Plinio Chaín, lector de Blanchot,
Bataille, Cioran y Derrida

Plinio Chaín, lector de Blanchot, <BR>Bataille, Cioran y Derrida

POR ODALÍS G. PÉREZ
No debemos olvidar ante todo, que la obra ¿Literatura sin  lenguaje? Escritos sobre el silencio y otros textos (Ed. Búho, Santo Domingo, 2004, 404 páginas), quiere ser una lectura abierta y un mensaje constituido bajo la estructura del mundo entendido como silencio, posibilidad de inscripción y ateísmo ontológico.

Se sabe que en el contexto de las últimas expresiones poéticas y críticas, Plinio Chahín ha llamado la atención en torno a una lectura que se compone de fragmentos de mundos, visibles e invisibles, esotéricos y accesibles, simbólicos y ateológicos.

 Como Bataille, Cioran, Levinas, y a no dudarlo, desde su inscripción en una filosofía de la negación, Chahín ha constituido una obra de ceremonias, devoraciones y reversiones. Los temas que aborda en perspectiva de rebelión y deseo son los mismos que desde la poesía, la lectura y la crítica se ha propuesto para librar esa batalla que perdemos en la crisis de una nada ateológica intuida sin más propósito que el movimiento hacia el mal.

 Chahín, sin embargo ha reunido un libro de presencias y ausencias terrenales. Ha querido y se ha propuesto matar varias veces a esos dioses que traicionan su existencia desde una palabra que el lector, el crítico y el poeta quiere, pero no puede olvidar en las instancias del ser, el conocer y el morir como ultimidad del deseo.

 El lector de ¿Literatura sin  Lenguaje? encontrará ese espacio de la solemnidad y el desgarramiento a través de la lectura que propicia el autor desde la crítica. El libro se compone de homenajes, disidencias y reclamos estético-literarios. Pero sobre todo hay en su tramado una orto-graphia del rito y la memoria de la palabra filosófica, advertida en el impulso de una reconstrucción poético-literaria que asegura el tempo de la presencia vigilada y reconocida como sin razón.

 Toda la primera parte de ¿Literatura  sin Lenguaje? se inscribe en el contexto de un reclamo a la crítica literatura dominicana. Pues Chahín critica a toda la crítica dominicana (véase Fantasmas e indigencias, pp. 13-14); a todo aquel que ha practicado la lectura  de un texto poético, literario o cultural en la República Dominicana. Ningún crítico literario escapa a la metacrítica practicada en este libro por Chahín.

 En la concepción de la lectura que nos sugiere el autor de este libro también existe la invitación a transformar el acto mismo de leer como propósito de un proyecto legitimado del texto y el lector, en la misma perspectiva de Iser, Jauss y los demás teóricos de la escuela de Constanza. La poética de la lectura debe ser entendida entonces como poética de la recepción y modo de cualificar una estructura  y un determinado metalenguaje de la crítica.

 En lo que toca al crítico, Chahín no alude a personalidades concretas de la crítica literaria dominicana, por aquello de no polemizar ni discutir fundamentos ni ganarse enemigos. Sin embargo su estremecimiento se hace patente allí donde quiere alegorizar la figura crítica desacralizándola y particularizando su condición mediante su presencia y función negativa en el ámbito dominicano:

 «El crítico hace imposible e «interfiere» el campo de sentidos  de cualquier obra. Pero, ¿acaso el mismo es, por lo menos, el hombre afortunado que provocará un «efecto desterritorializado» en el campo de sentidos de la obra, creando un nuevo hábito de lectura? De ningún modo, puesto que el crítico sólo piensa en re-escribir lo que supuestamente lee. De lo cual resulta que, aun para él, quizás tampoco se haya escrito nada ahora» (op. cit. p. 34)

 En el capítulo titulado Ética y crítica ( p. 25-29) nuestro  autor justifica y particulariza aún más su discurso de / sobre la crítica, puntualizando un objeto al cual, desde hace tiempo, le ha acordado atención como observador filosóficamente radical y abierto. Se trata de su cuestionamiento a los críticos y a la crítica misma en la República Dominicana:

 «En la República Dominicana, los críticos suelen asumir una ética ambigua en torno a su objeto específico de estudio. Sólo basta leer sus juicios para verificar la falta de decoro y su posterior análisis envuelto en un anacronismo degradante y manipulado. Uno de los problemas más espinosos que afrontamos están relacionados con esas imposturas de terror». (op. cit. p.25)

