Pobreza ¡Una maldición! Fruto de una voluntad perversa

Pobreza ¡Una maldición! Fruto de una voluntad perversa

A la entrada del “Callejón de Lolito”, uno de tantos laberintos del barrio El Caliche, de Villa Duarte, don Francisco Ozuna Castro, antiguo carbonero de 87 años se distrae acomodado en una silla con el ir y venir de la gente por el fangoso camino que lleva su nombre, asegurando en el bolsillo la bombita para cuando le ataque el asma.

Paz y bien. Santa alegría. El anciano responde al saludo franciscano del fraile que, deteniéndose a cada paso con el vecindario, sortea charcos por el callejón que conduce a la casita que habita, adonde confluyen todas las angustias, todas las urgencias del barrio, sus necesidades materiales y espirituales.

Don Lolito habla de los cambios en el barrio “pa’ peor”, de haber vencido su adicción al alcohol desde que transita por los caminos del Señor. “Unos amigos míos apostán cinco litro a uno que yo no duraba una semana”. A seguidas, se dirige a las personas que acompaña al sacerdote:

Usted ve esa barba que él tiene, soy más viejo que él, él se iba conmigo en la carreta cuando yo era carbonero. Somos criados juntos.

Tú te acuerdas, ¿verdad?, pregunta a fray José Guerrero, quien en respuesta loabraza sonriente.

Claro que recuerda la alegría de un niño de siete años de subirse en la carreta junto a otros muchachos, atraídos por el caballo de Lolito. No lo olvida, ahí se crió correteando descalzo, desnudo, como los demás niños de la mísera barriada.

Hoy no va descalzo, con sus únicas sandalias, porque “un hombre no camina con dos pares”, va dejando sus huellas de paz y amor en Villa Duarte. Medio siglo después de esas correrías, sigue siendo pobre de origen y elección, como mentor de los Hermanos Pobres de San Francisco.

Pobreza franciscana. Fray José enfatiza la diferencia entre la pobreza franciscana que da el disfrute de la libertad, del desapego, de la no pertenencia, y esa pobreza abominable, ignominiosa, deshumanizante que hoy viven los pobres de El Caliche y demás barrios de Villa Duarte, del Gran Santo Domingo y todo el país.

“Hay un autor que me encanta, Gustavo Gutiérrez, de la Teoría de la Liberación. Él dice que realmente esta pobreza que vivimos nosotros Dios no la quiere y él la concibe inclusive como una maldición, porque lo es, yo sé lo que es la pobreza , vivo con esta gente aquí”.

Con su hábito marrón, que siempre visten como signo de consagración a Dios, recorre los callejonescomo un pobre entre los pobres. Junto a otros nueve hermanos seminaristas, reside en el barrio en profunda conexión con la gente. Conoce sus pesares, sus carencias, es desgarrante cuanto ve en sus casas o en la calle. Duele ver tres muchachitos a las 6:00 de la tarde sancochando un plátano y un huevo, sin haber comido nada todo el día.

“Eso es una maldición, ¿cómo aprenden esos niños?” “Esa es una pobreza no querida por Dios, Dios no quiere eso. Nosotros hemos hecho la opción de estar aquí como para ayudar a nuestros pobres a salir de esta situación, que no es la voluntad de Dios”.
Explotan esa pobreza. “Esa pobreza es fruto de una voluntad perversa, y ahí está mi indignación con los políticos, porque ellos crean esta situación de pobreza y algo que me duele mucho, mucho, es que luego se aprovechan.

En las elecciones vienen aquí a comprar los votos, como diciendo, ¿cuánto vale tu conciencia?, vale un saco de arroz. Mantienen esta pobreza para aprovecharse electoralmente de ella, explotan esa situación”.

Le indigna también saber que para dar de comer a sus niños, una señora haya tenido que embriagarse primero para acostarse con un hombre porque en su sano juicio no lo hace. “Entonces, que venga un político que le dé mil pesos por una cédula, no lo piensa dos veces, se la vende 50 veces”.

“Los políticos se nutren de eso, es una perversidad, y por eso nuestra preocupación de cambiar el hábitat”, como se proponen con la Fundación Futuro Cierto. “Ellos se sentirán más valorados, crecerá su autoestima y los políticos no irán tan fácilmente a comprar sus votos, pero viviendo en esta miseria le sacan mucho provecho políticamente”.

