Pinceladas capitaleñas

Pinceladas capitaleñas

El proceso de urbanización nos robó la capital romántica, la ciudad bucólica de sombras protectoras.

Se llevó de paso 40 años de tradiciones y costumbres, y nos conduce hacia una sociedad atomizada, deshumanizada y fría, como si de repente el fementido modernismo y la innovación tecnológica nos pretendieran acorralar.

El cine familiar dominical se cambió por el VHS y el DVD rentado; la comida paternal de la semana por la pizza franquiciada ajena a nuestros hábitos.

Pocos retienen en sus memorias los bailes blancos de San Andrés, o aquellos días santos de recogimiento espiritual.

Las habituales vacaciones al campo devinieron en viajes a remotas tierras de extraño modal.

Es difícil encontrar prácticas de buena vecindad en una ciudad que hace años demanda servicios no cubiertos por unos gobiernos que evitaron limitar la emigración de las zonas rurales hacia la capital.

Hoy los conciertos “aburren” y la música estridente se apodera de una juventud cada vez más cerca de ‘sanguivin’ que de los picnic en contagiosa hermandad.

La prisa es el común denominador en nuestras actividades diarias.

El mal humor estresante, a causa del congestionante tránsito y la escasa educación, nos reducen la vida.

El hombre, en su afán de destrucción, ha hecho cada vez más perturbador el ambiente, y la convivencia se hizo artículo de lujo hace ya muchos años.

Si algo hemos obtenido de esa transformación asfixiante, que no deja opciones, es un trastorno alimenticio que conduce a una vida sedentaria y poco productiva.

¡Cuánto ha cambiado nuestra ciudad!

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