Los delincuentes van como diez pasos delante de sus perseguidores
Aunque parezca el título de una novela de ficción, de esas de piratas asaltando galeones en alta mar en el siglo XV y XVI, la realidad es que hoy día esos personajes han reencarnado en “ciberpiratas”, que desde el espacio virtual actúan con toda impunidad dejando en la impotencia a sus víctimas.
Todavía no nos reponemos del trauma del robo de identidad sufrido el pasado 9 de junio, cuando delincuentes cibernéticos se apropiaron de mi identidad para cobrar dinero que, supuestamente, estaba pidiendo prestado y que pagaría al día siguiente. Cayeron algunas personas, entre ellos uno de mis hermanos, que había vendido su vehículo porque no podía seguir pagando el préstamo con el que lo había adquirido.
En 10 horas y media el o los delincuentes habían logrado apropiarse de la identidad de varios de mis contactos en la plataforma de WhatsApp, y además de robar gran parte del dinero de mi hermano, azotar en Estados Unidos a amigos a quienes les pedían 630 dólares; uno de ellos llegó a depositarle la suma, y cuando vio que fue fácil tuvo la osadía de decirle: “hay un error, le dije que eran 1,630”; ahí el amigo llamó a mi hijo quien le advirtió que no era yo.
Una amiga que reside en Atlanta, Georgia, tuvo la precaución de llamarme y mientras hablábamos por teléfono, el ladrón le escribía el número de la cuenta donde debía depositar y usaba los mismos códigos con los que suelo comunicarme, por ejemplo, “te escribo en un ratito, estoy en una reunión por zum”.
Otra amiga de aquí también me llamó. El ladrón le pidió que depositara 24 mil pesos, que al día siguiente se lo devolvía, ella escribió diciéndole que no tenía esa suma porque no tiene ingresos fijos y que al día siguiente podía “ayudar con 12 mil pesos”. “Yo no deposité porque no suelo hacer transferencias, tengo miedo de esos mecanismos”, me dijo esa amiga.
Entonces le escribió para decir, siempre creyendo que era yo, “para que veas un documental que sé que te va a gustar y la respuesta fue: “lo veré cuando termine una reunión en la que estoy en estos momentos”.
La amiga me llamó y mientras hablábamos por teléfono, el usurpador le dio una clave para que ella entrara. Le sugerí que me bloqueara inmediatamente, era la forma de salir del trance, ya que era asediada por el delincuente.
Pasadas las 11:30 de la noche, muy nerviosa recibí la información de que la cuenta había sido bloqueada, apagué el celular sin ánimo de volver a activarlo.
Le llaman ingeniería social a la actividad que realizan supuestamente presos de distintas provincias del país, que se dedican a este tipo de delito, y según el director del DICAT, teniente coronel Roberto Román, es un negocio muy lucrativo del que los delincuentes logran su objetivo entre un dos y tres por ciento de las veces.
Lo triste es que los delincuentes van como 10 pasos delante de sus perseguidores. Entiendo que el país debe buscar los mecanismos para que las plataformas no le dejen tanto tiempo para operar. Diez horas es mucho.