Póngame cualguier nombre

<p>Póngame cualguier nombre</p>

TELÉSFORO ISAAC
Una joven mujer de semblanza triste, mirada perdida y llorosa, va a la clínica rural de su paraje por segunda vez en dos días. La enfermera pide su nombre, pero el mismo no coincide con el del día anterior ni con el mote con que se le conoce en la comunidad. La escribiente le reclama y la paciente responde con brusquedad: «póngame cualquier nombre, porque yo no tengo cédula».

Ella no tiene cédula, ni tampoco sus hijos, ni su compañero conyugal, ni su padre, ni su madre, ni los abuelos. Todos ellos viven, pero no tiene existencia cívica ni legal en el territorio dominicano. Los ascendentes de esta familia han vivido en esa comarca desde los tiempos de los esclavos alzados. El Estado dominicano no se percató de esta inusual condición de moradores centenarios en la Provincia Peravia, cerca de la Benemérita Ciudad de San Cristóbal y en todo el Sur del país especialmente. Allí viven todavía familias como en el siglo XVII.

Sin embargo, a pesar de lo dicho en el párrafo anterior, en días pasados se hizo público lo que muchos sabían o se imaginaban: que hay más de un millón de documentos falsos en posesión de individuos sin escrúpulo, y se dice en forma escurridiza que éstos fueron adquiridos de manos de activistas políticos, personeros del bajo mundo o empleados en oficinas gubernamentales que asiduamente son vendedores de papeles cuasi-oficiales.

La anécdota acerca de la joven que expresó: «póngame cualquier nombre» tiene cierta analogía con la siguiente historia que oí contar cuando niño acerca de los antillanos barloventitos, allá en el Ingenio Porvenir en San Pedro de Macorís. Los obreros eran traídos de las Antillas Menores para laborar en los campos de caña y en las factorías de azúcar. Estos eran puestos a vivir de 30 o más en barrancones en el batey central. En muchos casos, el comportamiento de los antillanos era especial para poder subsistir en un ambiente extraño, hostil y denigrante.

Veamos una experiencia muy particular. En aquellos tiempos Trujillo decretó que todo hombre adulto tenía la obligación de tener un documento llamado «Ley de Camino» para transitar por las calles de las ciudades. Pues bien, la comunidad de hombres que vivían en los barrancones tenían las intenciones de cumplir con el decreto del gobierno, pero a su manera.

Como estos inmigrantes eran solidarios unos con otros, un sólo miembro de la comunidad de los barrancones se registraba y sacaba la «Ley de Camino». Mediante una colecta entre ellos se pagaba por el documento y todos eran conocidos por el mismo nombre: John Thomas.

El ejemplar de la «Ley de Camino» se guardaba en una lata de manteca de cerdo vacía de cinco libras. Esta se colocaba en un lugar estratégico y cuando uno de la comunidad iba al pueblo de San Pedro de Macorís para comprar o hacer una diligencia, éste hacía uso del documento. Al volver del pueblo tocaba una campana hecha de un trozo de riel que colgaba de una mata cerca del lugar donde se depositaba la «Ley de Camino». Así otros sabían que el documento estaba disponible.

Este documento legal y universal para los miembros del barrancón se usó por algún tiempo hasta que se exigieron cédulas con fotos para todos los hombres de más de 16 años de edad. El uso de la «ley de Camino» con el nombre John Thomas para todos, es la contraposición del relato de la joven señora quien entendía que ella podía usar cualquier nombre, porque no esta registrada en los anales de la nación.

En este terruño nuestro y a todos los niveles de la sociedad ha habido mañosos, usurpadores, cacos, cleptómanos, saqueadores, estafadores, desfalcadores, y los que engañan con documentos falsos con doble contabilidad en los negocios y empresas, tramposos en embajadas y consulados, o con ceros añadidos a los números de los votos en una elección.

La joven mujer que daba pluralidad de nombres en el consultorio de una sección de San Cristóbal, no puede ser acusada de falta de ética- moral cuando dijo con mucha rabia: «póngame cualquier nombre, porque no tengo cédula». Recalcamos ahora como lo hizo el profeta y maestro Jesús: «Los que tienen oído, oigan». (San Mateo 13:9).

Publicaciones Relacionadas

Más leídas