PLÁSTICA
Los mundos posibles de la imagen

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PLINIO CHAHÍN
La producción artística  de imágenes empieza y termina en sí misma: tiene una finalidad circular, autónoma. Crea o fabula mundos alternativos que sirven de contraste y ponen en cuestión el estado de cosas del mundo, la materialidad de la vida cotidiana. Aunque se trate de mundos imaginarios o virtuales, el artista tiene en su mente y en su cuerpo la posibilidad de “dar vida”, y  ello entraña asumir una responsabilidad y un riesgo considerables. No hace falta recurrir a la imagen ya anacrónica de la representación  directa, para la persuasión y manipulación del lector.

Basta  pensar, en términos icónicos, que ese “dar a ver” implica un itinerario  profundo de la percepción. Un registro profundo de la existencia y un decurso hasta la no vida, es decir, un proceso prolongado de contacto y conocimiento de la vida y de la muerte, de eros y tánatos.  Sólo así se puede dar aliento vital a la imagen, que miramos y nos mira, para hacer que ésta nos interpele con su carácter de espejo que nos permite ver más allá. De modo que no hay imágenes inoperantes, sino, la ausencia de una  crítica del mirar.

Una teoría de la imagen se puede delimitar en términos analíticos y visuales, es decir, como una comunicación que se articula más allá de la manifestación de códigos (específicos o no)  y que depende de su actualización discursiva de una interacción que se juega entre el emisor y el destinatario. A partir de aquí, según Lorenzo Vilches (1997), el discurso de la imagen funciona como una negociación pragmática. “Pragmática”, porque existen unas competencias que bajo formas de presuposiciones señalan—y guían—a un lector para que dé cuenta de las claves de lectura de la imagen, de su coherencia y de sus objetivos comunicativos. “Negociación”, porque el texto icónico funciona como un asunto que debe ser tratado a través de una gestión donde se evalúan ventajas y desventajas de ciertas  orientaciones pragmáticas.

Desde el momento en que   el análisis del texto visual comprende la interacción comunicativa y las condiciones en que ésta se realiza, podemos estudiar la “competencia visual del espectador¨ (como transformación de Lector) como espacio donde se realizan las condiciones para que los objetivos comunicativos de la imagen se lleven a cabo. Se trata, en consecuencia, de estudiar el estatuto que forman el juego comunicativo con el texto visual.

La cultura visual tiene que ver con las operaciones del ojo, como expresa Dana Arnold, y ese sentido su archivo es todo lo que vemos—el mundo—que percibimos a nuestro alrededor. En este contexto, quizá sea más importante el hecho de que el campo de la indagación intelectual, conocido como cultura visual, toma como objetivo  la visión y sus representaciones.

Como tales, la observación y la articulación visual se privilegian por encima de lo verbal.  En parte, la cultura de lo visual se ocupa de los procesos psicológicos de la observación y de la naturaleza de la percepción. La cultura visual ha rebasado la noción tradicional de arte para incorporar la idea de movimiento, luz, velocidad en todo tipo de fenómeno visual, desde los anuncios publicitarios hasta la realidad virtual, con énfasis en lo cotidiano.

La imagen no posee la transparencia  del signo, la claridad de la palabra, que deja ver la cosa cuyo sentido capta. Por el contrario, la imagen, al duplicar el objeto, lo aleja e incluso lo anula, lo convierte en una sensación pura en la que desaparece el concepto, el objeto conocido. Cubre lo real con un velo cuya opacidad detiene el pensamiento, lo llena y basta. Allí reside el poder de la mirada: lo sensible eclipsa lo que figura, lo atractivo del representante hace olvidar lo representado. Personaje del relato o animal de fábula, la imagen reemplaza a la idea, la suplanta, neutraliza su evidencia y la nimba de oscuridad.

De tal modo, la representación nos entrega a un universo pavoroso, porque está totalmente animado, y en él  todo nos mira y nos apunta, todo es una intención impersonal en la cual el sujeto se hunde.

El único capital simbólico del ciudadano es el desinterés y su miseria de la política, la misma que gestionan nuestros representantes oficiales (y ése es el secreto de su corrupción).

Insurrección política de los hombres que ya no desean ser representados, insurrección silenciosa de las cosas que ya no desean significar nada, como dice Baudrillard. El contrato de significado, este contrato social entre las cosas  y su signo, parece también quebrado, al igual que el contrato visual, de modo que cada vez nos cuesta más representarnos el mundo y descifrar su sentido. Las propias cosas se rebelan contra el desciframiento. ¿O quizá sea que ya no tenemos ganas de descifrarlas? La propia imaginación del sentido está enferma. Por ejemplo, en la República Dominicana, los medios visuales de comunicación son el espacio más propicio de manipulación. No obstante, seguimos entregándonos a esa comedia del juego sucio de la política.

Nuestra conciencia de la imagen implica  nuestra conciencia de su significado, y las imágenes de las que se ocupa la psicología no son puros signos carentes de significación. La imagen es comprendida, y, en el pensamiento ordinario nuestra atención no siempre, ni muy a menudo, se dirige a las imágenes: se dirige, en primer lugar, a su significación. Ya no hay delegación de voluntad ni de deseo. La pantalla de la comunicación visual ha roto el espejo de la representación.

En  síntesis

Comedia y manipulación

Las imágenes de que se ocupa la sicología son signos con significación aunque ya no haya contrato social: solo funciona el retorno de la imagen en la pantalla de los medios de la comunicación y en este país los medios visuales de comunicación son los más propicios a la manipulación al impulso de la comedia política.

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