Policía para los morosos forzados

Policía para los morosos forzados

TONY PÉREZ
Expertos sostienen que los desacreditados huracanes tienen una cara buena en tanto sanean el aire, el mar, los ríos, los bosques. Y los campesinos dominicanos creen que las lluvias no son morosas, pues pagan muy bien los daños que causan.

Igual ha sucedido con los destrozos provocados durante las últimas dos décadas al sistema bancario nacional por un tsunami de “indelicadezas” cometidas por mafias sofisticadas con el aval de sabios importados de claustros de prestigio y de políticos locales aferrados a la viveza.

Ese seísmo parece que ha removido conciencias. Habría traído consigo por lo menos la idea buena de redefinición completa de las entidades que sobrevivieron al vendaval para evitarse un barrido por las réplicas secundarias.

Seguro que lo primero que revelaría un diagnóstico al sistema, previo a cualquier labor de reingeniería, sería la urgencia de una cirugía reconstructiva que reivindique al ahorrista, quien ha sido algo menos que un condón tostado en medio de todas las raterías.

Para iniciar la operación, el bisturí deberían apuntarlo primero hacia las oficinas de crédito porque, más allá de su utilidad, en este momento de saneamiento bancario quizás son estorbos en tanto suplen a los bancos información no necesariamente confiable que podría llevarlos a la mira permanente de la justicia interna y externa y, algo peor, a ahuyentar al ahorrista. Es decir, en la coyuntura actual sólo suman más tensión y descrédito porque nunca miden la calidad de los datos y su procedencia. Y en este momento ese tipo de ingredientes es lo que menos necesitan esas entidades.

Se ha preguntado usted ¿cuántos delincuentes (ladrones, narcotraficantes, mafiosos, lavadores) figuran en esas oficinas de supuestas investigaciones crediticias? Pienso que cero. Y se ha preguntado ¿cuánta gente seria ha caído en sus redes y jamás ha podido acceder a préstamos para salir, por ejemplo, de los apuros provocados por un retraso en el pago de una tarjeta de crédito aceptada tras el asedio de un vendedor impertinente? Creo que muchísima.

Un vistazo a las variables contenidas en estas interrogantes bastaría para que los bancos y otras empresas comiencen a obviar o pedir readecuación a esas fuentes, a menos que su propósito latente sea conseguir dinero sin importar la procedencia, algo grave en estos tiempos de globalización cuando la criminalidad aumenta, pero también su persecución internacional.

Está claro: en este momento, usted y yo, estamos o podríamos estar fichados en esas listas de muertos civiles, que también son de muertes físicas o de potenciales nuevos delincuentes en la medida que cierran las puertas del progreso económico a cualquier ser humano aprisionado por la crisis.

No están en las listas del descrédito los políticos que saquean el erario y cercan hasta los mares y fabrican al vapor sus títulos de propiedad; los empresarios que no pagan impuestos; los narcos; los ladrones bancarios, los que fabrican casas de arena y luego no responden por los vicios; los que venden combustibles alterados.

Los llamados buró han sido desnaturalizados hasta el punto que ya las empresas no se interesan mucho por certificados de buena conducta. Sólo les interesa el número de cédula para chequear las deudas sin investigar el contexto que las determinó. Eso basta para que a una persona le peguen una etiqueta de delincuente o, por lo menos, de moroso, muchas veces sin darse cuenta.

El asunto está tan extendido y relajado que hasta por la compra de una chuchería de mil pesos un despechado puede mandarlo de línea a las fichas de esa nueva policía donde la frase derechos humanos no existe. Tan extendido y relajado que lo primero que hacen algunas “mujeres modernas”, previo al pedido de amores del hombre, es revisarle del estado financiero en esas cajas inmaculadas que llaman buró. Si está fichado como moroso de la crisis económica, no califica para darle amores. Esa es la vida que vivimos, la de los colmos. Y sin dolientes.

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