Personas víctimas de la dependencia emocional

Personas víctimas de la dependencia emocional

Psiquiatra Jose Miguel Gómez.

Si hay algo que ata, encierra y mutila la libertad afectiva de un ser humano es la dependencia emocional. Se comporta como una droga, como una necesidad imperiosa, enfermiza, que bloquea el racionamiento, empobrece la conciencia y pone de rodillas al espíritu. La dependencia emocional es una trampa que involucra desde los sentimientos a las emociones, desde las vivencias, hasta los vínculos primarios de las figuras que ayudaron a consolidar el afecto y los apegos: los padres. Las emociones, el apego y el afecto se van construyendo mosaico a mosaico con los vínculos primarios de la familia que, a la vez, es el primer contacto, el artículo de primera necesidad de un ser humano.

Ese apego, cuando es desproporcionado o cuando es carencial, produce unos huecos, unas angustias y una necesidad visceral que se va haciendo más dependiente de la otra persona que simboliza o representa la carencia primaria. Así se llega a la dependencia emocional, así se va transitando por la avenida de los vacíos existenciales, así se va buscando la aceptación, la validación y el soporte de una vivencia llena de carencias, donde se espera que la pareja más que el motivo, sea la razón, y más que un proyecto, sea la existencia. Pero también está la cultura, la educación de género, la inequidad de comportarnos cuando del amor se habla. Son estas condiciones que hacen que el dependiente nunca entiende el cerrar ventana, despedirse por siempre, cerrar capítulo, borrar camino, abandonar círculos o tomar un lápiz y subrayarlo sobre un trozo de papel, escribir una despedida, tomar el papel por un extremo, y por el otro, con la vela encendida, del por siempre y para siempre.

El dependiente no puede hacerlo, es como dejar a su padre o a su madre, es un amor enfermizo que va más allá de lo carnal y lo sexual, de la química y de la pasión. Más bien, es una necesidad que termina justificando y racionalizando su enfermedad emocional. Siempre espera un milagro, un cambio, una oportunidad, tratando de desconocer la relación enfermiza con la que vive; una relación sufrible, disfuncional, desigual, no importa, el inconsciente le ayuda con sus mecanismos de defensa. “Es malo conmigo, pero es buen padre”. Cada comportamiento se justifica, cada expresión se racionaliza, cada trampa tiene una esperanza. La espera es de años, el duelo es de siempre, y el agotamiento emocional se vive en el día a día a través de la lucha de poder. El salto está pendiente, el miedo le impide, la inseguridad le paraliza, las emociones y la pasión le traicionan. Así es la vida de una relación dependiente emocionalmente. De que se cura, se cura, pero son muchas horas de diván y de confrontaciones; el duelo se supera cuando se confrontan los pensamientos, las vivencias y las emociones negativas reforzadas. Vivir una dependencia emocional es vivir sin el ancla de la autoestima, de la madurez, de la inteligencia social, y del coraje de asumir un proyecto construido para la felicidad. El barco marital con dependencia corre el riesgo de hundirse y zozobrar en cualquier tempestad, donde el dependiente se ahoga primero, ya que le faltan sus propias anclas, no importa qué tan fuerte golpeen las olas del mar, su vulnerabilidad está en sus anclas, no resiste, su estructura emocional y afectiva es tan débil que prefiere esperar que otra persona sea la que dirija el barco, diga a qué puerto llegar, o qué hacer en la crisis.

El dependiente no cuenta con su propio timón, su propio barco; todo lo ha relegado en su pareja, simplemente sabe de su dependencia, pero no sabe qué hacer con ella. La cura de la dependencia, repito, descansa en descubrir sus anclas, tener el coraje y la seguridad de creer en ellas, sólo así se acepta que el capitán de su propio barco es usted.

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