Existen pocos momentos tan acaparadores y fascinantes como aquellos en los que escuchamos contar historias. Si sucede que algún familiar o conocido protagoniza la narración, la experiencia resulta inolvidable. Pero quedan pocos aventureros y se van acabando las historias. Al parecer, la vida muelle y las distracciones citadinas los va desalentando. Prefieren quedarse en casa que viajar a la selva.
Sin embargo, todavía hay quienes gustan de periplos singulares y les entusiasma contárnoslos. Son narradores espontáneos. Suelen ser pescadores y cazadores, por eso tendemos a creerles poco: tienen costumbre de exagerar el tamaño, el número y, sobre todo, las circunstancias de la captura. No es infrecuente oírlos decir que vencieron un tiburón debajo del agua, o que de un cartuchazo tumbaron una bandada de patos canadienses volando en dirección a la Florida. Pero no importa la realidad, agradecemos el entretenimiento que generosamente nos proporcionan. Siempre, al regreso, les prestaremos nuestra atención.
Si acaso comprobásemos que no exageran, que gracias a la tecnología tienen constancia de lo que hicieron, que no fabulan, no tendríamos otro remedio que deshacernos de sonrisas maliciosas y aceptar la veracidad de sus extravagantes travesías. Surcan ríos infestados de pirañas y caminan por selvas dominadas por felinos hambrientos, moviéndose con soltura entre anacondas furtivas y cuidándose de pigmeos antropófagos que quieren zampárselos sin condimento. No mienten.
Conozco a un legendario organizador de ágapes selváticos, Luis Tomás Báez, homo cibernéticus, persistente aventurero que carga computadora en su mochila. Últimamente, se hace acompañar en sus viajes por el doctor Eduardo Alvarez, psiquiatra enemigo de peces y amigo de excursiones peligrosas. A pesar de ya ser abuelos, y de no parecerse a Indiana Jones, persiguen al pez Tucunaré en el Río Paraná y tiran anzuelos en el Amazonas. Estos dos, además, toman fílmicas y fotografías para que nadie pueda acusarlos de mentir como pescadores.
Me deleitan y seducen sus andanzas inciertas por Sur América. No para asistir a ellas, no, sino para que me las cuenten. Aplaudo y envidio el indómito espíritu deportivo de Luis Tomas y de Eduardo, quienes con el ipad 4 iluminan los afluentes del Río Negro espantando fieras marinas. Estas les devuelven el deslumbramiento con su natural fosforescencia. ¡Bravo!
Sabiéndolos dueños de innumerables anécdotas, me pregunto si sus hijos, nietos y sobrinos, saben la suerte que tienen de escucharlos detallar sus técnicas para enganchar a tantos y tan raros ejemplares, y revelar secretos de puntería con la que derriban cientos de palomas en la Provincia de Corrientes, en Argentina. ¿Se detendrán a ver las hazañas en colores desplegadas en la pantalla de sus laptops de última generación? Creo que sí, que celebran y admiran sus andaduras cuando regresan de viaje y cuentan sus aventuras.
A esos personajes, que insisten en visitar mundos indómitos y regresar a contárnoslo, debemos enaltecerlos y rendirles homenaje. Deseémosles que, mientras vida tengan, sigan viajando en hidroavión al Río Urubaxi, sin dejarse amedrentar del reumatismo, ni de otras dolamas impertinentes de la fiera corporal.