¿Polémica, la 25 Bienal Nacional de Artes Visuales?

¿Polémica, la 25 Bienal Nacional de Artes Visuales?

Hay un concepto establecido, plural e indiscutible, de la finalidad de una bienal y de la oficial en particular.  Debería ofrecer un diagnóstico de las artes visuales nacionales en la fecha de su celebración y contribuir a definir la orientación artística del país. Las obras premiadas se vuelven patrimoniales y constituyen casi la totalidad de las adquisiciones de la institución.

Más que confirmar los valores seguros, a menudo renuentes en participar, puede ser una fuente de revelación de jóvenes y emergentes.

La evaluación de esos distintos objetivos tiene un balance globalmente negativo en lo concerniente a la 25 Bienal de las Artes Visuales. Además genera el asombro, la tristeza o la indignación –a veces los tres conjugados– en la mayoría de quienes han vivido ediciones anteriores, que guardaban fe en esa vigorosa confrontación de artistas, y la “amaban” como algo muy suyo e indestructible.

Como reacción más común, luego de visitar una y otra vez esta bienal –con excepción de la estupenda sala, cerrada y correctamente aislada, que atesora una muestra del maestro Oviedo–, se ha manifestado el deseo de conocer las obras rechazadas. Sería ciertamente edificante, pero de la misma manera que varios esperpentos admitidos –entre los cuales uno que otro premiado– dejan una impresión deplorable, perjudicando al conjunto y a las obras irreprochables –también las hay–, veríamos cientos de adefesios –según suelen presentarse en los concursos–  que volverían más difícil una apreciación de las injusticias y errores de calificación, y arriesgarían dejar una confusa sensación de hastío. ¡Pues no cabe una selección de los rechazados!

Acerca de los resultados. Ahora bien, a pesar de todos los argumentos teorizantes y justificaciones escritas en el documento de los jueces seleccionadores, no se comprenden los criterios –ya no hablamos de las propuestas excluidas– que motivaron la aceptación de varias obras “kitsch” (copia inferior de un estilo existente, o arte pretencioso, pasado de moda o de muy mal gusto), manidas, vulgares, chocantes, técnicamente deficientes o francamente malas, verdaderos atentados al arte dominicano y planetario. Tal vez se quiso complacer a un arte contemporáneo, equivocadamente entendido como anti-arte. O dar una lección a habituales favoritos de las competencias y de la misma bienal, aunque juiciosamente varios se abstuvieron de participar… O sencillamente se careció de opinión crítica. Si nos abstenemos de dar nombres de artistas, es que la responsabilidad no recae en los autores.

¿Cuáles fueron los resultados? La exclusión absoluta de la escultura y de la cerámica, categorías hoy empobrecidas… pero existentes. El castigo de la buena fotografía, pues, con pocas excepciones y una fuera de concurso, las fotos admitidas desmienten la calidad, el florecimiento y el avance de la fotografía dominicana. La discriminación del dibujo –sobre todo– y de la pintura, expresiones cumbres de la creación nacional. La  debilidad y la escasez  de las instalaciones, lo que probablemente tampoco traduce una tendencia de la actualidad. Sin embargo, y al menos hay una parte positiva, observamos la neta superioridad de vídeos y animaciones, una corriente ya anunciada en la bienal anterior, sin que olvidemos aquello de la “performance”, al fin reconocida y galardonada.

Una selección tan excesivamente reducida y más que desigual, cualitativamente irregular, ponía al jurado de premiación en aprietos: no podía salir indemne, se entiende, pero tampoco sus decisiones redimensionaron la bienal. O imperaron nuevamente la predilección por la disidencia y la abolición sistemática de los cánones generalmente valorados, o no supieron cómo salvar la situación ni reaccionar ante los “modelos” aprobados.

El sorprendente número de menciones honoríficas ha revelado vacilaciones y la crisis del consenso entre desconcertados jueces… lamentablemente el honor no recibe ningún estímulo tangible… ante los generosísimos premios, a menudo sin relación con el nivel de las obras y la producción de los mismos premiados, cuando la tienen.

En este corto artículo pretendíamos no mencionar nombres… sin embargo algunos se nos escapan necesariamente. Una injusticia notoria se cometió con Iris Pérez y su impresionante dibujo. Igualmente se descartó el único gran cuadro abstracto, de Pedro Terreiro

 La proeza técnica y conceptual de Limber Vilorio, sencillamente “mencionado”, merecía con creces un premio. El Gran Premio, otorgado al artista admirable Pascal Meccariello, coronó una trayectoria, un esmero, una investigación permanente, más que a este “tríptico críptico”.  La obra indudablemente triunfadora en esta bienal es la sobresaliente instalación –premiada por suerte– de Miguel Ramírez, hermosa, radical, conceptuosa, magníficamente trabajada, una pieza contundente que corresponde a una época y sus avatares sociales.

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Cambios futuros

La  25 Bienal Nacional no resultó meramente polémica, como todas las bienales por cierto –las nuestras y las del exterior–: los resultados arrojados están causando una conmoción. No cabe duda de que se imponen cambios múltiples, que los areópagos de la selección y la premiación están en el banquillo de los acusados, que el Comité a cargo de la preparación del evento  ha de revisarse, que la próxima Bienal debe y puede reivindicarse.

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