¿Podemos aún comer carne? se pregunta el Salón de la Agricultura de Berlín

¿Podemos aún comer carne? se pregunta el Salón de la Agricultura de Berlín

Berlín. AFP. ¿Podemos aún comer carne? ¿De qué tipo? ¿Cuánta? Esas preguntas, muy presentes en el Salón de la Agricultura de Berlín, reflejan las dudas y angustias sobre un producto cuyo consumo disminuye en varios países industrializados.  

Los escándalos alimentarios, los cuidados por la salud y las preocupaciones por el planeta han reducido en los últimos años el apetito de los europeos, e incluso de los norteamericanos, por costillas y salchichas, revela el «Atlas de la carne» presentado este mes por la ONG Friends of the Earth (Amigos de la Tierra)y la Fundación Heinrich-Böll, cercana al Partido Verde.

«Dudas de ricos». Los alemanes siguen siendo grandes carnívoros, con 60 kilos ingurgitados por año y por persona. Pero el año pasado consumieron en promedio dos kilos menos que en 2012 y hay en el país unos siete millones de vegetarianos, de acuerdo con datos de la federación vegetariana.

El grupo Friends of the Earth admite que se trata de «dudas de ricos», pero que distan de ser injustificadas. Son personas bien informadas, que «no pueden ignorar los efectos nefastos ¡del consumo de carne¿ sobre el medio ambiente, la salud humana y el bienestar de los animales», sostiene.

En muchos países en desarrollo, consumir más carne es sinónimo de acceso a la clase media y de cierta prosperidad. En los países desarrollados, en cambio, reducir o eliminar su consumo denota conciencia de los inconvenientes que plantea.

El libro «Eating animals» (Comer animales), del estadounidense Jonathan Safran Foer, que analiza todo el proceso de la industria cárnica, ha tenido un fuerte impacto.

La prédica llegó al mismo Salón de la Agricultura de Berlín, donde Esther Müller, de la Sociedad Protectora de Animales de Alemania, llamó a «comer menos carne». Y Hubert Weiger, de la asociación ambientalista Bunda, instó a a «aumentar los precios» de todos los productos que salgan de los mataderos.

El criador de ganado Richard Herbst aprueba esas propuestas. «¿Qué mundo es este, donde un escalope cuesta más barato que la comida para gatos?», se interroga Hebts, que atribuye el fenómeno a «la presión» ejercida por las grandes redes de distribución sobre los productores.

Esas redes parecen tener el porvenir asegurado con la gran masa de consumidores para quienes el precio es el principal criterio que cuenta al comprar un pollo o un jamón recompuesto.

Pero las preocupaciones de los demás se hicieron oír y algunas grandes cadenas, entre las que figura Lidl, acordaron invertir millones de euros para respaldar a los productores que aseguran buenas condiciones de cría.

En el Salón de Berlín, uno de los mayores del mundo según los organizadores, esas preocupaciones no se perciben a primera vista entre los visitantes de la «semana verde».

Alemania es el país de la chacinería y los puestos de salchichas y jamones son numerosos y muy frecuentados.

Un hangar entero está destinado a demostrar la calidad de la producción local, siguiendo el proceso de elaboración desde la granja hasta la mesa del consumidor.

Pero las demás voces están presentes. El jueves, se organizará una mesa redonda sobre el tema «Dejar vivir a los animales», que propondrá una «alimentación sin carne».   Los profesionales del sector admiten un interés creciente por el tema.

«La gente se hace cada vez más preguntas y los criadores se dan muy bien cuenta de lo que ocurre», dice Richard Herbst, un criador de cerdos en el oeste del país.   Su colega Kathrin Seeger, que tiene un criadero en Hesse (oeste), afirma que «la carne alemana está por encima de toda sospecha» y atribuye las dudas a un fenómeno a un «acoso» contra el sector. Pero «yo no obligo a nadie a comer carne», afirma.

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