 Chahín radicaliza su postura porque ha observado cómo ese fantasma de la crítica ha deslegitimado la lectura de textos literarios y culturales mediante un criterio antojadizo, sin que el mismo se fundamente en un sistema de pensamiento de base analítica  y reglas de observación o principio de trabajo. Se refiere Chahín a casi todo el que ha leído públicamente un texto poético, literario y filosófico, sin disponer de un criterio verificacional, puntual, epistémico, estético-literario o teórico-literario.

 La episteme que plantea Chahín sobre la crítica implica, sin embargo, toda una discusión en torno al método, el antimétodo y una teoría de la interpretación, la comprensión, la contextualización  y difusión de obras literarias y textos culturales. Criticar el método exige también una positio intelectual y procedimental propia del nivel de lectura profesional de los textos, habida cuenta de los  marcos de referencia que impone una determinada mediación teórico-literaria y un pensamiento crítico abierto a las estructuras, funciones  y contextos de una adscripción o práctica de trabajo sobre las ideas literarias, filosóficas y estéticas en el país.

 En este sentido, la aseveración que hace el autor de ¿Literatura sin Lenguaje? plantea una problemática históricamente determinada, cuyo ámbito teórico encontramos en el movimiento mismo de la modernidad. La problemática del método y el antimétodo ha dividido los estudios crítico-literarios, debido al obstáculo heurístico y epistemológico pronunciado por los diferentes modos de articulación de las ideas críticas y métodos de trabajo de la crítica literaria que se han asumido desde 1750 hasta las proposiciones de la crítica filosófica, estética y comparativa de los siglos XIX y XX en Alemania, Francia, España, Suiza, Italia y sus ramificaciones latinoamericanas y norteamericanas.

 Nuestro autor presentifica en el caso dominicano el obstáculo y el «fantasma» de la crítica mediante una aseveración que, como hemos dicho ya, pide un análisis de mecanismos, recursos intelectuales y propósitos de interpretación y comprensión:

 «Por supuesto, toda gran crítica  supone un método, sólo que este método es una relación personal con la obra. Tras todo método existe un sistema de ideas, pero éstas no operan como categorías permanentes: están en función particular de la obra y de la experiencia que ella suscita. La crítica es algo más  que un método  o un modo  de conocimiento, pues ella contiene una dimensión que la trasciende como mero ejercicio de investigación» (op, cit. p. 27)

 Como podemos observar, para Chahín la crítica literaria es algo más que presentar, exhibir o aplicar herramientas o sistemas. Nuestro autor nos dice claramente lo que no es la crítica. Queda como proyecto, sin embargo, elaborar aquella teoría del discurso crítico instruida  a partir de los presupuestos que nos presenta el autor en toda la parte que tiene que ver con el ejercicio de la crítica entendida como criterio abierto de lectura, comprensión de la obra, funciones y contextos formativos de representación.

 Pero para Chahín la crítica y la literatura conducen a miradas y gestos que participan del silencio entendido como construcción de un sentido instruido desde la ontología que purifica y cualifica el «ser del lenguaje», el olvido y la memoria.

 El trazado de una creación que merece la atención de toda interpretación conduce a fijar una memoria de la cultura que  es la principal inquietud que nos plantea el autor de esta obra en sus lecturas inmanentes de textos, imágenes, confluencias o desencuentros, que nos llevan en este sentido  «hacia un nuevo lector» y por lo tanto hacia una nueva clave de lectura de los textos y espacios de la cultura (ver, Trampas textuales, pp. 105-135) Grafías Dominicanas, pp. 139-236; Visión hacia fuera, pp. 239’310; La literatura y los medios, pp. 335-342, y otros)

 La necesidad de una inscripción permite al autor-lector situarse en un ámbito extensivo a todas las prácticas culturales (ver, Pintura y creación, pp. 313-331; Al margen de lo propio, pp. 345-362; Dos espectros filosóficos, pp. 365-380; y, La otra puerta, 383-393) La clave de lectura de esta obra debe buscarse, sin embargo, en la metalectura de cuatro visionarios y contientes del siglo XX: Maurice Blanchot, Jacques Derrida, Georges Bataille y Emil M. Cioran.

