Planes y medidas

Planes y medidas

FRANCISCO ALVAREZ CASTELLANOS
Cuando Leonel Fernández obtuvo la Presidencia de la República hace poco más de un año, creí que las cosas andarían mucho mejor que «antes». Claro, Fernández recibió un país en bancarrota. Además de que también recibió un Banco Central prácticamente sin divisas. Hay que señalar que en lo macroeconómico el presidente Fernández ha hecho un gran trabajo; en el Banco Central ya hay cientos de millones de dólares… pero creo que nada más bueno se ha hecho. Todo lo contrario.

En los menos de trece meses que lleva en el poder Fernández ha realizado cerca de 15 viajes al extranjero, y no hemos visto todavía sus beneficios. Y sigue viajando. El y otros.

Pero, además, está tomando medidas que en el 2008 se reflejarán malamente en el PLD.

Aunque él no tenga la culpa de que el petróleo esté por los US$70.00 el barril y que, por lo tanto, tengamos que pagar la gasolina más de doce veces más cara que hace diez años, sí es de él la culpa de no haber hecho los arreglos necesarios para que el gasto público (empleomanía) sea rebajado.

El caso de una sola provincia, San Juan de la Maguana, donde hay unos 61 «ayudantes» yo no sé de quién y siete sub-secretarios de Estado. Nos permite calcular cuantas «botellas» semejantes habrá en el país.

En lugar de dotar a los secretarios de Estado (y a muchos funcionarios más de menor categoría), de automóviles de seis a cuatro cilindros, usted ve a esa gente a bordo de lujosas «jepeetas», gastando gasolina que paga el pueblo y yéndose a los «resorts» turísticos más caros del país los fines de semana, en esos mismos vehículos.

Si Impuestos Internos publicara en espacio pagado la inmensa lista de ex-funcionarios, funcionarios y de simples civiles que de la nada se han convertido en multimillonarios, cualquiera se pregunta anonadado qué está pasando. Porque serían muchos los millones de pesos que entrarían al erario, y muchos los corruptos que entrarían en Najayo por burlar al fisco.

Encima de todo eso, el presidente Fernández parece entercado en iniciar obras que irán, a la corta o a la larga, en detrimento de todo el pueblo dominicano. A saber, el Metro, y la venta de Sans Soucí. Con el Metro, obra que ningún gobierno terminará (ha pasado en México, en Caracas y en otras ciudades americanas), se gastarán (no se invertirán), todos los millones del mundo. Habrá muchos obreros trabajando pero, al final… ¡no habrá Metro!

La Isla Artificial (la Selman Island), de lograrse su construcción completa, será un lugar en el que las leyes dominicanas tendrán un efecto prácticamente nulo, y que además de eliminar el malecón como paseo tradicional de los capitaleños, también les quitará el gusto (poético, quizás, pero real), de observar las imponentes puestas de sol de cada día. Además, ¿de dónde rayos sacarán el agua para sus habitantes, si en esta capital falta el agua? ¿Dónde echarán la basura? ¿Cómo descontaminarán el agua que baja por el Ozama? ¿Tendrán una enorme planta eléctrica (a base de petróleo, claro) para mantener iluminada y en funcionamiento dicha isla?

De seguir el petróleo su tendencia alcista (y todo señala que así será), ¿qué haría el presidente Fernández para enfrentar el caos que se formaría en nuestro país? No podría hacer nada, aunque sabemos que lo querría hacer todo, pero no tendría con qué, ni tocaría los intereses de muchísima gente que, en este país, no podría asegurar de dónde sacó los millones que ostenta.

Hoy amanecí sumamente tenso y presa de un estrés que me llevará «en volandas» al consultorio de mi psiquiatra. Y todo porque me pasé el pasado fin de semana pensando masoquísticamente en el futuro que nos espera.Y viendo como gente que ha trabajado de firme en los últimos 25 años (sin contar con los que lo hicieron mucho antes), tienen cinco, siete automóviles y siguen comprando más… y más caros, sin pensar que el ahorro de combustible, más que una necesidad económica, es una obligación patriótica.

Salvo que Dios meta Su Mano, no vamos a ninguna parte. De hecho, Hipólito Mejía nos dejó en el fondo, pero me da la sensación de que «los de ahora» están cavando «debajo del fondo» para seguir hundiéndonos.

Y temo que el transporte urbano sea una de las mechas que haga explotar la dinamita de la inconformidad ciudadana, inconformidad que nos está llevando a la desesperación.

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