Lo único que define claramente encuestas Greenberg y otras es que ya hay polarización-Abinader vs. Fernández-lo cual constituye un lujo dentro del espectro de candidatos en nuestro subcontinente.
Deberíamos aprovechar ese lujo para beneficiar nuestra democracia con actuaciones adecuadas de contendientes, en lugar de minarla con confrontaciones estériles. No identificar ganador en primera vuelta constituye duro golpe al oficialismo ponderando tendencia Latinoamericana: 73% de presidentes vieron sus partidos perder elecciones. La excepción fue Paraguay, pero ganó el opositor intrapartidario: (https://www.bloomberglinea.com/2023/11/29/en-latam-los-oficialismos-son-cada-vez-mas-derrotados-en-las-urnas-por-que/)
Si bien Abinader apunta ganador en segunda vuelta, el efecto psicológico de no ganar en primera y teniendo Fernández mayoría entre pobres y jóvenes, sectores determinantes, hará la polarización reñida.
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La política es una ciencia social donde no aplican rigurosidades y precisiones de ciencias exactas como matemáticas y química. El triunfador dependerá de cómo actúen contendientes: cuan bien y menos errores cometan.
Una competencia beneficiosa demanda de Fernández remozar su equipo mostrando caras nuevas más allá de su hijo, al estilo Balaguer en 1986 con Minú Torres y la gorra “colorá”; rediseñar estrategia, formulando propuestas para solucionar males recordando decisiones que tomó cuando gobernó, especialmente favoreciendo jóvenes y pobres-en lugar de centrarse en críticas revertibles como la reciente sobre que recursos de renegociación AERODOM serán electoreros, haciendo recordar los RD$55 mil millones del 2012; escogiendo candidato(a) vicepresidencial comparables con prestigio, perfil y atributos de la actual incumbente.
Demanda que el Gobierno admita que sus políticas y procederes no están proporcionándole dividendos políticos: sus graciosos gastos corrientes, endeudamiento, subsidios para todo, intentos de manejar percepciones encubriendo realidades mediante publicidad indigestante, cultivando adulonerías; rindiendo culto a personalidad de ejecutivos, montando de espectáculos protagonizados por el Presidente que lo sobreexponen al cansancio y agotamiento restándole capacidad de gobernar: gerenciar, instruir, supervisar y sancionar su funcionariado.
En cambio, beneficiaría democracia si reorientara su gestión para obtener resultados efectivos, que por sí mismos se propagan; especialmente para contener inflación alimentaria, mejorar efectivamente seguridad ciudadana y servicios públicos: salud, educación, energía y transporte.