PLD-gobierno, PLD-oposición

<p>PLD-gobierno, PLD-oposición</p>

ROSARIO ESPINAL
La primera parte del año 2007 presenta un gran desafío al Partido de la Liberación Dominicana (PLD): cómo organizar un procedimiento adecuado para la selección del candidato presidencial, que contribuya a institucionalizar el partido y el Estado dominicano.

Si los líderes se embarcan en una lucha desenfrenada por la nominación, se deteriorará inexorablemente la gestión gubernamental, así como la viabilidad del partido para aglutinar el electorado.

La alerta es necesaria porque en los últimos dos meses de 2006 se avizoró una lucha campal entre un PLD-gobierno y un PLD-oposición que, de continuar, llevará al gobierno a recalentar su maquinaria clientelista, y al PLD-oposición a sacar los trapos sucios de su gobierno para ganar simpatías.

Un exceso de clientelismo gubernamental tendría consecuencias nefastas en la gestión gubernamental, mientras que una crítica utilitaria del PLD-oposición no contribuiría a mejorar las políticas públicas.

No hay que olvidar que desde agosto de 2006 el PLD es mayoría gobernante y, si trabajara con esmero, podría impulsar muchas de las reformas que necesita el país para su desarrollo.

De hecho, con el capital político adquirido en las últimas dos elecciones, ni el PLD-gobierno ni el PLD-oposición tienen razón legítima para posponer los cambios necesarios que requiere el país para mejorar la situación de vida de la mayoría.

Lamentablemente, los peledeístas se muestran omnipotentes.

Piensan que su partido resistirá bien los embates internos que inevitablemente se recrudecerán al avanzar la contienda por la nominación.

La situación recuerda lo ocurrido a fines de 2002, cuando los perredeístas, llenos de arrogancia y triunfalismo, pensaron que su partido era invencible y se excedieron en sus travesuras hasta el día de la derrota en mayo de 2004.

Hipólito Mejía creó su PPH y permitió que los demás aspirantes a la nominación perredeísta mantuvieran sus feudos clientelistas en la administración pública. Al ser un partido con historial de facciones y confrontaciones, quiso mantener muchos de sus contrincantes en el corral gubernamental.

El resultado fue un despilfarro de recursos públicos y el descrédito que todavía pesa sobre muchos dirigentes.

A diferencia del PRD, los contrincantes del PLD se posicionan ahora dentro y fuera del gobierno. Pero al igual que el PRD, olvidan que la precaria situación económica y la sensación de desamparo que siente mucha gente, dificultan que el pueblo pueda lidiar adecuadamente con tanta polarización política y deficiencias gubernamentales.

El actual gobierno agotó su primer año con el programa de estabilización que acordó con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Esto permitió superar la desorganización económica de 2003-2004, pero la estabilidad macroeconómica, aún con crecimiento económico, no resuelve los problemas que se derivan de la vasta inequidad social dominicana. Hace falta una política agresiva de empleos y una fuerte inversión en los servicios públicos, para lo cual se necesita mucho compromiso social y una utilización eficaz de los recursos públicos.

Desgraciadamente, a pesar de anunciarse con bombos y platillos, la política social del gobierno sigue siendo muy deficitaria. No se destinan los recursos necesarios y los programas públicos están desperdigados en un archipiélago de instituciones ineficientes, clientelistas y politizadas.

Después de la estabilización macroeconómica, la primera parte del año 2006 se agotó en las confrontaciones políticas por las elecciones congresionales-municipales. Al igual que el PRD en el 2002, el PLD arrastró muchos de sus candidatos.

Concluidas las congresionales-municipales, se desató inmediatamente la contienda por la nominación presidencial de 2008, primero en el PRD y luego en el PLD. Los políticos no dieron tregua a la ciudadanía.

Ahora se perfila que malgastarán el año 2007 y parte de 2008 en una confrontación electoral llena de acusaciones, promesas y pocas conquistas.

La situación nacional se agrava porque el gobierno, para amparar a los sectores de poder, ha preferido simplemente estabilizar la economía sin impulsar una transformación social a favor de la mayoría.

Esta estrategia conduce a la estabilidad política que aportan los poderosos, pero tarde o temprano genera un rechazo en la población que se siente desprotegida.

Es cierto que el gobierno atendió los problemas urgentes de inflación y devaluación de 2003-2004, pero la gente espera mucho más para sentir mejoría.

En el 2004, el PLD llegó al poder con 57% de los votos, fuerza electoral suficiente para haber iniciado cambios importantes. Fue lento bajo el argumento de que el Congreso lo dominaba la oposición. En el 2006 recibió otro apoyo electoral y asumió control del Congreso y muchos municipios.

Ahora, con esa mayoría gubernamental que le permitiría trabajar para beneficio del pueblo, los principales líderes del PLD se inclinan a caer en el error de impulsar una lucha intestina por la nominación presidencial.

A ese hiperelectoralismo que no se le llame democracia. Es simplemente un mecanismo competitivo de barniz democrático que sirve para canalizar las aspiraciones personales de líderes políticos, en torno a los cuales se aglutinan diversos grupos interesados en desfalcar al Estado.

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