Plegaria y advertencia al delincuente

Plegaria y advertencia al delincuente

A ustedes jóvenes motorizados que con sorprendente destreza transitan durante el día, la noche y las madrugadas, en veloces motocicletas, capaces de desplazarse por elevados, avenidas, calles, callejones y caminos, les pedimos misericordia. A vosotros quienes en un abrir y cerrar de ojos despojan de sus carteras, celulares y otras pertenencias al desprevenido transeúnte que confiadamente deambula en diligencias personales, o marcha cual inocente hacia el sitio de trabajo, a ustedes malhechores, les rogamos clemencia.

A los magos del crimen quienes, a pleno mediodía y ante la mirada de cientos atónitos testigos, nos roban y agreden, les suplicamos se conduelan de nuestra impotencia. A los que extorsionan y nos obligan a caer dentro de sus redes les solicitamos compasión. A ustedes que nos engañan con mentiras y nos entretienen con un porvenir que nunca llega les decimos: ¡Basta ya! A todos los enemigos del bien común, del amor y de la tranquilidad emocional  les exigimos que nos dejen en paz. Oigo el escandaloso ruido de las risas  burlonas y los denigrantes calificativos de los que se dan por aludidos. Leo perfectamente los rostros confiados de los cabecillas delincuenciales, convencidos de que nada ni nadie detendrá la marcha de sus hordas criminales.  Se sienten apoyados en unas alturas que el ojo visor del común de la gente no suele alcanzar a mirar. Se sabe del vándalo protegido en el barrio, se conoce quienes son los asesinos a sueldo bajo el camuflaje del uniforme de las instituciones castrenses. La comunidad señala los agentes del orden, fiscales y jueces corruptos; se simulan acciones correctivas y condenas en los medios, sin embargo, en la cruda y dolorosa realidad todo sigue igual.  Nadie ignora la existencia del hampa organizada en el seno de la sociedad dominicana. Olvidan los engreídos e ignorantes de la historia de la humanidad que no existe el crimen perfecto, que no hay secreto a perpetuidad, que todo cambia, todo se mueve y que nada permanece estático.

Los pueblos también se mueven, saben quitarse la venda de la vista y en el justo momento que el reloj histórico les señala descubren la fuente de sus desgracias, analizan el origen de los males y deciden arrancar de cuajo las raíces del árbol que tanta maldad cobija. Más para bien que para mal, la información viaja hoy casi a la velocidad de la luz y el conocimiento se esparce por un infinito sin fronteras.

 Ahora cobran vigencia y adquieren la categoría de verdad clásica las palabras vertidas por el asesinado presidente estadounidense Abraham Lincoln cuando dijo: “Se puede engañar a todos por poco tiempo, se puede engañar a algunos todo el tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo”. Señoras y señores poderosos y cobijadores de lo mal hecho, despierten de ese falso ensueño de torre inaccesible. A los pueblos agobiados y desilusionados también les entra furia.

No pretendo asustarles sino advertirles, por ello prefiero despedirme con salsa, ya que “Después no quiero que digan que di la rumba y no los invité”.

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