Petróleo y delincuencia

Petróleo y delincuencia

FABIO R. HERRERA-MINIÑO
Los dominicanos hemos sido atrapados por dos fuertes sacudimientos sociales y económicos que amenazan la estabilidad social que por años hemos disfrutado después de aquellos acontecimientos que hace 41 años sacudieron al país. El alza incontenible del precio del petróleo y el auge de la delincuencia, nos está llevando a un punto de preocupación muy peligroso, a todos nos tiene nerviosos y es un fértil campo para aventuras alocadas de desestabilización social.

La probable nueva aventura irracional de los Estados Unidos, de amenazar a Irán con un ataque para destruir sus aspiraciones nucleares, ha hecho disparar los precios del petróleo, ya que el mundo conoce que la actual dirigencia norteamericana no frena sus instintos primitivos de arrollar y castigar a todo el mundo con tal de satisfacer sus egos imperiales de dominio y sometimientos de voluntades a una sola voz. Además, por tradición y convencimiento divino, la cúpula norteamericana proveniente de la más rancia descendencia inglesa, se creen los predestinados de Dios para imponer su voluntad religiosa de un cristianismo fundamentalista en que todo se doblega al destino manifiesto de un pueblo de inmigrantes, que ahora luchan de frente a la oleada hispana, que poco a poco los va arropando.

Ya los precios del petróleo impactan en la economía dominicana. La primera manifestación es en los costos del transporte de pasajeros y carga, que se han disparado en la medida que los transportistas tienen que cubrirse ante unos precios elevados y a una voracidad fiscal del Gobierno de aumentar sus ingresos a como dé lugar. El Gobierno está colocado frente a la fuerte disyuntiva de un proceso electoral, en que los elevados precios de los combustibles, podría quemarle sus alentadores augurios de una exitosa participación en las urnas del PLD, tal como lo vaticinan las encuestas.

El ánimo de la ciudadanía, que no tiene la disciplina de austerizarse en cuanto al consumo de los combustibles, ya que el consumo no disminuye, considera que el Gobierno engaña al país con eso de los precios, pues bajo el acuerdo con Venezuela se adquieren los combustibles a precios especiales y en donde los inconvenientes se traspasan al consumidor que necesita de más dinero para cada día poder atender sus áreas de trabajo.

Los elevados precios de los combustibles, que ocasionan angustias en la conducta de la gente, son reforzados por la escalada de violencia que los delincuentes han desatado y actúan a sus anchas, cometiendo toda clase de fechorías en contra de la ciudadanía indefensa. A ésta se le consuela de que busque sus propios mecanismos de defensa, o que se encierre en sus hogares a cal y canto, como si viviéramos en cárceles particulares. Es notoria la ausencia policial en las calles de los barrios de clase media y alta donde no circulan las modernas jeepetas. Los llamados al 911, o las denuncias personales en los cuarteles no son atendidas, a menos que no se les dé dinero para comprar combustibles para los vehículos, para las baterías de los equipos de comunicación o darle algo para los informantes que puedan arrojar alguna pista de la fechoría cometida.

La delincuencia en crecimiento y los precios del petróleo por igual son dos detonantes altamente explosivos para el ánimo de los dominicanos que hasta ahora han aceptado con admirable sensatez ese golpeo constante de la inseguridad tanto en lo personal como en sus economías, asaltada por los elevados precios que obligan a restringir muchas actividades. Si es ofertante de servicios de transporte, eleva los precios de sus servicios como ocurre con los agregados que se utilizan en la industria de la construcción, arena, grava, caliche, etc. de manera de protegerse de tales alzas.

Hasta ahora los dominicanos se han mantenido muy expectantes ante la escalada de precios de los combustibles, se atemoriza por el auge de la delincuencia, lo cual conduce a un estado de ánimo pesimista para el futuro de la Nación; al no existir seguridad en las calles ni haber sensatez con el manejo de precios locales de los combustibles, el ánimo de la gente estaría permeable para cualquier insensatez social que alteraría con efectos indeseados la paz que disfrutamos.

La sensatez debería primar en quienes son nuestros dirigentes nacionales, no dejarse arropar por una concepción fiscalista que los perturbe en sus razonamientos, en donde el ciudadano común es simplemente un código en una ecuación social que no le otorga ningún valor, sólo el descarte mientras se engorda notablemente los ingresos fiscales que muchas veces son dilapidados, o pasan a engrosar parte de las cuantiosas pérdidas del Estado por la malversación de quienes se suponían responsable de contribuir al bien común y hubiesen evitado tantas angustias innecesarias a la gente, que desesperada, ve cómo la delincuencia y la estrechez económica los amenaza, incluso induce a algunos a pensar en el suicidio.

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