¿Pierde importancia el mercado haitiano?

¿Pierde importancia el mercado haitiano?

HAROLDO DILLA ALFONSO
Las estadísticas comerciales nos indican que Haití ha ido descendiendo como destino de exportaciones dominicanas. En 2005 era el segundo mercado (después de Estados Unidos), en 2006 el tercero empujado por Corea, y en la primera mitad de 2007 pasó a un quinto lugar. En este último caso, también decreció el valor exportado en términos absolutos en cerca de un 10%: en la primera mitad del 2006 fueron 73 millones de dólares y en igual período del 2007 unos 66 millones.

A pesar de ello, el mercado haitiano sigue siendo altamente significativo para nuestro país.

Por un lado debemos recordar que hay una parte sustancial de las exportaciones a Haití que no se registran sea porque son informales (pero legales) o porque son puro tráfico de contrabando. Además de que hay un uso creciente de los puertos dominicanos por los importadores haitianos, lo que genera ingresos adicionales en materias de fletes, uso de almacenes, transporte, seguros, etc.

Por otro lado, aunque Corea y Taiwán se ubican en lugares superiores, el comercio con ambos países tiene el serio handicap de que son exportaciones severamente concentradas en pocos tipos de productos. Corea, por ejemplo, ha hecho compras multimillonarias de ferroníquel, lo que beneficia mucho a la balanza comercial, pero tiene un impacto interno muy reducido a un solo proveedor y a una sola economía regional. Taiwán, por su parte, además del ferroníquel, ha comprado grandes cantidades de metales usados, donde puede suponerse que junto a la chatarra genuina han sido embarcados algunos pedazos de estatuas de próceres y kilómetros de instalaciones eléctricas. En cambio, las exportaciones a Haití siguen abarcando decenas de productos provenientes de diversas regiones, lo que acrecienta sus impactos sobre la economía nacional. Eso lo saben los productores de huevos de Moca, de plátanos de Tamayo, los arroceros de Cotuí, los cosecheros de coco de Samaná, los tayoteros de Constanza, tanto como los grandes productores de harina de trigo, de cemento, de varillas, de cajas de cartón, de vino tinto, de pastas y de detergente. Y por supuesto que también lo sabe el medio millón de dominicanos y dominicanas que viven en la frontera y tienen en este comercio una fuente básica de ingresos y ahorros.

Como es conocido, este comercio con Haití funciona sin un marco normativo elemental  avalado por acuerdos binacionales  que establezcan reglas de juego estables, políticas de compensaciones, protección a la inversión, cobros transparentes y una institucionalidad moderna.

En lugar de ello, es un comercio marcado por la incertidumbre, con escasos márgenes para los cálculos de previsibilidad, acosado (desde ambos lados) por los macuteos, los cierres de mercados, los abusos de todo tipo, las presiones espurias y la corrupción.

Lo que asombra no es que el comercio haya disminuido ligeramente, sino que siga existiendo, lo que habla de la importancia estratégica del intercambio, y en lo que nos concierne, del mercado haitiano para República Dominicana.

Urge generar una normatividad comercial aperturista que tome en cuenta la relevancia de este mercado y sus diferentes modalidades de funcionamiento, incluyendo el comercio transfronterizo de las ferias, que constituye el principal espacio económico de las comunidades limítrofes.

Es la única vía para lograr lo que todos han proclamado como meta y nadie ha logrado: desarrollar la frontera. Una frontera que sigue siendo muy pobre, relativamente más pobre que hace diez años. Que tiene el triste récord de contener el 10% de los hogares en pobreza extrema del país, aunque solo tengan el 4% de su población. Y que se está despoblando aceleradamente.

Es un reto para todos  – funcionarios, legisladores, síndicos – que no debe ser postergado nuevamente.

Sencillamente porque habrá un momento en que no habrá oportunidad para la postergación.

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