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Hace años que los maestros dejaron de ser unos santurrones dispuestos a sacrificarse por instruir a los demás. Actualmente, los profesores en ejercicio devengan mejores salarios que antes, por lo que ya no responde a la realidad aquello de “más hambre que un maestro de escuela”. La profesión docente figura entre las preferidas por los estudiantes recién matriculados en universidades u otras instituciones de educación superior. Y qué decir de la mentada vocación de maestro. ¡Ay, eso es cosa del pasado! Ese vocablo hoy se escribe con (b) larga. Antes, los maestros podían trasmitir sus conocimientos valiéndose de tizas, borradores y pizarras. Y hasta podían hacerlo bien debajo de un árbol o en un aula destartalada. Hoy no. El instrumental de un profesor habilitado para transmitirles a sus alumnos conocimientos actualizados abarca celulares, proyectores, pantallas, computadoras portátiles y otros instrumentos tan sofisticados y caros como esos.
Una educación de calidad resulta muy costosa. La reforma de un sistema de instrucción pública viene aparejada con inversiones que superan las decenas de millones de dólares y cuidado si más. En el caso de la República Dominicana, con una inversión anual en educación equivalente al 4% de su PBI, se ha estado mejorando la calidad de la instrucción pública; se han construido miles de aulas; se han elevado los salarios de los servidores docentes, y se han estado creando decenas de plazas de trabajo para técnicos, profesores y directores de recinto. Ni hablar de la tanda extendida; la misma conlleva erogaciones que no se tenían antes. Por lo que vale la pena preguntarse: ¿De aquí a unos cuantos años, qué proporción de nuestro Producto Interno Bruto tendremos que dedicarlo al sostenimiento de ese sector? ¿Un 5%, un 7% o un 9% del PIB? No lo sabemos.
Nuestro sistema de instrucción pública no existe en un vacío social, ni en un mundo de abstracciones. La sociedad que lo rodea está llena de fuerzas dinámicas que influyen directa o indirectamente sobre su comportamiento y, en último extremo, determina su importancia alcance y viabilidad. Durante las últimas décadas, su entorno socio-económico y político ha experimentado cambios extraordinarios de los tipos más diversos y todavía estamos a las expectativas de que puedan producirse otros de grandes dimensiones.
Como hemos señalado anteriormente, después del ajusticiamiento de Trujillo y de la desaparición de su régimen, la República Dominicana ha llevado a cabo una notable transición desde un prolongado periodo de 31 años de dictadura a una democracia en pleno funcionamiento, aunque con ciertas imperfecciones. Cualquier extranjero que conociese la República Dominicana en los días más oscuros de la dictadura trujillista se sorprendería ante los cambios tan constructivos que el nuevo espíritu de libertad ha logrado introducir en la patria de Duarte, Luperón y Fernández Domínguez. Entre estos se destacan una prensa libre y crítica; partidos políticos independientes y elecciones libres; la tutela cuasi efectiva de los derechos humanos y lo que, para nosotros muy importante, la reafirmación constitucional de la autonomía de la Universidad Autónoma de Santo Domingo y del derecho a la educación de todos y cada uno de los dominicanos (plural genérico).
Los cambios políticos más arriba señalados han modificado profundamente nuestro entorno operativo y ético, colocándonos frente a nuevas oportunidades, desafíos y obligaciones. A pesar de ello, vivimos quejándonos y aunque las cosas marchen bien, protestamos porque consideramos que debieron marchar mejor. Es que, como lo expresa el eslogan publicitario, somos así y así somos.