Plaga de cocos introducidos en Higüey

Plaga de cocos introducidos en Higüey

¿Se acuerdan de aquellos cocos introducidos en la carretera “6 de noviembre”? Pues como respuesta, el Departamento de Biodiversidad de la Secretaría de Medio Ambiente me envió un documento diciendo que no, que aquí no se estaban introduciendo cocos. Hasta una carta me envió el biólogo Paíno Perdomo señalándome que yo estaba equivocado… hasta que lo vio con sus propios ojos.

Pues se da el caso que ahora, desde que se entra a Higüey, uno se encuentra con una plaga de los cocos introducidos ya denunciados. La plaga de cocos está extendiéndose por las calles de aquel pueblo de nuestra Santa Patrona y no se sabe si se va a detener, porque quien está auspiciando la introdución de los cocos de marras en Higüey es… (una fanfarria: rataplán, rataplán, rataplán, burumbún, burumbún, burumbumbumbum, plashhhhh…) Kariiiinaaaaaa Aristyyyyyyyyy, la síndico de Higüey… ¿qué les parece?

Pues a mí me parece que Karina no se ha conformado con los cocos naturales, verdes y brillantes de las playas de Higüey, que también proliferan sin mucho esfuerzo en toda la provincia de La Altagracia. La inefable síndico ha querido que se le introduzcan cocos en la ciudad cuyo arbitrio y gobierno dirige, cocos de colores, porque los verdes quizás ya no sean del agrado de los turistas.

Es posible que el próximo paso de Karina Aristy sea ponerle agua fría a los cocos plásticos, de manera que los turistas puedan incluso beberlos. Una alternativa que podríamos sugerirle a la hija de Amable Aristy Castro es ponerle cerveza a los de color amarillo, Seven Up a los de color verde y jugo de chinas a los de color naranja.

Si la cosa es aceptada de buen grado hasta podría eliminarse la flora natural de todo el pueblo e ir sustituyendo el arrayán, la cayena, el croto, las palmas y otras plantas naturales ornamentales por plantas de plástico de variados colores.

La síndico Aristy podría organizar la empleomanía del ayuntamiento de Higüey en equipos con “sprays” perfumados para echarle todas las mañanas a las diferentes plantas plásticas. Es más, hasta podría pintarlas de un color diferente cada semana o cada mes utilizando también “sprays” de pintura.

Y si a la síndico Karina Aristy le gusta tanto el plástico podría relanzar la campaña “sonría al turista” colocándole una máscara plástica sonriente a cada higüeyano, para que ni esfuerzo muscular facial tengan que hacer al mirar los visitantes.

[b]Un caballo en olla[/b]

Díganme si no da pena encontrarse con un caballo en estas condiciones. Un caballo es la estampa más digna de representar el trabajo, la fuerza, el esfuerzo, la nobleza e incluso la amistad, junto con el perro.

Un caballo no debería estar deambulando entre basuras buscando como alimentarse. Un caballo debería estar pastando en suelos de abundante yerba, corriendo de un lado a otro, ejercitándose, o simplemente dejando pasar la edad, si se trata de un animal de muchos años.

Si no somos capaces de sentirnos conmovidos con las penurias de un caballo mucho menos nos conmoverán las penurias de otros animales más pequeños. Es como si tan grande sea el animal como grande sea su calamidad y grande nuestra compasión.

Si no somos capaces de sentir compasión por un caballo “en olla”, como dice el vulgo, entonces tengámosla por nosotros mismos, porque ya no valdremos siquiera un puñado de yerba, el puñado que este caballo debió estar buscando hasta sólo encontrar desechos en su camino.

Yo no sé si la organización que he oído se encarga de caballos tiene en cuenta los tantos equinos que andan desamparados por nuestras carreteras y hasta en algunas calles de la ciudad, o si solamente se preocupa por los caballos jóvenes, briosos, saludables y que producen dinero.

La cuestión es que pocas estampas se parecen tanto a la tristeza como la búsqueda de este caballo en un vertedero.

[b]¿Dónde enterrar tanta quiebra?[/b]

Cada carretera de este país nos lleva a una visión de la quiebra azucarera, o a su privatización, como también se le llamó al voluminoso “crack” dominicano.

Si nos vamos por la carretera norte nos encontraremos con los antiguos ingenios Catarey y Amistad. Si nos vamos por la carretera noroeste nos encontraremos con el ingenio Esperanza. Si tomamos la carretera al Este nos encontramos con Santa Fe, Quisqueya, Porvenir y otros. Y si nos vamos por el Sur nos chocamos de bruces con el ingenio Barahona.

Cientos o quizás miles de toneladas de fierro se hacinan en sitios como Santa Fe, de San Pedro de Macorís, la que se ve en la foto, representando la estrepitosa quiebra de la industria azucarera. Lo interesante es que, como ocurre con muchos de nuestros problemas, preferiríamos no verlos para creer que no existen.

Pero ocurre que tanta chatarra es muy difícil de escamotear. Aunque la lancemos al mar éste tardaría más de cien años en disolver los hierros a golpes de salitre.

Entonces, ¿dónde enterramos tanta quiebra de manera que tanta chatarra no nos estruje en los ojos tanta incapacidad de Estado?

¿Y dónde enterraremos a tantos políticos, responsables de toda esa quiebra? Podríamos esperar un poco más, hasta que la gente se dé cuenta de la manipulación y decidamos entonces sepultarlos bajo los hierros retorcidos y la chatarra de su propia bancarrota, ¿eh, privatizadores y globalizadores?

[b]Campeones en carreta[/b]

Triunfantes y alegres entraban en San Pedro de Macorís estos pequeños jugadores de béisbol. Y si ustedes creen que desfilaban en una carreta se equivocan. Estos jovencitos eran transportados por una deslumbante carroza tirada no por uno, sino por doce caballos de la más fina estampa. O por lo menos, esa era la idea liderada por la euforia del triunfo, medalla en mano.

Hoy pueden ir en carreta, pero son los campeones de los próximos años, los héroes del deporte nacional, los ejemplos de tantos otros jóvenes que les seguirán.

Pocas emociones son tan transmisibles como la maravilla de la victoria, esa especie de calor y estallido que se esparce y marca multitudes arrastrándoles hacia la celebración.

La victoria, el triunfo deportivo se coloca por encima de todas las miserias. Toda la farsa política y la manipulación mediática resulta aplastada por la euforia del éxito deportivo en un estadio, en una cancha o en medio de una carretera.

Toda la verborrea engañosa se queda muda ante el fragor de la multitud que grita al unísono extasiada, delirante, compartiendo un triunfo o una parte de éste.

Hasta la promesa electorera más colorida se desluce frente al fulgor de una victoria deportiva y la algarabía solidaria con los héroes del momento.

¡Qué bueno que tenemos jóvenes y niños capaces de pasear su victoria sobre una carreta y garantizar que el brillo de su victoria no pierde fulgor por ello!

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