Todos merecemos un tramo de días de tolerancia a las novatadas sin que las mismas escapen luego a la embestida crítica de los prójimos afectados por la mala puntería, equivocaciones y estropicios desde el oficialismo.
Lo primero es que siempre valen las segundas oportunidades para los empleaditos recién nombrados que no pegan una y al cónyuge que en su comportamiento parezca seguir en soltería desde el comienzo mismo de la alianza matrimonial por no reparar en que su nueva condición legal es descrita con una palabra que hace alusión al yugo.
Pero también, en este país, el término en cuestión remite a los bueyes obligados a trabajar como «castigo de Dios» según dice un viejo merengue.
Al menos se trata de una atadura revocable en cualquier momento posterior a la luna de miel, sin el beneficio de lo cuatrienal que ampara a los políticos de bandas cruzadas sobre el pecho y discursos inaugurales de rimbombancia.
Para ellos, tras mucho prometer, la amnesia no implica consecuencias inmediatas de partidas a destiempo por más que el pueblo sea llevado a preferir un rápido final al horrible peso de los malos gobiernos.
La falta de límites en la duración de los ejercicios es consustancial a los proyectos políticos, tanto que la mayoría de los que llegan al solio se cuidan de parecer la mejor opción del mundo en los cien primeros días que en ocasiones no hacen más que configurar una «portada bienhechora», tras la cual sus aspiraciones de mandar no cabrían ni en un decenio, ni en dos y el Jefe de los juegos más pesados que trepó en 1930 para «seguir a caballo», se impuso un tercio de siglo a sangre y fuego.
En 176 años de vida republicana, podéis contar con los dedos las veces en que no se maniobró o consumó constitucionalmente, por artilugios o autoritarismos, la forma de prologarse en la «silla de alfileres». No hay nalgas más insensibles que las de los príncipes que se fanatizan con el continuismo.
Sobran los ejemplos de permanencias malhadadas con látigos de menor intensidad. Las cuasidemocracias que paren millonarios cuidando las apariencias tras ganar el favor de los ingenuos que se enfilan para votar. Bajo un traje nuevo lo que suele prolongase, «con más de lo mismo», son los malos estilos de gobernar.
Nuevas caras y viejos vicios por falta de voluntad para emprender cambios estructurales. Dotarse de nuevas leyes no siempre significa que se pondrá fin a la falta acatamiento.
Roldán, el prestamista que conozco, está más alerta que mucha gente del pueblo. Me conto que: «Al lioso de Isidro, mi vecino, que quiso engancharme con una deuda de diez mil pesos, me le negué.
Le conocía la intención de irse al exterior sin pagarme. El que primero vino a pedirme dinero, y que yo sé por confidencias que se propone construir un bote a ser usado para cruzar el canal de la Mona, fue un antiguo marinero que lo tiene a él (Isidro) en su lista de posibles pasajeros para un viaje que podría
terminar en el vientre de los tiburones. Yo nunca he votado por quienes formulan promesas que no van a cumplir ni he soltado mis cuartos a quienes sé que no podrán pagar».