Plumas de burro

Plumas de burro

HAMLET HERMANN
Fue a principios de marzo de 2005 cuando formé parte, por primera vez en Estados Unidos, de un panel de discusión sobre la invasión militar de ese país contra República Dominicana 40 años atrás. La iniciativa para este encuentro había provenido del Ralph Bunche Center for International Studies, de Howard University. Además, participaron académicos de otras universidades de la capital estadounidense. Aquella fue la primera de numerosas intervenciones en instituciones académicas de esa nación durante 2005 sobre ese tema, con historiadores estadounidenses especializados en los asuntos latinoamericanos.

Como pocas veces pudo haber sucedido, los puntos de vista de dominicanos y de estadounidenses sobre esa crisis internacional se analizaron con rigor histórico, eludiendo pasiones. A menudo se puso a prueba en esos encuentros la calidad de las fuentes de información que disponía cada uno de los investigadores participantes.

Una contradicción a menudo aparecía en las discusiones: la cantidad de tropas que Estados Unidos utilizó en esa violación a la soberanía nacional dominicana. Algunos de los académicos estadounidenses se aferraban al dato generado por la politización extrema del Pentágono después que la crisis amainó. Esos datos forénsicos situaban los militares invasores en poco más de 22 mil.

Y así algunos de los investigadores de las universidades de ese país empezaron a utilizar ese dato hasta creerse que era real y verdadero. No me arriesgué como ellos a creerle totalmente al Pentágono sino que recurrí a la fuente de la información cotidiana, aquella que no da tiempo a ser alterada por propósitos ulteriores. Preparé entonces una cronología del ingreso de tropas al espacio territorial dominicano, teniendo como base la información proveniente del Departamento de Defensa de Estados Unidos, publicada a diario por el New York Times en 1965.

El trasiego invasor empezó el 28 de abril con 556 “marines” que desembarcaron en helicópteros y fueron ubicados en los alrededores de la embajada de Estados Unidos y el hotel El Embajador. Los paracaidistas de la 82ª División Aerotransportada de Fort Bragg iniciarían al día siguiente sus desembarcos por San Isidro en cantidad de 2 mil 500. Tres días después ya el total de los invasores era de 6 mil 200.

El día que el presidente Francisco Caamaño Deñó tomó posesión, 4 de mayo de 1965, ya había 2 mil 686 infantes de marina, 6 mil 900 paracaidistas, 6 mil 200 de la marina en 24 barcos y 500 de la aviación. El total hasta ese día era de 16 mil 286 militares

El viernes 7 de mayo, Estados Unidos mantenía en República Dominicana un total de 34 mil 921 militares repartidos en 12 mil 676 del “Army”, 7 mil 449 “Marines”, 902 de la “Air Force” y 13 mil 894 de la “Navy” abordo de más de 24 barcos. Apenas el día anterior la Air Force había anunciado que estaba usando 296 aviones de transporte desde bases localizadas en 11 Estados de ese país, los que habían realizado 11 mil misiones aéreas transportando, además de los soldados, 8 mil 700 toneladas de equipo. Un mil 540 libras por cada soldado invasor.

Al día siguiente, sábado 8 de mayo, El New York Times publicó el anuncio del Departamento de Defensa de Estados Unidos en el que se establecía que, en el territorio dominicano y sus aguas territoriales, se encontraba un total de 42 mil 413 militares. Posteriormente tendría lugar el retiro de los “Marines” y el ingreso de tropas de las dictaduras militares latinoamericanas para mantener una cantidad semejante.

¿Por qué el afán del Pentágono en distorsionar las cifras luego de superada la crisis dominicana? Sólo ellos pueden saberlo. Importante es recordar que, simultáneamente con la agresión a República Dominicana, estaba teniendo lugar otra invasión: la de Vietnam. Se conoce también entre los historiadores la manipulación que la Administración Johnson realizó con las fuerzas de la 101ª División Aerotransportada para desviarlas hacia el sudeste asiático.

De todas maneras, una vez más queda demostrado cómo las fuentes diarias de los medios de comunicación, en este caso el New York Times, ayudan a preservar parte del valor histórico, porque la cotidianidad le da la integridad que los fines políticos del Pentágono nunca han tenido.

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