Poetizar la República

Poetizar la República

Hay una escena memorable de “Trópico de Sangre”, una película que, con sus luces y sombras desde la óptica estrictamente cinematográfica, debe ser vista por todos los dominicanos, pero principalmente por los jóvenes, que desconocen al Trujillo sangriento y podrían confundirse con los cantos de sirenas de quienes en los medios de comunicación osan todavía presentarnos al Jefe como el paradigma del estadista que el país necesita, para que reine “el orden y el progreso”, lema eterno de la jerga trujillista (Andrés L. Mateo).

En ella, Minerva Mirabal lee algunos versos del poema “Hay un país en el mundo” de Pedro Mir: “Hay un país en el mundo / colocado en el mismo trayecto del sol / oriundo de la noche / colocado en un inverosímil archipiélago / de azúcar y de alcohol”.

Esta escena me trajo a la memoria las poesías coreadas de nuestra infancia en un Colegio de La Salle que, no por católico, dejaba escapar las efemérides patrias sin armar una celebración cívica que involucraba a alumnos, maestros y padres. Cuando Michele Rodríguez, en su magnífica interpretación de Minerva, leyó esos versos, solo recordé las voces infantiles de mi curso cuando a los 7 años de edad coreamos: “Miro un brusco tropel de raíles / son del ingenio / sus soportes de verde aborigen / son del ingenio / y las mansas montañas de origen / son del ingenio”…

Hoy me pregunto: ¿dónde están los poetas de la República? ¿Quién, como Mir, puede poetizar a los dominicanos? Y es que, como decía Hoderlin, refiriéndose al oficio del poeta: “Es derecho de nosotros, los poetas, / estar en pie ante las tormentas de Dios / con la cabeza desnuda / para apresar con nuestras propias manos el rayo de luz del Padre, a él mismo/ Y hacer llegar al pueblo envuelto en cantos / el don celeste”. Pregunto, ¿quién en esta hora que vive la nación hace llegar al pueblo la luz envuelta en cantos que nos permita vislumbrar el final del túnel? ¿Quién poetiza la República?

No solo de leyes, instituciones y presupuestos viven la República y sus ciudadanos. Hoy más que nunca debemos conocer las obras de los poetas de la República, los nuevos poetas que intentan descubrir los secretos del alma nacional, incluso estando más allá de nuestras fronteras, en esa comunidad transnacional que tiene como ejes New York, Barcelona y Curazao y de donde de vez en cuando retornan las yolas llenas de poetas (Torres Saillant).

Hay que sacar a los poetas dominicanos de las capillas de los críticos y bajar la “alta cultura” poética al piso de los ciudadanos de a pies. La cultura política y constitucional de un pueblo se nutre de las obras de sus músicos, artistas plásticos y literatos.

Nuestros estudiantes deberían conocer los poemas de José Mármol, Pastor de Moya, Plinio Chahín y los demás miembros de la generación de los 80, como quienes fuimos a la escuela durante los 60 y 70 nos familiarizamos con los más viejos Mir, Manuel del Cabral, Tomás Hernández Franco, Franklyn Mieses Burgos y Víctor Villegas, y con los más jóvenes René del Risco y Norberto James.

El historiador Rafael Rojas critica la política cultural cubana que ha conducido a un “estante vacío” donde no se publican ni se leen las obras de los literatos considerados malditos por el régimen castrista. En el caso dominicano, es culpa de la Administración educativa y cultural que no se encuentren en el canon de conocimiento obligatorio por nuestros escolares unos poetas dominicanos contemporáneos, que son desplazados muchas veces por la soporífera e inauténtica literatura dominicana light. Si aún en esta época de fin de ideologías en que vivimos, obras poéticas como “La Patria Montonera” de Ramón Francisco fuesen leídas en nuestras escuelas, quizás, como refiere el cuento jasídico citado por Daniel Bell en “Letras Libres”, aunque no podamos encender el fuego ni decir las plegarias, podamos por lo menos contar la historia.

Quizás así, como diría Adrian Javier, podamos sentir, y no es poca cosa, esa “hora dolorosa y pesarosa del tiempo atrás y adelante, la hora de la hora, donde el poema calla las verdades del no ser”.

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