¿Podemos tener instituciones
sin buenos ciudadanos?

¿Podemos tener instituciones<BR>sin buenos ciudadanos?

JOSÉ BÁEZ GUERRERO
Es frecuente escuchar a gente inteligente quejarse de que, para mejorar nuestro país, hace falta “institucionalizarlo” más. A veces parece que lo que se sugiere es que tengamos más instituciones, entidades dedicadas a cuidar los fundamentos de la sociedad, y cuando no se trate de organismos propiamente, de convenios sociales como el matrimonio. Tantas veces se dice esto, que ya ni se piensa al insistir en que debemos “institucionalizarnos” más; es un mantra integrado a la sabiduría popular. Seré rosca-izquierda, pero digo que no. No necesitamos más instituciones, sino mejores ciudadanos.

A diferencia de muchos otros pueblos latinoamericanos, poseemos algunas venerables instituciones antiquísimas: la más vieja universidad, el cabildo de Santo Domingo, una asociación médica más vieja que la buena salud, una prensa más que centenaria (cuya edad triplica la de la democracia), un Ejército que podría argüirse antedata a la república. Sin embargo, la UASD es más famosa por razones distintas a la excelencia profesional; el Ayuntamiento de la capital podría abolirse sin mayores consecuencias; el colegio de los médicos es notorio por sus huelgas, pero nadie recuerda su último aporte a la ciencia médica; la prensa la podrán juzgar los lectores; y el Ejército, mejor ni hablar…

Tenemos una Academia de Ciencias cuyas noticias se refieren a chismes entre los burócratas que aspiran a administrar su exiguo presupuesto, pero casi nadie podría nombrar a tres auténticos científicos dominicanos, y si alguien se acuerda de alguno, posiblemente sea algún sociólogo, el equivalente moderno de los augures griegos. La física, la química, las matemáticas, o cualquiera de las ciencias necesarias para sustentar economías prósperas, parecen no ser muy favorecidas en nuestro clima. Ojalá que el reciente rescate de la Academia sirva para devolverle rigor científico a su misión.

Anteriormente me he ocupado del tema, pero a raíz del despelote en la Fundación Institucionalidad y Justicia (FINJUS), dedicada supuestamente al fortalecimiento institucional, uno tiene que preguntarse cómo alcanzaremos que la justicia sea un anhelo popular cuando los dueños de ciertos pleitos prefieren transarse o entenderse, debilitando la institucionalidad, boicoteando la justicia.

Uno oye igualmente cómo despistados beatos, seguramente bien intencionados, se rasgan las vestiduras al comprobar cuán poca efectividad alcanzan los pastores de almas que ven disminuir cada año el número de matrimonios religiosos, y hasta civiles, mientras aumentan las uniones consensuales y los divorcios. Se arguye que la “institución” matrimonial hace crisis.

 Pero se olvida que ésta, como otras convenciones, sólo es posible por la voluntad, y ésta pertenece a ciudadanos. ¿Qué clase de país produce ciudadanos cada vez menos propensos a las formalidades religiosas o civiles que, en el desarrollo de la humanidad, han demostrado contribuir a mejorar la cohesión social? Estamos produciendo ciudadanos cuyo marco referencial carece de los aportes de un hogar estable, y luego nos preguntamos por qué hay tan poco respeto a las leyes y a las normas de convivencia civilizada.

Muchas deficiencias enormes de nuestra sociedad tienen su origen en la dificultad de transmitir valores de una a otra generación, pues el crecimiento de la población de las ciudades ha significado que muchísimos jóvenes llegan a la adultez como si fuesen hombres primigenios.

 Al criarse cimarronamente, influidos por la falta de orden y disciplina tan común en los hacinados enclaves de la marginalidad, cuando salen a integrarse hay un choque. Estos ciudadanos crecen y se forman sin ley: sin ser declarados correctamente al registro civil; sin educación escolar básica; sin noción de que la ley, y no la fuerza, es la fuente legítima de los derechos; sin temor a consecuencias sociales o legales por sus acciones. Es otro mundo, y cada día son más.

Los dominicanos privilegiados con educación y sentido común debemos asumir con urgencia la dramática importancia de cortar el ciclo vicioso que está produciendo ciudadanos incapaces de contribuir a mejorar nuestra sociedad. Si quizás hay una o dos generaciones difícilmente recuperables, debemos volcar la mayor atención en aquellos que podamos rescatar. Mi intención hoy no es proponer cómo hacer esto, sino señalar que nuestro problema no son las instituciones, sino su materia prima: la gente.

Resulta casi ofensivo que ciertos mensajes publicitarios insistan en resaltar que la dominicanidad se reduce a ser buenos peloteros o cantantes. Pero demostrar ese error seguramente tomará algún tiempo. En vez de ofuscarnos tanto con las instituciones, estudiemos cómo han logrado otras naciones mejorar la calidad de sus ciudadanos. La alternativa, degradación y degeneración extremas tipo Haití la tenemos delante, y es horrorosa.
j.baez@berizon.net.do

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