–A esta hora ya debe estar abierta la banca de apuestas, dijo en voz baja Lolona, mientras bebía un café con leche sentada en un taburete de cocina. Abrió un poco la puerta del balcón y examinó la calle. Había un niño montado sobre un patín; tenía un pie con zapato y otro descalzo. Alcanzó a ver el carro del frutero con su letrero rojo: “vendo frutas y compro metales”. El “Gran Choco” estaba ahí pelando naranjas y piñas. Cerró el balcón y bajó las escaleras agarrada del pasamanos. –Me acosté demasiado tarde; bebí más cerveza de la cuenta.
Al salir a la calle Lolona se aseguró de que el primer botón de su blusa estuviese abierto. Llevaba “hot pants” y zapatillas de salto. Caminó por la acera hasta llegar a la puerta de la banca. –Oye, muchachote, agarra estos papeles con números y el dinero para cada caso; quiero los seis del loto y una tripleta; date pronto, tengo que ir a las quimbambas. –¿Lolona, como te arreglas tan bien esa matica de coco? –No me hables disparates y acaba de registrar las jugadas. ¿Diablos; y que es eso que suena? ¿ –Serán los bomberos? –Es una campana, gritó el niño del patín.
–Ese es el cura Servando haciendo ruido para que vayan a oír sus sermones. ¡Qué mal tocan la campana! primero de una manera, después de otra; y ahora retumba un campanazo en Respaldo Colibrí. Debe ser algún monaguillo loco. Si no saben tocar una tambora, menos sabrán repicar con campana. Dos de la banca de apuestas, parados en la puerta, escuchaban asombrados junto a Lolona y al niño. –Ahora esta zona, además de bocinas y motocicletas, tendrá que aguantar la campana de ese cura.
–Pronto la iglesia estará llena de viejas beatas y mujeres viudas, perdiendo el tiempo en letanías y avemarías. –Lolona, los “Voluntarios de la iglesia” han destapado las cloacas y limpiado las cañadas. Eso fue la semana pasada; ya no se siente el mal olor y casi no hay mosquitos. –Si te gusta tanto el cura pídele empleo como sacristán. –¿Cuánto gana un sacristán? –No lo sé; yo te pagaría el doble para que le rompieras la campana.