Pesimismo atávico hasta los tuétanos

Pesimismo atávico hasta los tuétanos

FABIO R. HERRERA-MINIÑO
La malograda existencia de los seres humanos que han poblado la isla de Quisqueya, desde que se tuvo contacto con los invasores europeos hasta el día de hoy, salpicado por sus azarosas tragedias en una mezcla de razas increíble, ha impreso, en sus distintas generaciones de habitantes, y en particular en su parte oriental de la misma, un sello de la fatalidad o del pesimismo que se arrastra como el sello distintivo de seres humanos que no ha sabido ser íntegros en sus existencias.

Ese pesimismo, que se lleva hasta los tuétanos, embadurna a todos y un pensamiento y cultura que la arrastran desde el más encumbrado empresario hasta el más humilde chiripero, a considerar que la cosa está mala, aún cuando aquel recibe más dinero de sus negocios o engaños al fisco y éstos reciben un salario decente que les permite comprar su litro de ron, jugar dominó, y alimentar a su numerosa prole.

Aún cuando los dominicanos nos viéramos rodeados del progreso, que las cifras desmienten la creencia de que la cosa está mala, que se desmorona la economía o que nadie tiene dinero, vemos de como se importan más artículos de lujo, hay mayor abundancia de yates y helicópteros; más ciudadanos se compran sus apartamentos en la Florida o construyen sus casas veraniegas en los principales resorts o acuden a los mismos en tropel de manera consuetudinaria, en especial en los fines de semana largos. Incluso los chiriperos no construyen sus casas de cartón o de tanques, u hojalata de las latas vacías de aceite, sino que la construyen en blocks y le colocan techos de hormigón, demostrando así que somos masoquistas ya que nos gusta decir que la cosa está mala.

Son muchos los intelectuales dominicanos y extranjeros que han hurgado en el pesimismo de la raza; se le atribuye al tipo de alimentación y a los acontecimientos externos provocadores de dudas acerca de la viabilidad de la nación como ocurriera en 1821, cuando buena parte de la población le solicitara a Boyer que ocupara la parte oriental debido al abandono a que España había olvidado a su colonia preferida. Por igual los hechos de la anexión a España hay que verlos como la duda de que la república como tal no podría perdurar bajo la amenaza constante de Haití, tal como Simón Bolívar auspiciara para que fuera Inglaterra que acudiera en ayuda de los países sudamericanos libertados por él para su preservación.

Hoy en día, ese pesimismo, se revela de como se tratan las relaciones con el vecino país, en que las acciones y decires de todos, van salpicados de un tremendo pesimismo que no da lugar a un pensamiento más proactivo y positivo que nos haga tomar las iniciativas en la solución de una situación que a nadie le conviene y que poderosas naciones lo ven como una incapacidad de los habitantes de Quisqueya para presionar y colocar a la isla en un fideicomiso con la eliminación de la frontera, para ver si así se entienden dos pueblos disímiles en aspiraciones y propósitos de vida.

La cancillería dominicana ha manejado, desde tiempo inmemorial, las relaciones con Haití como algo circunstancial, determinado por las presiones que se hagan desde el occidente de la isla, a presiones internacionales, o que aquí surjan las voces que reclaman mano dura para frenar una inmigración sin señales de disminuir, obligando incluso a revaluar la situación en la frontera. Pero los dominicanos deben renegar de su pesimismo ancestral y tomar la iniciativa de buscar la solución a un efervescente ambiente que pueda asegurar la vida a más de 15 millones de habitantes que hoy en día habitan la isla.

No hay duda de la existencia de temores innatos en los dominicanos, provocados por los recuerdos de aquella matanza de Dessalinnes en Moca o las que protagonizaban las tropas de derrotas de los dictadores haitianos cuando invadían la parte oriental después de 1844, y en sus retiradas, se dedicaban a incendiar a los poblados dominicanos, constituidos por ranchos de cana y madera.

Ahora están de moda los seminarios y las reflexiones, por lo tanto sería prudente coordinar una actividad que vaya al fondo y orígenes del pesimismo ancestral del criollo y determinar el porqué de tantos lamentos, pese a que el país progresa y sostiene índices de crecimiento notables después de haber estado sumergido en la crisis económica más profunda de los pasados 45 años, y casi nos dejó postrados de mala manera, y gracias a los esfuerzos de la actual administración, se ha restaurado la confianza, pero aún así, no se ha desterrado el pesimismo que nos hace creer que todo está peor que antes.

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