Una familia muy religiosa le hacía creer al pueblo que la leche de vaca que ellos vendían era pura, sin adulterar.
Un domingo de resurrección, a las cinco de la mañana el papá le expresó a su hijo lo siguiente: “Hijo mío, date prisa, la iglesia inicia a las ocho de la mañana y no quiero llegar tarde, asegúrate de echarle agua a la leche, trata que la cantidad de agua no afecte el color de la leche, de esa forma, hijo mío, los clientes no se darán cuenta”.
El cuadro de esta familia refleja una dicotomía, una doble moral muy marcada; hoy en día podemos observar este mismo comportamiento, no llevamos una vida coherente e integral en el plano de las prácticas judeocristiana, me refiero a todos los que profesamos la fe cristiana, los católicos, protestantes, evangélicos, adventistas y otras más.
Esta dicotomía refleja que estamos mal, nos hace recordar que no estamos viviendo lo que profesamos, hemos caído en una doble moral, y nos sentimos avergonzados y sucios, porque sabemos que no estamos practicando una verdadera fe, no vivimos la creencia que le da sustancia y sentido a la resurrección.
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A veces actuamos como el ejemplo de la familia que vende la leche adulterada, tenemos una doble vida y celebramos la resurrección sin entender las implicaciones y los procesos de esa milagrosa resurrección.
Antes de la resurrección de Jesús debemos tomar en cuenta algunos pasos que anteceden a ese evento milagroso; uno de ellos es la intervención de Dios en un mundo roto.
Jesús dejó su espacio perfecto para estar en un entorno contaminado y putrefacto.
Por eso es que la resurrección implica dolor. Jesús, antes de resucitar dejó su trono y se hizo hombre y carne. De hecho, el milagro más grande no es la resurrección, el milagro más espacioso y profundo fue que el mismo Dios se hizo hombre; esto implica humillación y despojo.
Hoy en día queremos celebrar la resurrección sin pasar por el proceso de la humillación. Como dominicanos debemos humillarnos y retractarnos y así reconocer que hemos fallado como pueblo, somos una nación que ocupa uno de los primeros lugares en la corrupción, celebramos y patentizamos nuestra doble moral, y es justamente en ese contexto que en esta Semana Santa nos hacen una invitación para celebrar la resurrección desde una práctica más integral; resurrección es nacer de nuevo, es morir y volver a nacer.
En otras palabras, nuestra nación debe morir a prácticas que nos mantienen lejos de la resurrección y muy cerca de la muerte. Debemos nacer de nuevo como país, debemos extrapolar el efecto de la resurrección a nuestra vida diaria y a las prácticas del Estado dominicano.
La resurrección de Jesús significa que, por brutal, por criminal, por corrupta que sea nuestra República Dominicana, nunca seremos abandonados por Dios.
La resurrección implica reconquistar lo que ya murió. Creer en la resurrección es creer que los cambios son posibles, es afirmar que podemos tener una vida nueva; de hecho, podemos construir una vida nueva ahora, en esta vida; también en la vida venidera.
Jesús dijo que los ladrones (los estafadores) vienen para robar, matar y destruir; pero yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia. Vida en abundancia es el clímax de la resurrección para el pueblo dominicano. ¡Podemos resucitar como país!