Poder de abstracción

Poder de abstracción

COSETTE ALVAREZ
Nuestro poder de abstracción no tiene límites. Cierto es que vivimos, desde hace muchos años, sumidos en nuestras luchas personales en pos de almacenar agua, disponer de iluminación y energía eléctrica alternativa, transportarnos como podamos, conseguir menudos para empezar el día, disfrazarnos de héroes para llegar hasta la educación y la salud; sobrevivir a las goteras, charcos e inundaciones cada vez que llueve, el tipo de sometimiento que se nos exige para conservar los frágiles medios de subsistencia; campear las exigencias de pago sin sentido (ni la exigencia ni el pago), todas esas cosas en las que no deberíamos tener que pensar, pero que en la realidad nos ocupan todo nuestro tiempo y más.

De todos modos, es hora de ir pensando en la magnitud de las incidencias, las pocas de las que nos enteramos, cómo hemos llegado hasta ese punto y la feliz indiferencia con la que, si acaso, hacemos un breve comentario al respecto. Hace unos años, pasaron de asesinar adultos a jóvenes y, últimamente, a matar, cuando menos lesionar permanentemente a niños y niñas, con lo que habrá menos hombres y mujeres en el futuro y en la misma proporción, mucho menos seres pensantes y con espíritu de lucha, porque están aprendiendo demasiado temprano que la vida no vale nada. Ya perdimos la cuenta de los casos ocurridos, sólo por balas perdidas, en apenas un par de meses.

Lo más deprimente es que uno de esos casos fue capitalizado de tal manera, tanto para fines publicitarios como politiqueros, celebrando un cumpleaños que no tenía nada que ver con la situación ni el ambiente, y otro para fines, digamos, religiosos (con un bautizo a todo dar, televisado), que no habrá faltado quien, en su fuero interno, desee, así sea por un instante, que a algún/a menor cercano/a se le pegara una de esas balas. Eso pone más lejos la intención de poner coto a tales “accidentes”.

No ha habido una reacción que muestre algún nivel de sensibilidad ante la espeluznante quema de haitianos. ¿Será que nos parece natural que se rocíe con gasolina a cuatro seres humanos, previamente amarrados, y que tres de ellos mueran después de una agonía que imagino infernal? 

Permanecemos imperturbables ante algunas verdades a medias. Por ejemplo, es absolutamente cierto que estamos cansados de los estafadores, incluyendo a los ingenieros chapuceros. Sin embargo, no son los únicos estafadores que nos tienen hastiados. Además, no han sido pocos los ingenieros, generalmente partidarios de los gobiernos de turno y beneficiarios de obras de grado a grado, cuyas innegables chapucerías no les ha evitado quebrar por falta de pago, y varios han terminado suicidándose. Aunque esto ha tenido lugar en todos los gobiernos, fue notoria la incidencia al final de la gestión que empezó en 1996.

Sin haber estado en Sánchez en los últimos cinco años, sé que real y efectivamente ese pueblo tiene un serio problema de viviendas, empezando por todos los desalojados de Los Haitises que se refugiaron allí desde hace más de diez años, más el deterioro por la falta de mantenimiento y los movimientos de mar y tierra propios de la zona.

Ahora bien, de fuente confiable y hasta oficial, tengo entendido que los hundimientos actuales no son tantos como se ha publicado, lo cual no le resta ni un ápice de gravedad al problema, sino que se ha armado una alharaca que debió tener lugar hace años, porque en estos momentos existe un proyecto de hacer en Sánchez un disparate igualito a la atrocidad que se cometió en Samaná en los años setenta.

Recordemos que lo de Samaná fue una promesa de campaña de Juan Bosch, que Balaguer puso en ejecución, naturalmente a su manera. Y el costo inmediato de aquella barbaridad fue mucha desorientación y casos de locura. También hubo otras enfermedades físicas, mentales, emocionales y muertes súbitas y no tan súbitas. Para nada, porque aquel pueblo tan bello y con tantas riquezas naturales, hoy en día es una pila de multifamiliares en estado deplorable que, no conforme, pone demasiado a la vista nuestra incapacidad de vivir en apartamentos, nuestra carencia de normas de convivencia. Aquí todo es un carnaval. No sé si regresamos o sencillamente nos quedamos en la repartidera de sobrecitos con dineros que no llegan a ningún hogar, pues se quedan en el camino, entre un par de cervezas o un pote y las quinielas, pero de innegable efecto inmediato y, a la larga, eficaz medicamento de prevención para el desarrollo del pensamiento, ya que disminuye la capacidad de asombro y aumenta el poder de abstracción. Entre la perversidad de la intención y la corrupción que significa disponer de nuestras contribuciones de esa manera, no tienen perdón.

Mi amigo Hipólito parecería estar respetando algún pacto, pues apenas se siente después de aquella reunión con Agripino y Leonel, cuya foto para la prensa es insuperable. Mi querido Hatuey, según me cuentan, se la lució otra vez en Guatemala en la actividad del Parlacén, y lo creo, porque desde nuestra misión hace tres años, di fe de que fue el mejor orador en el seminario de la OEA sobre los partidos políticos. Los reformistas, expulsando gente a trocha y mocha. El PRI en bochinche full. La izquierda preparando sus candidaturas para el año que viene, parecería que de nuevo convocando a lo externo. La Junta dando declaraciones extemporáneas (¿a qué viene, al año y cuarto, que no estaba previsto que Agripino se dirigiera a la nación?). Los peledeístas en campaña de perpetuidad.

Y nosotros, los del montón, convertidos en los comodines del juego del sistema. Nuestro valor depende de las necesidades del jugador de turno, lo cual, lejos de representarnos algún mérito a los ojos de los agraciados, nos deja en posición de esclavos permanentes, sin derecho a la menor liberación, obligados a mantenerlos como reyes y no de cualquier reinado: ya ni las migajas nos tiran para que las recojamos del piso. También tenemos que procurarlas.

Señores, no se puede, ni se debe, ni se quiere “ir p’alante”, cuando al frente hay un abismo tan profundo.

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