Pobre país rico

Pobre país rico

Así como a la noche le sigue el día también se puede afirmar que no se concibe algo socialmente bueno que no contenga escondido en su interior su opuesto que es lo malo. Es tal como lo relata Juan Legido en una de sus inolvidables canciones: Tráigame una mujer fea/ que por muy fea que sea/ yo  le veré algo bonito”  Filósofos y sociólogos suelen llamarle a este fenómeno  la ley de los contrarios.

Por desgracia el mentiroso desconoce que detrás de su mentira inexorablemente se incuba una verdad que en el momento oportuno saldrá a relucir. Nuestro país sufre la cronicidad de una creciente escasez de hombres y mujeres honradas,  pero de modo simultáneo vemos con preocupación un aumento exponencial de gente corrupta. Somos ricos en letrados analfabetos quienes con grado de licenciados escriben cajón con G de gato. Abundan las universidades que venden títulos a todo aquel que pueda pagarlo, pero esas mismas instituciones son huérfanas de proyectos de investigación y, por ende, carecen de publicaciones que aporten nuevos conocimientos a la humanidad.

Somos una nación rica en Car washes, bancas de apuestas, moteles, cervezas, rones y preservativos; en cambio, somos pobres en escuelas y servicios sanitarios de calidad accesibles a los infelices que no tienen con qué pagar.   Tenemos ruidos ensordecedores por todas las ciudades en cantidades industriales capaces de enloquecer al más sereno de los cuerdos, pero, por otro lado, no aparece ni en los centros espiritistas un rincón de silencio, tan necesario para la meditación. Hasta las iglesias se han llenado de ruido.

Somos una potente república rica en millones de niños que albergan billones de parásitos en sus vientres en tanto que tienen reducida su hemoglobina a unos cuantos gramos. Contamos con cientos de toneladas de basura con vertederos improvisados y cañadas contaminadas a granel que garantizan perennes condiciones de  insalubridad.  Campea por doquier el irrespeto a nuestras propias leyes, el abuso, la burla, el desorden, la violencia y la inseguridad ciudadana. Son cada vez más jóvenes nuestras embarazadas y mayores los índices de mortalidad materno infantil.  El envejecimiento prematuro es nuestra vejez real; aquí son unos pocos privilegiados los que pueden en salud decir que pasan de los noventa años.

Constituimos un país rico en jóvenes adictos callejeros, alejados de los recintos escolares, amén de estar desempleados, en tanto se reduce la proporción de niños que ya adolescentes pisan el aula universitaria. El SIDA, la tuberculosis, la hipertensión arterial, la diabetes y el cáncer se esparcen como la verdolaga por todo el campo social dominicano, mientras que se tambalean los programas preventivos por falta de suficientes y oportunos recursos financieros y humanos. Somos  una nación rica en fantasías,  pesadillas, frustraciones y amarguras, pero somos pobres en sueños, proyectos y realizaciones. Últimamente escasean los herederos de Juan Pablo Duarte, de Luperón y de Juan Bosch, a la vez que se multiplican como hormigas los hijos de Pedro Santana, Buenaventura Báez, y de la antítesis de Bosch. Mientras lo bueno escasea lo malo nos sobra; es por ello que con pena todavía digo: somos un pobre país rico.

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