Perdía sus alas la esperanza
cuando me acerqué a tu noche
ya libre de ansias.
Me abandonó la ebriedad de tu amor incierto
que alienó mis sentidos, me arrastró a tu desierto.
Una copa de cordura relevó a la locura
con que quise descubrir tus virtudes de campo
en tu mirar de encanto.
Azuzó mis llamas el encuentro casi fortuito
en que aprecié apacible tu espíritu libre.
Me sedujeron nuevamente la simpleza de tu esencia,
tus silencios atentos y tu gracia fresca.
Sentí que el arroyo de tus palabras corría a mi favor,
que a mi llegada intrusa perdiste el temor.
Dio vida a mi ilusión de infante,
el recuerdo de los tuyos cuando visité, atrevido,
tú pueblo distante.
Pronto volví a verte tras el abrazo de mi despedida.
El color de los criollismos tuyos
me supo al manjar de una fiesta para la alegría mía.
Los cielos le sonrieron a nuestro bonito rato.
Lo supe cuando en tu partida
del mes quinto, en su primer día,
nos bañaron las primicias de tu lluvia fría.