Petróleo y racionalidad

Petróleo y racionalidad

POR JOSÉ LUIS DE RAMÓN
Desde los años setenta, con la «crisis del petróleo», me ha sorprendido la indolencia de la política sobre carburantes de nuestro país. Los «pescuezo largo» de la época de Balaguer han dado paso a los Jeepetones de «pph-achista».

Los carros públicos siguen dominando nuestro sistema) de trasporte público (si a este caos se le puede llamar sistema, ocasionalmente acompañados por voladoras y moto-conchos, todos grandes consumidores de energía por pasajero… y algún que otro despistado autobús de la OMSA, gloriosa heredera de ONATRATE, de la que solo queda algún recuerdo gracias a un popular merengue de  Juan Luis Guerra.

Hay indolencia, pura, 100 %, como salida de un laboratorio químico alemán, ante este problema.

Se me ocurre una  explicación adicional.  Me parece que la mentalidad tercermundista  tiene la capacidad de anhelar un mundo como el medieval, iluminado sólo por fuego (el término es de W. Manchester) donde todos podamos ser más iguales por ser todos más pobres. De verdad, me lo han dicho y sé que secretamente, inconscientemente, existe este complejo – similar al de alabar la «democracia» de la Cuba de Fidel.

Los trabajos del  Dr. Steve Hanke me han convencido de que las predicciones de que las reservas minerales se van a acabar de forma inminente no son correctas. Aplicar el análisis económico al tema de las reservas minerales, indica  Hanke, permite tratarlas cómo infinitas. Lo interesante del planteamiento de Hanke es que, aunque nunca nos quedáramos sin minerales, en algún momento los costos de producción harán que sea imposible explotarlos rentablemente.

Veamos dos ejemplos. En los 1970 el mundo se preocupó del inminente agotamiento del petróleo. Pero se descubrieron más reservas (en la crisis de 1971 las reservas probadas de petróleo eran de 612,000 millones de barriles. Desde ese momento el mundo ha producido 767,000 millones de barriles. Y las reservas probadas actuales son de 1,028,000 millones de barriles). Y sigue siendo rentable explotarlas con la tecnología actual.

Algo similar, pero muy distinto, pasó en  el siglo 19. La mayoría de los países europeos pensaban que se iban a quedar sin carbón. Gracias a una gran variedad de sustitutos, al aumento relativo de los costos de extracción del carbón  y los precios vigentes de la energía,  Europa está, en el siglo 21, sentada en billones de toneladas de carbón…sin valor comercial.

Mientras no se descubran tecnologías de consumo de energía sin costo – a lo que yo  no apostaría mi cabeza – (acuérdense de los 30 años de vigencia de la conspiración de Detroit, que acusa a las fabricas de automóviles de poseer la tecnología para que estos corran con agua),  podemos esperar que el precio marginal de los combustibles será tan alto cómo el costo mas barato de extracción por BTU… y eso mientras no vuelen una planta nuclear en alguna parte del mundo.

Con la simpática guerra de Irak (donde ahora hay que «ganar la paz», aunque sea a tiro limpio), Estados Unidos alentando a mantener enormes  niveles de inventario y una indelicada China decididamente empeñada en crecer, los altos precios del petróleo van para rato.

Y si no nos ponemos las pilas pronto, el toro nos va coger, porque esta abundancia de dólares no tiene ninguna obligación de permanecer, especialmente con los tratados del libre comercio,  la deudita externa, la deuda del Banco Central y una situación de repatriación de dividendos mayor que las nuevas inversiones extranjeras.

Con el convencimiento de haber insultado o asustado a un número razonable de mis pacientes lectores, paso a  proponer tres ideas, radicales, pero absolutamente necesarias:

* La renegociación (mejor a las buenas que a las malas) de los contratos de electricidad vigentes con el objetivo final de dar paso a tecnologías de menor costo como, por ejemplo, el carbón. El gobierno ha anunciado que está en eso, pero le espera un camino difícil, para el que todo el apoyo que le demos es poco.

* El aumento sustancial de  impuestos a la tenencia de los vehículos, de tierra mar y aire, que consumen mucho combustible.

* Y regular el mercado de transporte urbano de pasajeros, concediendo rutas por subastas, condicionadas al mantenimiento de suficientes equipos de transporte en cada ruta y fijación de precios en base a costos marginales, como se hace -aunque Ud. no lo crea-  en el mercado eléctrico

Y que Juan Luis Guerra escriba un merengue sobre apagones, moto-concho, la OMSA y el carro público, para recuerdo de nuestros nietos.

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