de masa mientras que en la vida diaria prevalece la tolerancia y hasta la mutua ayuda   (hindúes y mahometanos en la India de Sen junior).

2. Identidad y violencia social dominicanas.

 a)  Social e históricamente hablando la República Dominicana no es ninguna isla. Al igual que en muchos países  hemos sufrido u ocasionado rivalidades que  han llevado a ciertas formas de  violencia. Contemos entre ellas las sufridas por los indios y esclavos negros a manos de los conquistadores, la exclusión de los criollos de cargos públicos y eclesiásticos, las invasiones de Haití, el trato a los haitianos indocumentados, y la violencia sufridas por los emigrantes a Estados Unidos o a España. Un factor común a casi todos estos conflictos, violentos y menos violentos es el étnico-racial consecuencia de abusos socioeconómicos. Las ideologías quieren legitimar la violencia pero en realidad no suelen ser ellas ni sus formuladores las principales responsables sino la asimetría de poder económico y la memoria renovada simbólicamente de una historia de abusos sufridos

      Sin duda toda identidad social importante presupone una clara prioridad  y muchas discriminaciones evaluativas. Tanto la religión original, no la irénico-ecléctica, ligada en sus creyentes a la convicción emocional de ser camino preferido o único de salvación o de iluminación de la vida y de la muerte misma, como el color de la piel y la historia de altibajos de poder tienen que recalcar cierta exclusividad social a la que los “otros” no-miembros carecen de acceso socialmente aceptable. La religión, por su importancia existencial, y la etnicidad histórica por la imposibilidad de negación  corren el  peligro de porosidad osmótica al entrar en contacto con personas de identidad social distinta. Por eso tienden a tabuizar ciertas formas de socialización (“comunión en cosas sagradas” reza el Derecho Canónico) y a denigrar su razón de ser o su práctica histórica.

       Aunque la mayoría de las personas que se identifican con una religión o una etnia concreta conviven con personas en otras áreas sin mayor problema, existe la posibilidad de que algunas  prescindan de esa realidad social para combatir violentamente  a quienes osan seguir otros caminos. Los musulmanes fundamentalistas que ven como esencial para su fé el Estado confesional exclusivo creen su deber luchar por exterminar a quienes apoyan una separación real Estado-Religión. La asimetría histórica alimenta otras veces un terrorismo respuesta a pasadas sufrimientos y abusos. Menor violencia, pero violencia legal extrema, practica el Estado de Israel contra conversos  a otras religiones.

b) Afortunadamente la identidad social dominicana es ajena a la violencia física en el campo religioso pero practicamos con frecuencia  una violencia social  étnico-racial-histórica con haitianos  en manifestaciones más o menos sutiles o burdas de desagrado o desprecio unidas, curiosamente, con otras de solidaridad y ayuda mutua: atención en hospitales, tolerancia laboral aunque sea por conveniencia económica, etc. No olvidemos, con todo, que al recordar nuestra experiencia vital constatamos que un desprecio pesa y duele más que diez muestras de apoyo. Quienes por necesidad buscan en el extranjero una nueva vida saben de eso aunque con frecuencia prefieren ocultar sus humillaciones y magnificar sus éxitos. 

      No es mi intento, sin embargo, tratar el lado negativo de nuestra identidad social contra el extranjero. La violencia institucional que me ocupa es la interna la que  afecta a instituciones dominicanas con las cuales nos identificamos en concreto la nación.

     Según la Gallup el 57% de los dominicanos estaría dispuesto a dejar el país si tuviese oportunidad, La mayor parte de ellos probablemente se siente   orgullosamente dominicana, una de sus identidades sociales más importantes. La pobreza o la falta de expectativas económicas favorables es uno de los probables determinantes de esa actitud: el país no está satisfaciendo esas aspiraciones. Difícil sería excluir de responsabilidad parcial al Estado o concretamente al Gobierno, a éste y a otros.

c)   Tal vez podamos profundizar más el grado de su responsabilidad  analizando dos características muy  discutibles de la política económica y social: el descuido de las funciones básicas del Estado (salud, educación, medio ambiente, agua, luz, transporte) relacionadas con los pobres -casi el 60% de la población- y la inobservancia de la institucionalidad fundamental. Primero algunas aclaraciones.

          No me refiero a un descuido total de las funciones sociales del Estado sino de la vivencia de muchos de que ellos no progresan económicamente y de que lo que sí puede mejorar su situación y depende en buena parte  del Estado (sus funciones sociales) ni siquiera se conserva. Ejemplos: limpieza pública, mantenimiento, servicios urbanos, seguridad, agua, energía,  medicinas, seguridad para el futuro. Y todo en años de  extraordinaria afluencia de ingresos fiscales o sea de impuestos pagados.

     La gente sabe que su problema tiene mucho que ver con el empleo y hasta que poco es lo que el Estado puede hacer directamente para resolverlo. Lo que no le cabe en la cabeza es que la publicidad oficial se explaye en  afirmar que el país marcha por el Metro, Punta Cana, Sans Souci, las reservas internacionales, etc. cuando vive sometida a un ambiente físicamente fétido y pasmosamente desorganizado. Le molesta y le indigna oír  hablar contra su experiencia del control de la inflación. Aunque fuese verdad que la inflación no supera el 9% ( el bendito “un dígito”) se pregunta si sus ingresos subieron en la misma o mayor proporción.

     La desinstitucionalización estatal, falta de acatamiento de las normas  fijadas y de llevar a la Justicia a sus transgresores, afirmaciones contradictorias continuas  y despliegue de opulencia de gobernantes en una era de la información electrónica que permite que todo se filtre acaban por quebrar la confianza de la gente en sus Gobiernos.

      Finalmente: vivimos todavía una violencia social  de facto contra la mitad de la población. Como en los Estados Unidos de principios del siglo XX  los negros no tenían acceso fácil a cargos y empleos públicos,  los dominicanos que no figuran entre miembros o amigos del Partido sufren hoy similares dificultades. De hecho no hay servicio civil confiable en el país. El Presidente dijo la tercera parte de la verdad cuando afirmó que en la administración pública la  partidocracia vence la meritocracia, pero olvidó otras dos terceras partes: señalarse a sí mismo como responsable parcial  sin alegar  presiones de políticos, muy reales por cierto,  y reconocer que todos los ciudadanos, aunque más los derrotados que los ganadores,  pagamos la partidocracia, sea cual sea su simpatía política.

3. Conclusión

Me pregunto ingenuamente si no hay razones para esperar un debilitamiento de la identidad social patriótica. Pruebe un Gobierno o mejor un Partido en el, poder a concentrase en la oferta de los servicios públicos, al mantenimiento de las inversiones por dos años y al cumplimiento de las normas institucionales aprobadas. Tal vez mejore así el sentimiento de pertenencia  a la nación dominicana.

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