Poder de comunicación

Poder de comunicación

PEDRO GIL ITURBIDES
El domingo la casa de mi suegra respiraba balompié. Por las expresiones de mi sobrina política, Angela Alicia, de apenas cinco años de edad, pude darme cuenta que el afán no era nuevo. Y sin embargo, puedo asegurar a ustedes que jamás escuché hablar en esa casa, en las regulares visitas a la misma, ni de éste, ni de ningún otro deporte. Si me preguntasen ustedes por las aficiones de aquellas mujeres, les aseguraría que no tenían otra que invocar a Dios por la protección de todos sus parientes. Hasta el campeonato mundial de balompié.

Desde entonces no existe otra pasión en esa vivienda. Mi cuñada Onelia, que es la promotora de esta alteración bajo ese techo habitualmente tranquilo, tiene en ocasiones dos televisores encendidos. Sigue un juego determinado, pero conforme se mueve por las exigencias de los oficios caseros, para no perderse una jugada, mantiene estos aparatos aquí y allá sintonizados en las estaciones teledifusoras. Pero su hija no está menos inficionada de aquella pasión deportiva. Sólo mi suegra con todos sus años a cuestas, parece ajena a este barullo, absorta en reclamarle al Señor su infinita misericordia para sus muertos y sus vivos.

Mi casa no está menos alterada. Pero un poco ajenos a las inclinaciones por equipos, el seguimiento a los resultados es casi esporádico. Rossy, mi mujer, impone ciertas reglas a los hijos, en las que estas aficiones no tienen mucho espacio. No voy a negar, empero, que les he escuchado alabar a éste o aquél jugador, e inclinarse hacia uno u otro de los equipos. La chiquita, María Rosa de los Angeles, a quien suponía desconocedora de tales juegos, desea que gane Alemania. Y en caso extremo, Portugal.

En casa de mi suegra, en cambio, se vive por los brasileños. Esta inclinación podría explicarse en el hecho de que Onelia hizo un postgrado en el área de su profesión en San Pablo, la gran ciudad brasileña. Ocurre sin embargo, que también estudió en Guadalajara, la otra gran ciudad de los mexicanos. ¿Por qué no he escuchado, pues, apurar un triunfo por los cuates?

¡No saben ustedes cuánto he cavilado sobre el particular!

Pero también me he dicho que esos no son asuntos ni de ustedes ni míos. Sino de Onelia.

Pero los que son nuestros son las reflexiones relacionadas con el poder de los medios de comunicación social. ¡Cuánto podría lograr un país, impulsado como hemos sido arrastrados hacia el balompié, hacia campañas nacionales y populares de verdadera raigrambre dominicanista! ¡Cuánta mayor sería la pasión del dominicano por alcanzar metas positivas en su tierra, si con el mismo impulso fuere condicionado para ello!

Tal vez entonces estaríamos aprovechando los suelos del país en cultivos apropiados, y quizá con vocación exportable, en estado natural o como bienes finales o intermedios. Sin duda estaríamos reconduciendo las políticas de gastos públicos de manera que importantes partidas de ahorro público se destinaran a inversión en infraestructura social y producción. A lo mejor entonces fuésemos más coherentes en el apoyo que debe brindarse a los sectores productivos de bienes primarios de consumo, al margen de toda otra determinación dirigida a captar o impulsar otras formas de producción de servicios. Y seríamos capaces entonces de crear las condiciones para que la producción de servicios para el viajero fuere redituable a satisfacción de todos, sin el sacrificio de la población no involucrada en este quehacer. Porque, estamos viéndolo, los medios de comunicación social son capaces de conformar movimientos de opinión pública, útiles y positivos. Y esto lo saben quienes nos mandan, pues son capaces de aprovecharlos, cuando tienen almas que salvar, para captar los votos de incautos.

Lo que no son capaces es de crear y dirigir otras campañas, para lograr que una opinión pública nacional y popular haga realidad los sueños de progreso a que aspira este pueblo.

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