FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Se atribuye al filósofo chino Meng Tse haber dicho: El caballero teme la voluntad de Dios, teme a los grandes hombres, teme las palabras de los sabios. El granuja no teme a nada. Este nieto de Confucio vivió en el siglo cuarto antes de Cristo y difundió y comentó las ideas de su abuelo. Al explicar las particularidades de la filosofía china los especialistas dicen: las enseñanzas de Confucio y Mencio, esto es, del abuelo y del nieto conjuntamente.
Quiere decir que se concede tanto valor intelectual a Confucio como a Mencio. Los chinos estiman mucho las sentencias practicas sapienciales parecidas a la que aparece al comienzo de este artículo; y valoran aún más las reflexiones dirigidas a aclarar asuntos permanentes, inconmovibles o incontingentes, como son aquellas que apuntan hacia las estrellas y planetas, hacia la naturaleza siempre incólume en medio de los cielos. El hombre y los animales mueren; algunos insectos viven durante un solo día; pero el universo se renueva sin término. Los chinos no han perdido contacto con lo trascendente, con los temas eternos que nos sobrepasan. No ha sido así en el Occidente.
Según parece, el filósofo Lao Tse, un contemporáneo de Confucio, se constituyó en su adversario intelectual y pedagógico. A Lao Tse se le tiene por autor del Tao Te King, un libro cosmológico y sapiencial, al mismo tiempo ético y político. Lo cual es una paradoja en nuestro tiempo. En ese libro se despliega la idea de que el universo se expande y se contrae alternativamente. El ritmo ying yang es, poco más o menos, lo mismo que el big bang y el big crunch de la cosmología actual. Algunos conocedores de la cultura china antigua afirman que los textos que componen el Tao Te King fueron escritos en el siglo III a. de C. Sea como sea, la historia del pensamiento de los chinos se ha ido configurando con las contribuciones de estos tres personajes, y de varios otros, en el curso de larguísimo tiempo.
Nunca estuve interesado en conocer la manera de pensar de los chinos. Siendo estudiante de bachillerato deseché sumariamente a la China y a la India de mis preocupaciones intelectuales. Me acomodé con griegos y latinos; y, a lo sumo, aceptaba a egipcios y judíos como parte de la herencia oriental de nuestra civilización, al hilo de lo que enseñaba Will Durant, el viejo historiador del Colegio Webb. Era, por supuesto, una necedad de estudiante de la que no se puede culpar a Will Durant, pues él dedicó sendos tomos de su Historia a la China y a la India. Pero hace tres años una señora amiga me hizo un inesperado regalo de cumpleaños: un libro de Lin Yutang titulado La importancia de comprender. Se trataba de una antología de escritores chinos de todas las épocas. Artistas que comentaban obras pictóricas o musicales, historiadores, poetas, filósofos, hombres de Estado. El editor de dicha antología quiso explotar comercialmente el título y
la aceptación general de otro libro de Lin Yutang: La importancia de vivir. La nueva antología tiene ya más de diez ediciones. La que poseo es la novena. El propio Lin Yutang admite que la bribonería es una nota de carácter típica de su pueblo. Pienso que tal vez la bribonería china sea consecuencia de la pobreza de los chinos; y la pobreza fruto de un crecimiento demográfico que la potencia y convierte en objeto filosófico y literario. La literatura picaresca española es también resultante de la miseria española del siglo XVI. Un estudioso de la evolución de la economía y la población españolas durante los siglos XV y XVI afirma que En 1598, según el calculo de un contemporáneo, había en España 150,000 pordioseros sobre una población de 5,000,000 de hombres. Añade que por razones
humanitarias, se construyeron asilos, se fundaron obras pías, y se convirtió en un deber social el proporcionar trabajo y ayudar a los pobres; pero estas medidas, por su naturaleza, solo conseguían incrementar la mendicidad. […]. Esa pobreza es parte de la historia literaria española y, por tanto, de la gran crónica artística e intelectual de nuestra lengua.
Ejercer la caridad y organizarla es, sin duda, una virtud.
Pero quienes reciben ayuda por caridad terminan por acostumbrarse a las dádivas y, al final, se vuelven parásitos. Salvo que se trate de hombres y mujeres baldados o impedidos, de viejos valetudinarios, la caridad produce vividores, esto es, personas que viven alegremente a expensas de los demás. El dramaturgo irlandés George Bernard Shaw, economista fabiano, expone el caso de un rico fabricante de cañones que creaba pobreza a través de la guerra; y el de su hija y heredera que se dedicaba a hacer obras de caridad, para contrarrestar la pobreza fomentada por los políticos a los que su padre vendía cañones y ametralladoras. La misión primaria de los políticos debería ser establecer el marco para que la sociedad fuese más productiva económicamente. Cuando no es así se multiplica cancerosamente el número de picaros, bribones, vividores y granujas. Estos últimos, como bien dice Mencio, no le temen a nada; pero lo dañan todo por su falta de respeto a lo humano y a lo divino.