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Cuando éramos unos jóvenes nos embarcamos en el enredo de aquella época, que consistía en su fundamento, socavar los cimientos de la tiranía trujillista mediante una serie de actividades en sí, propias de la juventud que soñaba con una libertad que solo conocía a través de los textos de historia y algunas obras de los grandes pensadores que habíamos leído de manera fortuita o clandestinamente, éramos pues teorizante de la libertad pero ignorantes de los entretelones de la política, verdaderos soñadores de una patria idealizada al estilo del ilustre fundador de nuestra nacionalidad Juan Pablo Duarte. Desconocíamos los vericuetos de un partido político e ignoramos las simulaciones que eran capaces de representar los hombres cuando buscaban el poder, sin embargo, a pesar de esa ingenuidad, llenamos con nuestro quijotismo el vacío de nuestros mayores siempre complacientes con el déspota, salvo escasas excepciones, es decir cumplimos con nuestro momento histórico y muchos de nuestros compañeros de lucha dieron sus vidas por el ideal que defendíamos, sin pensar en pasar factura a la nación. Luego, después de la luminosa noche del 30 de mayo de 1961, pasamos a vivir la realidad de otro drama en el gran teatro de la vida de la República, la política y sus enredos. Por fortuna, en esos inicios en busca de nuestra identidad como nación, nos tocó el papel del hombre de trabajo, que busca afanosamente la seguridad de su familia, pues como dijimos anteriormente, hemos sido de los pocos que no hemos pasado estado de cuenta al país, solo hemos sido beneficiarios de nuestro esfuerzo y dedicación en el trabajo, solamente una vez nos ha tocado desempeñar una función pública y estamos satisfechos de los resultados obtenidos, cambiamos la imagen de la constitución que dirigimos.