 La significación que tienen para Chahín estos pensadores envuelve in acto e in facto la revelación de una rebeldía del ontos, el telos vital, y la diké justificada en el graphein que aspira, en todo momento, a la escritura y a lo que Blanchot con su agudeza político-metafísica ha señalado en El diálogo inconcluso, Ed Monte Avila, Caracas, 1974, (1996):

  » El encuentro. Lo que llega sin llegada, lo que aborda de frente, pero siempre por sorpresa, lo que exige la espera y lo que espera la especie pero no alcanza. Siempre, aunque fuese en el corazón más intimo de la interioridad, es la irrupción del Afuera, la exterioridad que sobrecoge a todo. El encuentro abre el mundo, abre el ego y, en esa abertura, como todo lo que llega no llega? todo esto es el revés imposible de vivir de lo que al derecho no se puede escribir, doble imposibilidad que es necesario transformar, por un acto adicional, a fin de adaptarla a la «realidad» viviente y escribiente». (op. cit, p. 634)

 En sus Écrits Politiques, (Eds Lignes-Editions Léo Scheer, París, 2003), Maurice Blanchot nos muestra la perspectiva que abraza Chahín como tiempo del hacer una nueva política de la interpretación:

 «Hoy podemos decir que es fácil rechazar, que el ejercicio de ese poder comporta pocos riesgos. Y esto es verdad para la mayoría de nosotros. Creo sin embargo que rechazar no es nunca fácil, que debemos aprender a rechazar y a mantener intacto, por el rigor del pensamiento y la modestia de la expresión el poder de rechazar que de vez en cuando algunas de nuestras afirmaciones debería verificar». (op. cit., p. 12, traducción nuestra)

 Toda una estética política, poética y teológica, lleva al autor de ¿Literatura sin Lenguaje? a situar el camino de la lectura  y la comprensión del mundo-lenguaje, a través de su lectura de Bataille (La literatura y el mal, Eds. Taurus, Madrid, 1989, Lo imposible, Eds. La nave de los locos, México, 1979; y, El pequeño, Ed. Pre-textos, Valencia, 1997) y donde este intelectual y visionario francés le dice a la contemporaneidad y al mundo lo siguiente:

 «La exigencia del mal es tan profunda, tan áspera, que la lucidez y la paz que tengo por un tiempo, le son contrarias. Escribiendo, pronto no puedo responder a una exigencia tan entera: escribir compromete a media en la vida del bien». (El pequeño, op. cit, p. 27)

 Y más adelante, Bataille le pide a Chahín que acepte decir lo que en un momento leyó en su obra y aceptó como pecado:

 «Dios no es en  absoluto el mal, pero en el debate entre el bien y el mal, el hombre entrevé el abismo? ¿Cómo adivinaría yo en tales instantes lo que la suerte hará de mí? No me preocupo más: de repente me veo como la cobarja de Dios, pero Dios en su infinitud está ciego, cuando ver es mi imperfección» (op. cit. p. 42)

 La genética textual de ¿Literatura sin Lenguaje? se reconoce en una historia ontológica, poética y política del lenguaje y los textos aceptados como instancia de valor, necesidad  y rechazo, a partir de una interpretación que pronuncia sus ejes en los niveles de preocupación de las ideas estéticas, la teoría de la literatura y la filosofía de la obra literaria. Lo que sugiere e implica en este caso una vía franca para establecer combates imaginarios que desencadenan la necesidad de la interpretación como acto fundante y trascendente, aún allí, donde la memoria recupera huellas, ceremonias y signos de la alteridad.

 Finalmente, entendemos que esta obra de Plinio Chahín invita a rechazar y a la vez a vigilar un dispositivo teórico-crítico de amplios alcances filosóficos, poéticos y literarios. Lo que se plantea como inquietud remite también a una recomendación necesaria para que se pueda establecer un marco de interpretación y comprensión de la obra como producto y productividad, pero sobre todo como lenguaje, pensamiento y espacio dinámico de cultura. Todo lo cual nos va a  permitir que el acto reflexionante y teorético sobre los objetos de valor en la literatura, la filosofía y la crítica, se constituya como revelación de una nueva axiología de la lectura y la producción textual en la República Dominicana de nuestros días.

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