Pareciera un tanto difícil que en sus prisas cotidianas en busca del sustento, puedan tomar conciencia de su realidad, de las raíces de su pobreza. ¿Es posible? “Sí, sí, tengo la convicción de que viviendo con ellos uno lo logra, el proceso es lento pero uno logra en el día a día que vayan adquiriendo esa conciencia crítica”.

Es posible, llevo once años viviendo aquí, yo mismo tengo ya otro nivel de conciencia, conozco más, puedo penetrar más, viviendo con ellos me di cuenta de que estos callejones, estos barrios, mi barrio El Caliche, crean una cultura, se mentaliza, los niños crecen en los callejones, en la bachata, la violencia, es su mundo.

Padre, la cantina. Un grupo de muchachitos corre al ver llegar a fray José, le rodean, atentos a sus palabras, a sus gestos de afecto. Padre, la cantina, grita uno.

¿Por qué le piden cantinas? Es que damos comida a 300 niños, y ellos van con las cantinas al sitio donde preparan los alimentos, a veces también adultos.

Es una de tantas formas con que alivian necesidades. ¿Dios provee, padre? Sí, Dios provee, responde el sacerdote, quien tiene que tocar muchas puertas, sensibilizar corazones para que los pobres puedan tocar la suya en su casita. Para proseguir las obras, pagar la renta del local donde imparten cursos, atender una lluvia de peticiones.

Vienen continuamente en busca de ayuda, indica el hermano Abraham, uno los seminaristas que viven en la casita, algunos eligen el sacerdocio, otros se quedan como hermanos legos.

Atento, el joven recibe a cuantos llegan con una receta, un currículum, piden dinero, comida o tan solo un vaso de agua. El teléfono no cesa, Abraham escucha los problemas, reflejo de las múltiples carencias, pero el dinero no alcanza.

Es angustiante, tenemos mucha presión, esta gente tiene la convicción de que estamos aquí para resolverles sus problemas -dice fray José. Cuando no le damos a veces se enojan, después se calman. Un gran proyecto que tenemos ahora es trabajar para que, comenzando por El Caliche, tengan una vivienda digna, que desaparezcan las casuchas, los callejones, porque el ambiente influye en su mente, estoy totalmente convencido de esto.

Con el barrio y cuantos se solidaricen con esta obra de justicia y amor buscan desterrar la ignorancia, el hacinamiento, insalubridad.

“Queremos transformar el hábitat y trabajar simultáneamente en la transformación de la conciencia, que la gente vaya descubriendo su propia dignidad, y juntos podamos darnos lo que lamentablemente el Estado siempre nos ha negado, una vivienda digna. Tenemos que empeñarnos en lograr eso, que la gente comprenda que juntos podemos, podemos”.

Amén. Así sea.

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Exquisita libertad

“La pobreza da una apertura a la conciencia, nos conecta al mundo de los pobres. A mí me toca primero por mis orígenes, nací en un campito de Higüey, mi familia emigró a este barrio pobre, el Señor me llama a la orden de un santo que decir Francisco es decir pobre. Esa es una pobreza espiritual que es más profunda, el desapego de todo, no se entiende la pobreza de Francisco sin una pobreza material”, dice fray José.

¿Qué implica ser un renunciante, un hermano pobre de san Francisco en un mundo tan materialista? Supone “una profundísima y exquisita libertad”. “Algo que me encanta de la pobreza es esa libertad, usar las cosas sin apego…”. Como san Francisco, cree que la pobreza es la virtud que más nos acerca a Dios, un camino sublime de perfección, de frutos muy variados y poco conocidos. “Pocos conocen la belleza de la pobreza material que nos permite disfrutar la Creación, alegrarnos del hermano Sol, la hermana lluvia, inclusive los hermanos ratones. Disfruto el desapego, tener lo indispensable, nada superfluo, y lo que hay es de todos.

“Tenemos la convicción de que hay que vivir con los pobres, no es igual venir a visitar. Hemos logrado con ellos una conexión hermosa, si llueve hay que salir, salimos todos en la noche, el colchón que hay que cuidar, que se dañan las cosas, uno ve cómo nos cuidan, la casita de los padres se está llenando de agua, vamos allá, y vienen todos. Es como ser todos pobres, sufrimos todos con los fenómenos naturales, cuando se va luz.

En un 99% de las familias duermen todos en un cuartucho, papá, mamá, hijos, tres, cuatro o cinco en la misma cama, y por eso en mal estado, con puyas, al llover se daña, hay sacarla al sol. El vivir como ellos como pobres, nos da una conexión profunda, uno va a una casa y siempre comparten lo que tienen, un poco de arroz, un pedazo de pan, cualquier cosa”.

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