Población enferma

Población enferma

ÁNGELA PEÑA
Ante la ausencia de un eficiente servicio público de sanidad –que no deja de llenar pasillos, camas, asientos y hasta el inmundo piso hospitalario de pacientes a veces moribundos– cada vez surgen en la República nuevos centros privados de salud. Son múltiples y hay para todos los bolsillos. Están en las zonas más pobres, con médicos experimentados, pero con otros que por sus torpezas deberían ejercer con éxito la veterinaria y evitar la secuela de seres humanos que despachan en peores condiciones que las que los llevaron a consulta.

En las clínicas donde acuden las llamadas «mejores familias», el facultativo es más eficaz, aunque sus atenciones cuesten al afectado la pérdida de su patrimonio, si no cuenta con un seguro de amplia cobertura (a pesar de que hay galenos que no trabajan con ese necesario recurso, exigiendo al punto y en efectivo sus honorarios).

Ese crecimiento tan vertiginoso de nuevas clínicas, sin embargo, parece ya insuficiente para tanta gente enferma. Da la impresión de que todos los dominicanos sufren algún aquejo que los convierte prácticamente en presos de confianza de tantos consultorios, de privados y semi-privados. Las salas de espera viven repletas de hombres, mujeres y niños que hacen turno con resultados de análisis de laboratorios, enormes sobres amarillos con radiografías, sonografías, tomografías, cultivos, resonancias magnéticas, biopsias. Llegan en sillas de ruedas, algunos son pasados en camillas mientras una enorme cantidad aguarda con las manos en el órgano adolorido, cayéndose del sufrimiento, doblados por el martirio de un síntoma que casi los enloquece. Parquearse es otro aquejo. Los estacionamientos se agregan al negocio y, aun así, el espacio resulta insuficiente.

El país esta prácticamente lleno de personas enfermas, algunas graves, muchas confirmando o desestimando presentimientos y un sinnúmero de hipocondríacos y estresados sin remedio. Entre esas caras, comportamientos e indumentarias, prevalece una clase media que más que a un especialista o internista debería acudir al psiquiatra porque un gran componente de sus males está motivado en un malestar general que tiene a la República al garete: la acumulación de tensiones por lo difícil que se ha puesto el solo hecho de vivir. Se sufre inseguridad económica, descontento social, tensión por los altos precios, angustia por los riesgos a que a diario se exponen los hijos en un ambiente donde cualquier saltapatrás tiene licencia para eliminar una vida, se discute por el congestionamiento del tránsito y las arbitrariedades de algunos agentes del orden. Acudir al mercado o a la gasolinera es como dirigirse al infierno por el indudable encuentro con los altos precios y ni hablar de la violencia y de la delincuencia.

Pesimismo, desesperanza, inseguridad, abaten al dominicano y esos sentimientos aparentemente emocionales se reflejan en el estómago, el páncreas, el colon, la cabeza, el bajo vientre, la espalda, el corazón, las articulaciones, la vejiga, la vesícula biliar, el bazo y hasta en los órganos más íntimos que se tornan inactivos, se vuelven holgazanes. Ante esta demanda, la medicina privada, tanto la llamada alternativa como la científica, se ha convertido en un negocio sólido, al punto de que los galenos criollos no dan abasto y hay cantidad de extranjeros esbozando diagnósticos. Unos afectados se curan, otros mueren. Algunos quedan en la inopia y siguen en pronóstico reservado, postrados de consideración, con candidatura a cuidados intensivos. Muchos que ayer hacían galas de lucidez y cordura andan por esas calles completamente enajenados para terror de los que presumen tener juicio que no quisieran verse en esos espejos. Hay raíces personales, genéticas, que producen ciertos males, pero la crisis nacional que embarga es una amenaza seria que no debería tomarse tan a pecho. Pero hay que enfrentarla, y ahí es cuando comienza la indetenible cadena de dolores.

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