Pesadillas modernas

Pesadillas modernas

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Los atribulados ciudadanos de la República Dominicana tienen tres grandes áreas de preocupación; de preocupación social, económica, política: los alimentos; la llamada canasta familiar, que aumentó de precio en el pasado inmediato y ahora desciende un poco, lentamente; los servicios públicos: recogida de basura, suministro de agua potable y de energía eléctrica.

Las familias – de cualquier clase social – están obligadas a disponer de varios zafacones y de una buena provisión de fundas plásticas. Cuando la basura apesta es preciso desinfectarla. No hay que explicar que los techos de las casas están llenos de tinacos para almacenar agua; ni que los apagones prolongados impiden conservar la comida en los refrigeradores. La tercera preocupación es la seguridad: defenderse de ladrones, atracadores, violadores, maleantes armados de varias clases. Estos bandidos pueden brotar espontáneamente de tugurios suburbanos miserables, salir de nuestras propias cárceles por indulto o llegar de los presidios de los Estados Unidos. El resultado es el temor difuso creciente que arropa hoy a la sociedad dominicana.

Tan pronto llega la energía eléctrica a los hogares dominicanos, se encienden los televisores en un movimiento contrario al que describen los famosos versos de García Lorca: «Se apagaron los faroles ( y se encendieron los grillos.( »  La gente corre a ver noticiarios para saber si se pagó la deuda a los generadores de electricidad, si atraparon al asesino de un apreciado periodista, si la policía ha devuelto los vehículos robados, si han iniciado el proceso contra un funcionario publico acusado de cometer una estafa de cien millones de pesos.

A medida que transcurren las horas los televidentes se percatan de que no ha ocurrido nada, de que todo sigue como antes.  El tiempo, al parecer, se ha detenido; «andan días iguales persiguiéndose», diría Neruda. Pero no se persigue a los delincuentes, ni mejoran los problemas colectivos más graves.

Es entonces un gran alivio mirar el prestigioso programa de la TV internacional llamado Maravillas Modernas. Usted se libra así de monstruos intergalácticos, de sangrientas exhibiciones de artes marciales del lejano oriente, de bufonadas cargadas de vulgaridad. Maravillas Modernas opera por contraste con las celebres siete maravillas del mundo antiguo: El coloso de Rodas, los jardines colgantes de Babilonia, las pirámides de Egipto, etc., etc., que siguen siendo maravillas, pero no son comparables con las maravillas producidas por las técnicas de nuestro tiempo.

Cada época es una cápsula que contiene realidades magnificas o estimables y, al mismo tiempo, realidades lamentables o atroces. No es cierto que «cualquier tiempo pasado fue mejor»; ni tampoco es verdad que cualquier otro tiempo del futuro será más estimulante que este presente que vivimos. La vieja querella entre presentistas, «pasadistas» y futuristas, no tiene sentido.  Junto con las maravillas modernas que pregona el mencionado programa de TV, existen lacras, plagas, dolores y angustias, que merecen el nombre de «pesadillas modernas».

Los accidentes de transito, la contaminación ambiental, el terrorismo político, son algunas de esas pesadillas contemporáneas.  Pero no son las mayores. El crimen organizado, las mafias sectoriales, los empresarios depredadores, los gobernantes delincuentes, son en la actualidad un azote mundial.  Hay «ladrones de caminos» en países subdesarrollados; y de superautopistas en Europa del Oeste. En nuestra época de ilegitimidad general es frecuente que los jefes de Estado, al termino de su mandato, tengan que ir a los tribunales o a la prisión, abrumados por el desprecio y los salivazos de los pueblos que los eligieron. No obstante, cada caso atañe a un solo país, a una sociedad determinada; lo sufre una población concreta, limitada, no un continente entero. Los negocios multinacionales tramposos, en cambio, abarcan hoy un territorio enorme. Detalles penosos sobre las quiebras fraudulentas de poderosas empresas de los EUA, ocupan las primeras planas de los periódicos; circula ya por las redes de Internet la historia económica de las corporaciones productoras de energía, en Brasil, en Guatemala, en Argentina, en Chile, en la República Dominicana. Estas últimas categorías: «Pseudócratas» y empresarios – piratas, son dos de las más dolorosas «pesadillas modernas».                        

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