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Como bien lo expresara el doctor Julio Fermoso, ex rector de la Universidad de Salamanca, en la página 98 y siguientes de su libro Más Allá de la Autonomía: “nada mejor para la revaloración de la educación superior latinoamericana que partir, no de una sensación de derrota o de atraso, sino de una visión justa de cuál ha sido y es su valor social, educativo, cultural y económico”. Según el destacado educador español para ello se necesita una visión amplia y generosa de las aportaciones de las instituciones de educación superior y de sus contribuciones al desarrollo; una visión que considere las limitaciones, los problemas y riesgo y que, al mismo tiempo que reconozca logros y oportunidades; una visión integral de la complementariedad y papel de los distintos autores y sectores de la sociedad y del entorno en el que actúan dichas instituciones.
Llegó el momento de olvidarse de aquellos tiempos en los que resultaba suficiente el indicar las grandes áreas en que se pensaba incidir para recibir recursos provenientes de entidades públicas o privadas. Ya es hora de dar a conocer a las naciones cuál habrá de ser la contribución específica que resultará de la puesta en práctica de determinado programa de estudio; tiempos en que se justifiquen los fondos que para ello se soliciten, tal y como ha venido sucediendo desde hace unas cuantas décadas en la casi totalidad de las instituciones europeas de educación superior. Una reforma de la educación superior como la sugerida habrá de incidir en los cambios sociales y culturales que aquí, y en los demás países del área, ocurrirán en un futuro cercano. Por ello, bien vale la pena que tengamos muy en cuenta que no existe un camino único, una senda dorada. Que cabe preguntarse: ¿Hacia dónde se orientan nuestros ideales de una reforma universitaria acorde con los nuevos tiempos? Veamos.
Si bien es cierto que los antecedentes históricos de la economía global datan de finales del siglo XV con dos grandes acontecimientos: el descubrimiento de América por Cristóbal Colón y el viaje de Vasco de Gama alrededor del mundo, la idea de un mercado mundial de que hoy tanto se hable se remonta al siglo XVII; la misma, está explícita en la obra “Indagación Acerca de la Naturaleza y las Causas de las Riquezas de las Naciones” de Adam Smith, uno de los fundadores de la clásica escuela de economía inglesa. En esa época, a pesar de que aún quedaban reminiscencias del Medievo, el capitalismo ya prevalecía en todas las ramas de la industria y el comercio inglés, manifestándose de forma patente en la organización y división del trabajo de sus grandes empresas manufactureras. En su obra publicada en el año 1776 y reeditada en varias ocasiones, Adam Smith expuso las causas de la aparición de las riquezas en los conglomerados y en las naciones. El éxito que alcanzó su libro se debió al carácter generalizador del mismo y a la elocuente defensa que hace su autor del régimen de libertad económica. En dicho texto quedaron plasmados los fundamentos del liberalismo. Adam Smith sitúa en el intercambio de bienes y servicios y en la división del trabajo la razón de ser de la sociedad. Finalizada la Segunda Guerra Mundial, se creó la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la que habría de servir de foro donde las superpotencias pudieran ventilar sus respectivas querellas, con la deliberada intención de que surgiera un nuevo orden planetario con los Estados Unidos como centro hegemónico del capitalismo mundial y en relación de rivalidad con la ya desaparecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. El 22 de julio de 1994 se llevó a cabo la firma de los acuerdos de Bretón. A partir de entonces, el dólar norteamericano quedó como referente monetario de los mercados financieros internacionales. Materializándose el proyecto de mayor éxito entre los de postguerra con la finalidad de romper con las barreras arancelarias y fomentar el comercio global. En otras entregas, veremos por qué esta serie de consideraciones deben tenerse muy en cuenta en lo referente a la reforma de la educación superior.