Poesía
José Mármol: entre música y conceptos

<STRONG>Poesía<BR></STRONG>José Mármol: entre música y conceptos

La primera impresión suscitada por la poesía de José  Mármol en el lector es de carácter coral: resuenan en esta la voz enfática de los profetas bíblicos, las interjecciones de los primitivos filósofos griegos (que tienen bastante de poetas), los excesos de los barrocos españoles, la musicalidad de los simbolistas franceses, sin olvidar la tradición poética dominicana, la de los sorprendidos en especial.

La determinación rítmica en la poesía de Mármol no quiere decir que estemos frente a un discípulo de Rubén Darío, para quien la musicalidad era esencial, al igual que para sus maestros simbolistas franceses. Pues en los poemas de Mármol hay una constante preocupación filosófica, que busca explicar una realidad hostil. El mundo que se nos presenta no tiene nada de armonioso. En último término, sería el cosmos angustioso presentado por Freddy Gatón Arce en su excelente poema surrealista, “Vlía”. 

Desde el primer instante, los versos de Mármol hacen pensar que escuchamos una voz familiar, ya sea la de Paul Verlaine o la de Paul Valéry. Sin embargo, no se trata de influencia directa, sino de corrientes secretas, de una tradición rítmica que va de Petrarca a la post-vanguardia latinoamericana hasta llegar a Franklyn Mieses Burgos. Es tanto así, que muchos de los poemas de Mármol se configuran en torno a cesuras, rasgo propio del verso endecasílabo, once sílabas, o del alejandrino de catorce, como se nota en la “Antología poética” editada por Médar Serrata. (Santo Domingo: Cole, 2004):

total que la fatalidad / no tiene forma ahora se posa en el centro / aburrido de la noche (54).

Lo antes dicho no significa que Mármol sea un mero imitador; todo lo contrario. Su capacidad para asimilar modelos canónicos nos muestra  una inteligencia literaria que le ha permitido plasmar un estilo inconfundible. La erudición que salpica sus poemas (alusiones a Heráclito, músicos, pintores, Nietzsche, Vallejo, Borges, Darwin, ciudades exóticas…) se aúna a su calidad de escritor prolífico. Sus poemas se caracterizan por una factura cuidadosa, contrastan con la espontaneidad de los felices escritores del domingo, abundantes entre nosotros. La poesía de Mármol ha ido en ascenso, ya sea en verso o en prosa. Su poema en prosa continúa con la apoyatura melódica, que puede oscilar de cláusulas bimembres a trimembres.

Por otra parte, la prosodia eufónica, envolvente, de los poemas de Mármol no es más que una cubierta plástica para vender al lector su particular visión del mundo o un obsesivo tema que atraviesa los textos de norte a sur: la pérdida de los paraísos terrestres, sobre todo el de la infancia, como señala Serrata en el prólogo de la antología (16).  A la vez hay en los poemas un despliegue de artificios filosóficos, que el sujeto del poema presenta al lector como una verdad misteriosa, imposible de captar. En realidad, el juego filosófico está subordinado a los objetivos poéticos, es un recurso retórico.

A Mármol no le preocupa descubrir territorios intocados; camina a gusto por más de tres mil años de producción escritural, filosófica, cultural, que adapta a sus necesidades. No obstante, en su último libro, “Torrente sanguíneo” (Santo Domingo: Búho, 2007), Mármol parece haber agotado un ciclo. La experiencia textual de un cuarto de siglo le ha permitido organizar el poemario en base a un virtuosismo que puede deslumbrar al lector desavisado. La voz lírica, como el flautista de Mozart, puede encantar con su prosodia envolvente y sus artificios filosóficos. El verso de corte aforístico (“Vivir es un enojo. / Morir es una ignominia. / Vivimos lo que tarda la muerte en madrugar” (60) es llevado a sus últimas consecuencias.

En su conjunto la retórica marmórea desemboca en un neo-conceptismo que recuerda al poeta barroco español, Francisco de Quevedo. Unida al ritmo, se convierte en trampa seductiva para lectores confiados: “su sed de sed” (32); “porque sí, por un talvez” (34); “nunca tan después un jamás sin todavía” (38). Los finales y soluciones a las tensiones poemáticas se vuelven fórmulas, como en estos ejemplo: “Este lugar es tibio como un beso de tu sed” (35); “Es un bolero todo lo que ya nunca serᔠ(42). Como el García Márquez de “El otoño del patriarca”, donde el recurso de la hipérbole es llevado a su extremo, Mármol tensa al máximo las cuerdas de su poética en su último libro.

Pese a estos escollos, la biografía implícita en el texto, refleja el eco de los problemas filosóficos y vitales de nuestro tiempo, desemboca en la preocupación por lo universal, propugnada por los sorprendidos. La obsesión con el tiempo y su reverso la muerte aproximan una vez más la poesía de Mármol al conceptismo de Quevedo.

Mármol cierra la poesía dominicana del siglo XX  por ser heredero de varias corrientes de la poesía occidental, entre estas, un sentido del ritmo que va de la poesía renacentista española hasta los sorprendidos. Le toca ahora a la nueva generación explorar territorios vírgenes, como lo vienen haciendo algunos poetas jóvenes (Frank Báez, por ejemplo).

El humor, el desenfado, una factura despojada de la solemnidad de los ya antiguos discursos modernos, la vida de la calle; deben seguir buscando su nicho en la poesía nuestra, lo mismo que la exploración de recursos ofrecidos por nuevos medios de comunicación, como son el Internet y el Tele-cable. Las  consecuencias culturales y sociales de la sospechosa Globalización suponen una sensibilidad distinta, un campo virgen a explorar por los profetas en jeans y zapatos tenis de la más nueva poesía dominicana. 

Mármol es uno de los mejores poetas dominicanos del presente por la facturación cuidadosa de sus textos y su profundidad intelectual. La musicalidad de su poesía, junto a la preocupación filosófica, lo ha convertido en un favorito de su generación. Tanto que él y Alexis Gómez Rosa son los dos bardos criollos que en la actualidad han trascendido el traspatio de la literatura nacional. Mármol, además, es el único poeta dominicano que ha publicado en la prestigiosa editorial española Visor.

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