Platón, Leonel y las redes sociales

Platón, Leonel y las redes sociales

Mucho antes de Nicolás Maquiavelo, Platón concebía una gramática particular para el poder. Era como un salvoconducto que amparaba la ambigüedad del discurso oficial, sobre el presupuesto de que la mentira del príncipe beneficiaba a todos. Ennoblecido por su plural, la mentira del Príncipe operaba como un tributo colectivo que congregaba la naturaleza diversa y múltiple de la vida social, en cuya buena marcha el empeño del gobernante sacrificaba la moral implacable que exigía al otro, sólo para salvarla.

      El mundo griego funcionaba sobre  una armonía prefijada, por lo que esa  gramática particular del poder no podía permitir que el Príncipe quedara como un mentiroso a secas. La mentira dicha por el Príncipe desplegaba un arsenal de evasivas destinadas a cubrir la realidad, nunca a inventarla, quedando el Príncipe como en una lejanía en la que no corría ningún riesgo de ser desmentido. Si el Príncipe cruzaba el límite que Platón consideraba prudente para el ejercicio de la gramática del poder, quedaba como un mentiroso.

         Tan pronto entré en las redes sociales, luego de la entrevista del Presidente Leonel Fernández con CNN, comprendí que la mentira fue tan burda que el balanceo de la sintaxis lo obligaría a responder  la alternativa de mentira o verdad, puesto que había traspasado el límite señalado por Platón, ya que en estos casos la gramática del poder  deja desnudo al Príncipe. En un tono autosuficiente el Presidente le había afirmado a su entrevistador que el cólera en nuestro país estaba controlado, y que apenas había producido trece muertes. Respecto de la educación desplegó la algarabía de una inversión que superaba “quinientas veces” la inversión de otros gobiernos,  y consignó el 2.8% del PIB como la inversión actual de su administración. Entonces le entraron como la conga. Quienes navegaron por facebook o twiter poco después de difundida la entrevista, tuvieron la oportunidad de observar un fenómeno de comunicación sencillamente espectacular,  miles y miles de internautas diciéndole mentiroso al Presidente, quien ni siquiera sabía que su Ministerio de salud había reportado oficialmente cincuenta muertes por cólera, e ignoraba que la educación dominicana, midiendo la ejecución presupuestaria verdadera, no llegaba ni siquiera al 2% del PIB.

          Leonel Fernández trajo al país más de una vez a Juan Luis Cebrían, autor de ese libro sobre el mundo posmoderno que se llama “La red”, y hace poco vino  nada más y nada menos que Robert Castel (“Los desafiliados del sistema”),  por lo que supongo que él conoce ese concepto de lo fractal que acarrean las redes sociales, y debe saber que ya no se puede mentir impunemente desde los medios tradicionales de comunicación y en el extranjero, sin que los miles de fractales que operan desde las redes sociales respondan a ese sesgo o marginación de la realidad. En las redes no hay un centro decisorio, esa explosión de sinceridad absoluta que inundó Twiter y Facebook, gritándole mentiroso al Presidente,  fue la indignación ante la indolencia de un gobernante que ni siquiera recuerda cuántos muertos ha producido la pandemia que se ha desatado en el país que él gobierna. Y que se tongonea en el extranjero presumiendo ser dirigente de un país rico, en un periplo interminable de viajes de autopromoción pagados con los recursos públicos, pese a la avalancha de informes internacionales sobre el estado de la educación, la salud, la inequidad social, la corrupción, y cuantas lacras y deudas sociales se nos  presentan dentro del actual estado de cosas.

          Podrá encantar en los escenarios internacionales citando a Peirce, Foucault, Deleuze, Touraine, Baudrillard, Bajtin o Canguilhem; podrá satisfacer su megalomanía ponderando las realizaciones imaginarias de su gobierno  desde las grandes cadenas de la comunicación mundial; pero esta lección que le ha sobrevenido a partir de las redes sociales, no debería olvidarla.  Y no debería olvidar a Platón, que había advertido que el Príncipe apostaba en la mentira la plasticidad semidivina del entorno en que las cosas eran dichas, y si era atrapado  como un mentiroso a secas,  quedaba en el ridículo más penoso.

             Y no debería olvidar, tampoco, la desfachatez de creer que hablar desde el poder desvirtúa la realidad. ¡Esa es la lección!

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