Perversa presión sobre los jóvenes

Perversa presión sobre los jóvenes

Vivimos  una época  que resulta sumamente estresante y, a veces, hasta frustrante  para los jóvenes de hoy. La sociedad  les exige, a corto plazo,  la  preparación y experiencia que solo se acumula  con los años.  Queremos que sean exitosos, pero se mide el  éxito por la cantidad de  dinero que son  capaces de producir, en un momento de sus vidas en que apenas dan  sus primeros pasos como seres independientes.  Y es que, aun ejerciendo un trabajo,  se necesita  tiempo para adquirir  el conocimiento proveniente de  la ejecución del aprendizaje  teórico  y de  las destrezas que se adquieren con la práctica continua. 

Las frutas verdes nunca fueron dulces, su amargura se percibe  al primer intento de saborearlas.  Hay que dejarlas madurar para que su sabor dulce se exprese.  Se está aplicando demasiada presión a nuestra juventud, pero no me refiero a la recomendación que se les pueda hacer para que estudien o sean  seres activos, espirituales y morales.  No, no se trata de  eso.  Me refiero a ese deseo malsano y perverso de que produzcan dinero, dinero, mucho dinero y de manera acelerada. 

Para una gran cantidad de mujeres y hombres, una pareja  sin dinero no vale nada, es más… no estarían dispuestos a casarse con una persona sin dinero, de ninguna manera.  El amor como el eje que mueve a la humanidad ha sido sustituido por el dinero,  y  vale más que todas las virtudes citadas por Aristóteles. 

Es  peligroso para la  salud mental y física de la juventud  el que se despierte y venda  la codicia como una virtud.  Es arriesgado para el hogar, para las empresas y para la nación que la codicia  prime. Este nuevo y extraño tipo de  presión al que se ven expuestos  los jóvenes de hoy es excesivo y termina frustrándolos,  deprimiéndolos,  volviéndolos inoperantes; o por el contrario, a veces termina  por  convertirlos  en gente fría, de alma insensible, capaces de hacer cualquier cosa  para obtener unas monedas. El robo, la corrupción, el asesinato indirecto y directo se convierten  en prácticas comunes en sociedades donde el dinero se convierte en fin y no en medio.  Una sociedad que propicia este tipo de valores está eligiendo  un azaroso futuro donde el vandalismo y la ley de la selva regirán el destino         de la nación. 

Algunos logran cumplir con las exigencias  y convierten su vida en una búsqueda de lo material como único fin. Sin embargo, el  joven incapaz  de  evolucionar al ritmo acelerado que  se le exige comienza a sentirse inútil, desfasado  y culpable, por creer y sentir que no cuenta con las capacidades mentales  para entregar lo que se demanda de él.  Solo tiene dos caminos: o se arma de valor y logra lo que  se exige de él,  a como dé  lugar,  o la sociedad lo inculpa y queda marcado  de manera implacable como alguien que no ha podido lograr las metas que la despiadada vida  de  hoy  le ha impuesto.  Raras veces elige ignorar la exigencia social y utilizar su libre albedrío. 

Pero el precio es alto y empieza a perder el sueño y  a sentirse perdido. El insomnio lo posee  y huyendo de todo aquello que lo abruma con frecuencia   termina en el mundo de los vicios como un escape frente a la realidad de un callejón sin salida. Siente que debe huir para  ocultarse de sí mismo porque ya no es capaz de tolerarse.  Entonces, huye de una realidad altamente  dolorosa  a un mundo alterno donde todo es posible.  Escapa para poder aguantar un mundo cruel que no le da amparo y en el cual no encuentra cabida. 

Por otro lado,  hay  jóvenes que no se quedan ahí, son aquellos  que vuelcan  su rabia sobre  la sociedad  que los  ha engendrado y abandonado a su suerte.  Estos  caen en la red de una acción indebida tras otras.  Se trata de aquellos que están dispuestos  a cualquier cosa, son los  que encuentran  cabida en un  mundo de una oscuridad  sin  límites, aunque en el fondo sean  seres muy sufridos.   

En verdad, la  sociedad se ha ido enfermando, poco a poco, se ha ido envileciendo con el mal de la codicia y el consumismo desaforado.  Vivimos lo que quizás se conozca como el gran descalabro económico del siglo XXI . El hambre  de poder y fortuna  se convirtió en   depredador  de su propio hábitat. 

La honestidad y  la prudencia se van convirtiendo, peligrosamente, en palabras sin aplicación porque se  vive demasiado de prisa y no se quiere esperar que las uvas maduren.  No se quiere dar a cada  cosa el plazo debido;  la  maduración toma tiempo, el desarrollo sano  de  la capacidad plena de producir  toma tiempo.  Pero a los jóvenes de hoy no se les quiere dar el tiempo necesario para crecer y desarrollarse en el mundo laboral. Se les exige que todo  sea  acelerado, atropellado, si se quiere. Por otro lado, y al mismo tiempo,  poco a poco la sociedad ha ido suprimiendo la influencia  que tenían  los viejos sabios. Aquellos hombres y mujeres  que enseñaban el camino, no solo con su ejemplo de vida sino con  una enseñanza clara y directa. Se han ido eliminando los verdaderos mentores: gente con conocimiento y experiencia,  los grandes guías. 

La deuda que ha adquirido esta sociedad posmoderna  que vive atropellando al ser humano, castigándolo por no haber logrado lo que se esperaba de él en la época industrial; por el  fracaso de  los gobiernos totalitarios; y por el más reciente desengaño del  súper capitalismo  deslucido  por  las caídas  de las grandes economías de Occidente ha terminado  en la ruina  de sus más grandes propiciadores  con un costo económico, político y sicológico  incalculable. 

¡Las transformaciones son imprescindibles!  El problema de la pobreza no ha sido resuelto y la clase media  lucha por sobrevivir en un mar tempestuoso. La fórmula actual resulta ineficiente e insostenible y el sistema cae como un juego de naipes, en cámara lenta,  permitiéndonos ver cada detalle. Queda en las manos de los expertos el  encontrar  fórmulas nuevas y  viables. Debemos reinventarnos; quizás,  creando  un tipo de democracia diferente. Necesitamos una innovación económica, social y política global que permita el desarrollo, el crecimiento  y la sostenibilidad.  Necesitamos  de forma urgente terminar con esta terrible locura que nos  ha llevado a  autodevorarnos.

 Hay obstáculos que nos  han impedido disminuir los márgenes de desigualdad y en vez de achicarse se  amplían de una manera brutal.  Sin duda,  la idea de Samuel Huntington acerca de la realidad de un mundo fraccionado, de civilizaciones con sus propios valores e ideologías, parece ser un hecho irrefutable.  Y nosotros en esta pequeña isla, rica en buenas intenciones,  podemos cooperar terminando  con esta perversidad de frustrar a la juventud  con exigencias malsanas.  Brindémosles  el tiempo necesario para desarrollar sus habilidades  junto a gente de experiencia que los guíen y que les permitan aplicar sus conocimientos  y prepararse  para una vez listos ir escalando posiciones de mando como bien se merecen. 

Y en cuanto a  nosotros los adultos,  pongamos el dinero en su justo lugar  y recordemos las  palabras que cita Lucas: “Necio, esta noche vienen  a pedirte tu alma; y lo que has provisto  ¿de quién será?”.

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