Piropo peligroso

Piropo peligroso

El susto que pasó mi amigo por su doble condición de mujeriego y piropeador no fue chiquito. Como asistente de un ministro, se encontraba despachando con su jefe, cuando entró una hermosa mujer de belleza infartante.
Se dispuso a marcharse, pero el funcionario le indicó que permaneciera en su asiento.
Existía un parentesco entre la recién llegada y el burócrata, por lo que su diálogo se limitó a temas familiares, mientras la mirada morbosa del feminólatra despojaba de su vestimenta a la dama.
Aprovechando que el ministro les pidió permiso para ausentarse por breves minutos, mi amigo me relató la conversación que sostuvo con el hembrón.
-¿Cuál es su estado civil?- preguntó a la agraciada mujer, quien sonrió antes de responder que era casada.
– Usted es la más bella mujer que he conocido en los últimos veinte años- le dijo mi amigo, imprimiendo a su voz una entonación calculadamente entusiasta.
-Muchas gracias, pero hay que tener cuidado con los elogios exagerados, que nos llevan a dudar de su veracidad- dijo la señora, coloreado de rojo el semblante.
-Como diría un comunicador social, aquí no hay que hablar de exageración, sino de objetividad periodística- afirmó el enamoradizo personaje.
Y a continuación agregó: no soy envidioso, pero al decirme que es casada, una oleada de envidia a su esposo me ha invadido, al imaginarlo durmiendo junto a una mujer con tantos encantos. Y estoy seguro de que si aquí surgiera un régimen comunista, lo encarcelarían por la vocación capitalista que demuestra al querer tenerla para su exclusivo disfrute.
Con el regreso del ministro a su despacho se rompió el cortejo del galanteador, quien se marchó de inmediato a su departamento.
Poco tiempo después se encontraba mi enllave en una tienda de repuestos para vehículos, cuando reparó en que se dirigía hacia él con cara hosca un oficial del ejército.
-¿Quiere decir que un gobierno comunista me metería preso por tener a mi mujer solamente para mí?- preguntó al mujeriego.
Afectado por un súbito temblor, mi pana se disponía a ofrecer sus excusas al cuestionador, pero éste se le adelantó.
-No tema, que el problema es que esa mujer está tan envanecida, que cada vez que le llamo la atención, dice que en lugar de criticarla lo que debo hacer es luchar cada día para que en el país no se establezca un gobierno marxista leninista.
Mi amigo confiesa que aquella explicación frenó la orina que estaba a punto de inundar sus pantalones.

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