Platón aplicado a la pantalla pequeña

<p>Platón aplicado a la pantalla pequeña</p>

FEDERICO HENRIQUEZ GRATEREAUX
Las mujeres llevan criaturas en el útero durante nueve meses. Son portadoras de vida, encargadas de una misión que cumplen movidas por un tropismo inexorable. Las hembras nutren, protegen y educan las crías. En todas las especies animales con parecida intensidad y eficacia. La mayor parte de las mujeres no se deja deprimir por reflexiones tristes.

Tan pronto estas asoman en el horizonte de las emociones las eluden con algún pretexto, aparentemente frívolo, pero asentado profundamente en la naturaleza. Es muy antigua la

sentencia del rey Salomón: “Quien añade ciencia añade dolor”. En el Eclesiastés el gran rey hebreo insistió en que “no hay nada nuevo bajo el sol”; y en que, al final, quedan pocos rastros del trabajo del hombre sobre la tierra.

Las mujeres no escriben esta clase de discursos; sin embargo, practican instintivamente el contenido esencial de sus enseñanzas. Advierten a los hombres el daño psíquico que puede producir la continua reflexión o el exceso de preguntas y deberes.

Me he dejado ganar por la música de los instrumentos de viento; lo cual me ha permitido hacer altos periódicos en el camino de la reflexión, crear paréntesis de reposo para higiene mental. Yo creía que la música que oyen los jóvenes de hoy les impedía pensar con orden y coherencia; suponía que esos ruidos electrónicos eran recursos aturdidores, formas acústicas destinadas a sustituir los estupefacientes.

Tal vez la función práctica de la música “dura”, heavy, sea expulsar de nuestro interior las reflexiones dolorosas o inquietantes; por lo menos durante un breve tiempo, o sea, mientras dura el trance de la convulsión sonora. Ahora, al prestar atención al trombón de vara, sospecho que quizás no sean así las cosas. Claro está que la música que oigo tocar con saxofón y clarinete al conjunto habanero, procede de la tradición europea del siglo XIX y comienzos del XX, a la que han añadido ingredientes propios de los esclavos y técnicas de músicos cultos norteamericanos. Es una suerte de fusión o mixtura hecha entre negros y blancos. A lo mejor esa es la causa por la que puedo disfrutar y comprender ese arte.

No obstante, volví pronto a mis cavilaciones, sedado por la música y por el contacto íntimo con la mujer. Este efecto catártico doble me invita a afrontar la vida, a salvar obstáculos y conquistarlo todo. Fortalecido con la energía de la mujer y las vibraciones de la música, me sentí como aquel viajero extraviado del medioevo que, al lograr comer una espesa sopa caliente en una fonda desconocida, sacó la espada y exclamó: “salgan pillos al camino”. Los arrestos, la valentía y la sopa, llegaron juntos a su mesa.

En verdad, ni las mujeres ni la música suprimen los problemas sociales. Solo pueden hacerlos más llevaderos.

Los bohemios vieneses afirmaban que todo podía resolverse con “vino, mujeres y canciones”. Pero la vida colectiva no es un vals de Strauss. Muchas mujeres antillanas viven confinadas en la casa, adscritas a la cocina, al dormitorio o a un patio con maceteros de begonias. Algunas pretenden que el marido sea un objeto doméstico, a su disposición en todo momento. Repiten continuamente: “una sola vida no alcanza para tanto”, cuando conocen hombres dedicados con vehemencia a una profesión, a un negocio, a una tarea vocacional, a un trabajo científico.

La fotocopia del Diario de Goebbels que me entregó el germanófilo cubano me impulsó a solicitar en la biblioteca pública un ejemplar del libro. Al cabo de dos horas de espera tuve en mis manos una edición en lengua española, de 1949, impresa en Barcelona. Busqué enseguida las notas redactadas por el jefe nazi en 1942, durante el mes de mayo.

Encontré las referencias al frente de Este y a los partisanos húngaros. La fecha había sido mal copiada pero el texto era autentico. En esa misma fecha Goebbels anotó en su diario: “Si el pueblo francés se da por satisfecho con películas ligeras y estúpidas, nuestro negocio consiste en proporcionarle esa bazofia barata. Sería un caso de locura provocar la competencia contra nosotros mismos. Tenemos que proceder en nuestra política cinematográfica como los Estados Unidos con los países del resto de América. Hemos de ser la potencia dominante en la cinematografía europea.

Las películas producidas por los demás países deben tener un carácter limitado y localista. Tenemos que procurar que no surja ninguna industria cinematográfica nacional, y, si es necesario, traernos a Berlín, Viena o Munich a todos los artistas y técnicos que puedan servirnos de ayuda.

En aquellos tiempos no había emisoras de televisión.

Terminada la Segunda Guerra Mundial, el desarrollo de la electrónica llevó el televisor a los hogares de clase media de los Estados Unidos y de Europa y luego al resto del mundo. Cada familia tiene ahora un miradero particular, una ventana cinematográfica para el arte, la novela, las noticias, la publicidad comercial. Sin que salgan de sus casas a los habitantes de las ciudades se les uniforma mentalmente a través de la TV. La “comunicación de masas” es más efectiva que las armas de destrucción masiva, como llaman hoy a cierto tipo de explosivos y de productos químicos de uso militar. El lingüista Umberto Eco, al final de los años setenta y comienzo de los ochenta, disfrutaba examinando la influencia que sobre el público italiano ejercía la “paleo TV” y la “neo TV”. Explicó e ilustró las manipulaciones y falsificaciones más frecuentes, tal como los viejos filósofos aclaraban los paralogismos utilizados en las disputas de los sofistas. El asunto importante es que gran parte de la información económica, política, educativa, laboral, se nos ofrece por medio de la televisión. Solo vemos imágenes, una selección de ciertas imágenes, acompañadas de algunos titulares, con una secuencia predeterminada. Acumulamos en la memoria una suerte de collage construido con materiales escogidos. El ejemplo milenario de la caverna de Platón vuelve a servirnos hoy para elaborar una teoría de la verdad. La alegoría de la caverna aparece en el séptimo libro del diálogo sobre la esencia de la polis (República VII, 514 hasta 517). Los hombres de nuestra época ven lo que revela el resplandor del televisor; ven un reflejo del sol en el agua. “Lo desoculto” a la mirada de “los residentes” en el “distrito cavernario” no es otra cosa “que las sombras de los objetos”. L. Ubrique. La Habana, Cuba, diciembre, 1993.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas