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Ahora después de las experiencias obtenidas en el quehacer de la vida, observamos con sumo cuidado el panorama nacional y nos sentimos más que preocupados con los actores viejos y noveles, que actúan en este nuevo drama, quizás más serio y aun de mayor responsabilidad, que cuando dimos nuestros tímidos pasos por la escena en busca de la libertad que hoy en gran medida disfrutamos, pero temerosos, porque estamos presenciando, ruborizados, cómo se ha venido abusando de ese preciado don de la vida, ya que algunos dominicanos, desconocedores e ignorantes de los horrores de la tiranía, inconscientemente siguen siendo trujillistas o añoran los patrones o el estilo de la vida de esa sangrienta era. Y esto puede observarse en la conducta de los colaboradores del gobierno, en algunos militares y policías, de banqueros, de intelectuales, jefes de partidos, de congresistas y hasta de dirigentes sindicales; pero si no nos detenemos a pensar descifrar el comportamiento del dominicano, llegamos a una terrible conclusión, no es un inconsciente del trujillismo, sino de toda la vida de nuestro país y me explico. Desde el nacimiento de la República, tuvimos un Santana, un Báez, un Lilís, etc., es decir, en varias ocasiones hemos pasado del total absolutismo a periodos más o menos abiertos, en que militares o civiles han sido protagonistas del poder que han ejercido conjuntamente con sus colaboradores con prepotencia, hasta los social demócratas de cuyo dominicano, a quienes se le presume el propósito fundamental de construir una nueva sociedad, lo que establecieron fue una prepotencia del Estado y de su partido con un pueblo obligado a obedecer, porque lo único que procuraron fue alcanzar el poder, y tan pronto lo obtuvieron se hicieron prepotentes, solo se les notaba el gozo del poder, que sin lugar a dudas es la fidelidad de sus esencias.